La ley mancha
Atención. Ligeros espoilers
Cada uno tiene sus debilidades y la tele no es una excepción. Lo malo –y seguro que muchos de ustedes me comprenden- es que con tanta diversificación, tanto canal y tanta ficción, los afectos se vuelven resbaladizos y lo que antes era el amor de tu vida es ahora un romance de unas semanas. Mi abuela, por ejemplo, estaba enamorada de Perry Mason, y sigue siéndole fiel (hasta el punto de que consciente de que está sorda como una tapia se ha comprado unos auriculares para oírle bien) a pesar de todos esos abogados (y abogadas) que pululan estos días por la caja tonta. Actualmente no existen esa clase de relaciones profundas con los personajes televisivos: demasiados vicios como para escoger solo uno.
Sin embargo yo debo confesar que entre un mar de obras maestras (la década de oro de las series, que –sí- ya ha acabado, donde peleaban Los Soprano, Hermanos de Sangre, A dos metros bajo tierra, The wire, Deadwood, etc...) perdí la cabeza por un hombre capaz de arrancarle al demonio los cuernos a mordiscos. Su nombre era Vic Mackey.
De hecho el poli es tan malo que a la mitad del primer episodio de The Shield (que así se llama la serie) uno siente la tentación de apagar la tele y dejar de sufrir. No lo hagan, perseveren, porque en la serie se esconde Shawn Ryan, uno de los mejores creadores de los últimos tiempos (como demuestra la muy reciente The Chicago Code) y porque en sus siete temporadas hay más talento que en el 90% de las películas que nos tragamos cada año.
Lo malo (porque lo es) es que The Shield coincidió en el tiempo con todas las series antes mencionadas y su robusto reparto y la fiereza de sus guiones no fueron suficiente excusa como para que Mackey y sus colegas repartieran estopa en España, donde quedaron relegados al furgón de cola. También es verdad que las tres primeras temporadas, siendo notables, no permitían anticipar lo que sucedería en la cuarta… y en la quinta, la sexta y la séptima.
Y es que al principio Mackey era malo-malísimo y su otro lado (el de padre de familia con dos hijos, uno de ellos autista, sin suficiente dinero como para pagar las deudas y obsesionado con su propio sentido de la justicia) quedaba oculto bajo un montón de conversaciones con olor a macho. Tanta testosterona le restaba entidad dramática a la serie, sumergida en un mar de encontronazos a mano armada, perfecta para los amantes de la acción sin destilar pero monótona para los que buscaban un componente adicional, un complemento directo.
Después vendría Forest Withaker (descomunal su papel de chiflado -y paranoico- agente de asuntos internos), y al final llegaría Clark Johnson (actor y director, conocido por su papel de Gus Haynes en The wire) que pondría el broche a la séptima temporada, un prodigio de tempo y profundidad comparable a la mejor temporada de cualquier serie, antigua o moderna, incluyendo a HBO en el lote.
El último episodio de The Shield era una bofetada en la cara de los que aman los finales felices, los ilusos, los optimistas. Sonaría mal decir que estamos ante el final más terrorífico y brutal jamás visto en una serie de televisión, pero como no perdemos nada por intentarlo, digámoslo: The Shield tiene el desenlace más terrorífico y brutal jamás visto en una serie de televisión. Tanto que, con el fundido a negro, uno no sabe si odiar o amar o sentir pena por Mackey. Eso sí, no hay manera de olvidarle: créanme, lo he intentado.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.