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Julia Otero: “Llegó a darme igual estar viva o muerta”

Dos años después de su diagnóstico de cáncer de colon, la periodista estrena ‘Días de Tele’ en RTVE este martes. “El nivel de sufrimiento que somos capaces de asumir es altísimo. Al final de un proceso como la quimioterapia encuentras a otra persona que hay dentro de ti que no sabías que existía”

La periodista Julia Otero posa durante la presentación de su nuevo programa de televisión 'Días de tele'. Foto: RTVE
Manuel Jabois

El 6 de mayo de 1959, cuando llevaba 20 horas de parto, la joven Elia Pérez le hizo prometer a su marido, Julio Otero, trompetista del Circo Americano, que no volverían a tener un hijo más. Que aquel dolor lo pasaría solo una vez en la vida. Él se lo prometió. Así pues, su deseo de tener un hijo varón se estaba jugando a una sola carta. “Muchos años después me confesó que se llevó el disgusto más grande de su vida cuando me vio”, dice Julia Otero (A Penela, Monforte, 63 años). “Y más tarde, cuando me quedé embarazada, me dijo: ‘Solo espero que tengas la misma suerte que yo, y sea niña”.

Cuando Julia tenía tres años, el padre emigró al barrio del Poble Sec de Barcelona a buscar trabajo (lo encontró de comercial de electrodomésticos) y, a los pocos días, la madre se llevó a la niña a Cataluña en un tren en el que viajaba una compañía de comediantes, con asientos de madera, en un viaje de 28 horas en el que ella lloró todo el rato diciendo: “Quero volver coa miña avoíña” [”Quiero volver con mi abuelita”]. Dejaron atrás la casa de la aldea gallega de su abuelo, cantero, en la que metían los cerdos y las vacas a dormir en la planta baja para que, entre otras cosas, diesen calor a la parte de arriba.

Esa casa la ha reconstruido Julia Otero, presentadora de Julia en la onda (Onda Cero) y de Días de Tele en La1 de RTVE, producido por Lacoproductora, del Grupo PRISA, editor de EL PAÍS, que se estrena este martes. Otero se encuentra estos días haciendo todo aquello que juró no volver a hacer cuando empezó la quimioterapia de un cáncer de colon por el que tiene que pasar revisión cada tres meses. La entrevista, planeada para hablar sobre periodismo y política, termina haciéndose sobre asuntos más urgentes y trascendentales: la vida y la muerte.

Pregunta. Se fue con tres años de Galicia.

Respuesta. Pero aprendí a quererla en Cataluña. Ver el amor que sienten aquí por la lengua, la cultura, la tierra. Todo eso me dijo que yo también debía respetar mi lengua materna, el lugar en el que nací, la idiosincrasia de la gente. Cuanto más profundamente he conocido Cataluña, más gallega me he hecho.

P. ¿Por qué?

R. Porque compartimos algo que, si no lo defendemos nosotros, nadie más lo va a hacer. Incluso hay gente que ataca esa diversidad; afortunadamente no conozco a nadie interesante que piense así.

P. Redes sociales.

R. Los más peligrosos son los que aspiran a la pureza. Somos un saco de defectos y de contradicciones: dejen a la gente equivocarse. Estamos pasando una ITV de pureza diariamente, como si el prestigio fuese un castillo de naipes hecho muy despacio hasta que, con una pequeña brisa, todo se desmorona. Da miedo. Salvo que seas tan fuerte que no te importe, pero no sé de nadie así. Al contrario: la gente más grande, más miedo tiene a decir algo inconveniente, a meter la pata, a arriesgar una opinión. Y todo se vuelve insustancial. Si no puedes manifestar lo que piensas porque te preocupa la reacción, acabas hablando del sexo de los ángeles.

P. Es usted entrevistadora desde casi siempre.

R. Hacer entrevistas te convierte en lo menos mitómano del mundo: te das cuenta delante de cualquiera que esa persona es, exactamente, igual que tú. El entrevistado está hecho de los mismos miedos, las mismas inseguridades, las mismas incertidumbres que tú. Y está intentando impresionarte, seducirte y quedar bien como harías tú en caso de estar al otro lado.

P. Dice que ahora le importa todo un poquito menos.

R. Pasa cuando estás a punto de morirte, o con perspectivas de morirte, porque a mí me siguen revisando cada tres meses. Si me encuentran una metástasis, a lo mejor me quedan dos años, o menos.

P. Cáncer.

R. Células nuestras que se vuelven locas, egoístas e inmortales porque se reproducen con una rapidez inusitada. Y además se hacen viajeras: saben que, tarde o temprano, el sistema inmunológico puede localizarlas e ir a por ellas.

P. ¿Viajeras?

R. Una célula cancerígena, la más valiente de todas, coge un barco ―el torrente sanguíneo― como si fuera un conquistador que se va a América, y busca otro lugar que colonizar. Esa célula viajera es la que a mí me buscan cada tres meses. La madre de la metástasis. Si una sola célula consigue imponerse al temporal y burlar todos los controles (el torrente sanguíneo en el que trabaja el sistema inmunológico para neutralizarla, los glóbulos blancos, el sistema de defensa de nuestra biología) y se instala en otro órgano, esa es una supercélula de tal calibre, de una malignidad tal, que es muy difícil que nada la venza. Por eso la metástasis es la parte más peligrosa del cáncer. Es el cáncer que ha viajado. Para una célula, con ese tamaño, ir del intestino al pulmón es una auténtica epopeya.

P. ¿Cuánto van a durar sus controles trimestrales?

R. Serán cinco años buscándome si alguna célula viajera ha llegado a puerto. Imagínate con qué sensación de vivir estoy. Carpe diem.

P. ¿Cómo es carpe diem en un paciente oncológico?

R. Olvidando que a los tres meses te toca meterte en el tubo del TAC. Tres meses: tres putos meses. Pero me estoy decepcionando a mí misma.

P. ¿Por qué?

R. Porque al principio, cuando el tumor era grande y no había certeza de que pudiésemos con él, creía que, si salía, saldría distinta. Sería valiente para hacer cosas que no he hecho, y valiente para no hacer lo que no quisiese hacer. Y estoy haciendo todo lo que juré que no haría, trabajando más que antes de que me diagnosticasen. Días eternos, cosa que tampoco conviene a mi salud: hay que mimar el sistema inmunológico, comer bien, respetar las horas de descanso y sueño.

P. Y vuelve a la televisión.

R. Por el desafío. ¿Todavía te sientes bien en un plató? ¿Todavía puedes organizarlo? Una movida con 200 personas de público. Seis o siete invitados. Cuatro o cinco colaboradores. Es ponerme un examen a mí misma. Y quizás sea la última carta que tengo para hacer tele.

Julia Otero recoge el Premio Ondas por la Mejor trayectoria radiofónica, en 2013.
Julia Otero recoge el Premio Ondas por la Mejor trayectoria radiofónica, en 2013.Gianluca Battista

P. Con 27 años presenta el programa de debates Una historia particular. Con 28, el concurso 3x4 y se hace famosa en toda España. Con 29, el programa de entrevistas La Luna por el que pasan Anthony Quinn, Alfonso Guerra, Gutiérrez Mellado, Tina Turner, Lola Flores o Mario Conde.

R. Estoy cómoda ahí dentro. No tiene mérito, es un don. La capacidad de dirigirse a una cámara con normalidad se tiene o no se tiene, no se puede aprender. Y nadie puede presumir de eso, porque es innato. Es como presumir de dibujar bien. Yo soy incapaz de dibujar una casa.

P. ¿Cómo se vive sin 40 centímetros de intestino?

R. No hay un solo centímetro gratuito en nuestro cuerpo. Si lo tenemos es por algo. Mi aparato gastrointestinal no es el mismo que el de una persona normal. Los tránsitos son muchísimo más rápidos, por ejemplo. Tengo cuidado con las cantidades que como, siempre muy poquito. Cuando estás fuera de casa muchísimas horas tienes que procurar que la alimentación favorezca que la digestión sea lenta, nunca rápida. Organizar mi horario laboral en función de mis necesidades; intento cenar temprano, y cenar fibra. Tomar la proteína adecuada, los hidratos adecuados, la vitamina.

P. La quimioterapia.

R. Veneno controlado. Una dosis de veneno que mata mucho. Mata todo lo malo y se lleva también muchas de las cosas buenas, y hay que intentar que no te mate a ti. El buen oncólogo es el que busca el límite del paciente. Cuanto más te castigue sin matarte, mejor. Si se nos va la mano, nos hemos jodido, pero bueno. Hay que buscar el límite. Todo lo que el paciente pueda resistir será mejor que quedarse un grado antes.

P. La cuestión es saber cuál es ese grado.

R. Cuando empecé sabía que el cáncer de colon son nueve ciclos de quimio. Pregunté: “¿Por qué nueve?”. Y me di cuenta al instante: “No me lo digas: porque al que le hicieron 10 lo mataron, y al que le hicieron ocho, se le reprodujo”. Estamos ahí.

P. Aguantó los nueve ciclos.

R. Y llegué a un punto en que me daba igual estar viva que muerta. Todo el mundo habla de cansancio: es peor. Te abandona el aliento vital. La quimioterapia puede llevarte a la sensación de que estar vivo o estar muerto no te parezca muy diferente.

P.

R. La toxicidad de la quimioterapia es acumulativa. El octavo ciclo no es el segundo. Vas viendo cómo te vas deteriorando, cómo van saliendo las llagas. De pronto sangra la nariz, te sangra la lengua, tienes una llaga en la boca. Todo el tránsito intestinal está en carne viva. Y sientes esa indiferencia ante la vida. Si te dicen “le das a ese botón y te mueres”, piensas “pues tampoco pasa nada”. Ojo, también depende de las circunstancias. Si te ocurre con 30 años y tienes hijos pequeños, debe ser una situación emocional distinta a la de si tienes 60 y una hija ya criada. Lo único que me hería era mi madre, que sigue viva, y una madre nunca debe enterrar a un hijo. Pero sí: llegas a un estado en que la vida no tiene tanta importancia. Y ves a los que se agarran a ella, que están perfectamente sanos y ven como una tragedia lo que te está pasando, con cierta misericordia, como si no supiesen que se van a morir también. Cuanto más jóvenes, menos. Aún no han descubierto que tenemos fecha de caducidad y que estar vivo o estar muerto puede depender de un momento.

Julia Otero junto al escritor Antonio Gala, en Madrid en 1995.
Julia Otero junto al escritor Antonio Gala, en Madrid en 1995.Gianni Ferrari (Getty Images)

P. ¿Cómo se duerme durante la quimioterapia?

R. Con trankimazín los días más duros. Dormir y no pensar es bueno. Hay que gestionar todo con energía y esperanza, porque cuando te estás recuperando de un ciclo viene el siguiente. Si el oncólogo te manda caminar cada día ocho kilómetros aunque estés medio muerta, hay que caminar esos kilómetros para recuperar los neutrófilos. Porque si llegas a 800 neutrófilos en lugar de los 2.000 que hay que tener, hay que suspender el siguiente ciclo, aplazarlo. Yo era muy obediente en todo lo que me decían, cumplía con todo. Me cuidaba extraordinariamente. Y todo eso, con la sensación de que si me iba, no me iba a importar tanto. Sé que es raro. No es fácil de contar, ni fácil de entender.

P. “Por razón inexplicable del dolor, la belleza y el empeño de existir”, canta Iván Ferreiro. Uno no sabe nada de sí mismo cuando llega al límite.

R. El nivel de resistencia y de sufrimiento que somos capaces de asumir es altísimo. Y creo que casi todos lo tenemos. A mayor dolor y sufrimiento, más aumenta la capacidad de resistirlo. Que tú seas un quejica con 38 de fiebre, no quiere decir que no aguantes una situación extrema de enfermedad grave con un tratamiento agresivo. Al final de todo encuentras a una persona que hay dentro de ti que no sabías que existía.

P. Le recomendó un libro a María Escario [la periodista ha anunciado que tiene cáncer de mama].

R. Se lo recomiendo a mucha gente, a la última de ellas, a María Escario. Egoístas, inmortales y viajeras (Planeta, 2021) de Carlos López Otín. Cuando acabó de leerlo, me dijo: “Es que veo hasta la poética del cáncer”. Bueno, es que la biología es pura poesía. Cuando estás dentro de tu cuerpo, y sabes exactamente lo que está ocurriendo, qué sustancia te está entrando por la subclavia, hacia dónde se dirige y qué es lo que provoca. Hay una poética de la biología. Hasta la célula cancerígena tiene su épica: cómo intenta escapar de donde está, buscarse un camino nuevo a ver si puede sobrevivir. Una célula loca, una célula aberrante, llamada literalmente así. Todo lo que hace en su entorno, lo que consigue. Y todo eso que pasa dentro de nuestro cuerpo tiene una traslación impresionante a la sociedad.

P. ¿Cómo?

R. La sociedad funciona cuando hay altruismo. Y el cuerpo también. Existe esa forma de ver el mundo dentro de nosotros. Las células se ayudan unas a otras para localizar a aquella que nos está dañando. La que cree que no está bien se saca de en medio, eso se llama apoptosis: se mata a sí misma. Cómo se protegen. Es de un altruismo y de una generosidad asombrosa. Todo ello frente a la célula cancerígena que hace lo contrario: se sabe mal hecha, “no soy igual que la célula de la que vengo, y ahora va a venir un tipo que me va a destruir porque no hago bien mi trabajo, voy a ver cómo lo puedo engañar”. Y empieza a engañar a todo el cuerpo: al sistema inmunológico, a los anticuerpos, a todo. Empieza a crear su propio sistema circulatorio. De ahí viene la palabra cáncer: cáncer es cangrejo. Donde hay un tumor cancerígeno hay una especie de patas de cangrejo, que son las terminaciones circulatorias que va creando el tumor para autoabastecerse de sangre. Y empieza a ir por libre. Le importa un carajo hacer daño a todos los demás: esa célula va a su interés, a mantenerse ella. Eso lo trasladas al cuerpo social y es lo mismo. El egoísmo acaba con lo mejor. Del cuerpo social y del cuerpo biológico.

Julia Otero entrevista a Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina en el programa de TVE 'Entrevista a la carta', en 2012.
Julia Otero entrevista a Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina en el programa de TVE 'Entrevista a la carta', en 2012.

P. Contó en El Hormiguero que llegó a pedir perdón a sus células.

R. [Sonríe] A las buenas. Le daba aliento a mis células buenas para que resistieran la agresión a la que las sometía. Y sí, les pedía perdón. Estaba en el box, a punto de empezar un ciclo de la quimio, y pensaba en que hay millones de células que van a morir para poder salvarme. Justas por pecadoras. Pero hay otra poética.

P. ¿Cuál?

R. Las células buenas, las que no mueren por la agresión, como son células maduras y competentes, saben autorrepararse. En cambio, una célula cancerígena no sabe por dónde empezar y muere. Las malas mueren, las buenas encuentran el camino de la recuperación.

P. Está informada.

R. La información para mí fue una tabla de salvación. Tomas conciencia de tu cuerpo. ¿Ahora por qué me salen llagas en la boca? ¿Por qué tengo este dolor aquí? ¿Por qué se me cae el pelo? Saberlo todo en todo momento me ayudó. Hay gente que escoge no saber; gente a la que le dan un sobre cerrado al salir del TAC y se lo entrega al oncólogo. Yo no. Cada uno tiene su estrategia.

P. ¿Llegó a pensar esa cosa tan humana de “cómo me recordarán”?

R. No hizo falta. Cuando me diagnosticaron ya viví mi entierro. Cuando lo hice público, concretamente. Y la reacción que hubo, lo que encontré en los medios y las redes sociales (aunque hubo tres o cuatro que dijeron “ojalá se muera”, pero a quién le importa esa gente) me hizo tener una idea de lo que se diría si me hubiera muerto. Fue una forma de vivir en vida mi desaparición. Fue, dentro de lo macabro, muy agradable leer lo que leí. No será muy distinto cuando ocurra.

P. Dentro de muchos años.

R. No serán tantos. Me falta el bazo, me falta la vesícula, me falta la tiroides, me faltan 40 centímetros de intestino. ¡Me falta de todo! [Ríe] Me quedan cuatro cosas esenciales, y con eso tiro.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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