Las pesadillas que deja el cambio climático en España
Las sequías, incendios, olas de calor e inundaciones se intensifican por el calentamiento. Un equipo del CSIC ha diseccionado por encargo de Greenpeace los nueve eventos más extremos vividos recientemente y que han marcado a quienes los sufren sobre el terreno: estas son sus historias
En los 58 años de vida del ganadero José Manuel Benítez nunca había visto en la sierra de Huelva una sequía como la de 2022. A Teresa Navarro le entraron 170 centímetros de agua en su pub de Catarroja en la dana de 2024. La jornalera onubense Ana Pinto sabe lo que es trabajar dentro de un invernadero en una ola de calor como la de 2023. Fina Gómez todavía no se ha recuperado del dragón de fuego que arrasó Las Médulas este verano de 2025.
Lo que vivieron no es el calor de siempre, ni la gota fría de siempre, ni los incendios de siempre, ni la sequía de siempre... Porque, como avisa la ciencia desde hace décadas, el cambio climático hace más intensos estos fenómenos meteorológicos extremos. Y no es algo que vaya a ocurrir en el futuro, sino que ya está pasando. Un equipo de científicos del CSIC, por encargo de la organización ecologista Greenpeace, ha seleccionado los eventos meteorológicos extremos de más impacto y más recientes en España. Como explica el físico David Barriopedro Cepero, coordinador del estudio, en los 10 casos estudiados el cambio climático ha tenido influencia. En nueve, los hizo más duros. Y en uno, el temporal de frío de 2021, frenó la bajada de las temperaturas.
El informe de atribución de todos estos eventos parte de una pregunta: ¿cómo hubieran sido sin el cambio climático que el ser humano ha provocado con la quema de los combustibles? Para responderlo no han retrocedido hasta el inicio de la era industrial, el momento en el que se empezó a usar de forma masiva el carbón primero y luego el petróleo y el gas. Sino que han comparado el clima actual en España con el del periodo 1961-1991, para acercarlo todavía más a lo ciudadanos. Y la conclusión es que si estas nueve sequías, olas de calor, inundaciones e incendios hubieran ocurrido en esa España de solo hace tres o cuatro décadas habrían sido menos intensos. “El cambio climático ya no es una amenaza futura, sino una realidad que condiciona nuestro presente”, advierte Greenpeace.
José Manuel Benítez, ganadero
Sequía de 2022
El déficit hídrico aumentó un 23% debido al cambio climático. Casi un tercio del país sufrió sequía intensa, cuatro veces más que en 1961-1992.

José Manuel Benítez es un ganadero ecológico de Alájar, en la Sierra de Huelva, con 50 vacas y cerca de 35 cerdos ibéricos, en extensivo, que se alimentan de pastos y de bellotas en el campo. Desde pequeño cuando empezó en esto con su padre ha sido testigo de unas cuantas sequías, pero no puede olvidar la de 2022, que afectó a cerca de un tercio del país, de mayo a julio. “En mis 58 años, fue la primera vez que tuvimos que echar de comer a los animales desde la primavera, que es cuando más comida suele haber en esta zona, hasta el otoño siguiente”, comenta. “No había comida y tampoco teníamos forma de comprarla, pues además se especuló mucho con la paja, el heno y los piensos, los precios se dispararon”. “Fue un año muy duro, de los peores que he conocido (...) Tampoco había agua, hubo gente que tuvo que vender el ganado porque no tenía cómo darle de beber o no le compensaba económicamente pagar camiones cisterna aparte del pienso”, recuerda.
El estudio de atribución del CSIC analiza tres episodios de sequía repentina vividos en España en la última década: la de primavera y verano de 2022, la de la primavera del 2023 y la del verano de 2023. En el primer caso, los científicos concluyen que el déficit hídrico medio aumentó un 23% debido al cambio climático, en el segundo un 25% y en el tercero un 10%. Además, la superficie del país afectada se multiplicó por cuatro en el primero de los episodios, y por dos en los otros casos.
“El cambio climático es muy visible en el medio rural, se nota muchísimo, hay una diferencia enorme entre las sequías de los últimos años y las que había en el pasado”, recalca Benítez desde su experiencia personal. En la sierra de Huelva la pluviometría siempre ha sido muy alta, y recuerda que, cuando era niño, había zonas que siempre se inundaban. “Ya no pasa, y manantiales que brotaban todo el año ahora se secan en verano”. “Hay que tomar medidas porque, además de la sequía, esto empeora con las lluvias torrenciales, las granizadas fuera de tiempo”, advierte.
Teresa Navarro, dueña de un pub en Catarroja
Dana de 2024
El cambio climático aumentó la intensidad de las lluvias hasta casi 10 mm en algunas zonas (un incremento del 20%). La superficie con más de 60 mm de precipitación se duplicó

Teresa Navarro (53 años) vive en el municipio de Catarroja, justo al lado del barranco del Poyo, la rambla por la que avanzó la riada que se llevó la vida de la mayor parte de las 229 víctimas mortales de la dana de 2024. Aquel 29 de octubre, poco antes de que llegara lo peor de la catástrofe, ella vio que bajaba mucha agua por el cauce y se fue corriendo a la cercana casa de sus padres, los dos enfermos de alzhéimer, al tiempo que llamaba a sus familiares y amigos para avisarles de que tuvieran cuidado. “Tuve que cruzar al otro lado del barranco, que iba hasta arriba, con una fuerza tremenda, daba mucho miedo”.
Poco después, ocurrió el desastre. Ella no perdió a ningún ser querido, tampoco se vio afectada su casa, pues vive en un quinto piso. Aun así, estuvo dos días incomunicada con sus padres, separada de su marido e hija. Y cuando salió se encontró con un escenario de guerra: “Fue como si nos hubiera caído una bomba encima”. “En la familia perdimos todos los coches, no se salvó ninguno; mis padres tuvieron que dejar de ir al centro para enfermos de alzhéimer porque se inundó; mi hija tampoco pudo seguir yendo al instituto de Catarroja, que acabaron derribándolo; a mi hermana la desalojaron y se vio obligada a venir a vivir con nosotros; y luego está lo del pub”.
Ella y su marido son los propietarios del pub Titto Barroco, un bar de copas de Catarroja que tardaron cerca de ocho meses en reabrir. Al principio, parecía que se había salvado de lo peor, pero como ocurrió a muchas de las personas que sobrevivieron a la catástrofe, según pasaban los días fueron notando los destrozos, los de fuera, en el pueblo, y los de dentro de ellos mismos. “En el pub nos entraron 170 centímetros de agua”.
En el caso de esta gota fría, según el informe, el calentamiento global hizo que las lluvias fueran un 20% más intensas, entre otros indicadores. La idea cuando Greenpeace hizo este encargo al equipo de CSIC de este informe era centrarse en los diez eventos meteorológico de más impacto socioeconómico y con más superficie afectada de España en el país. Pero todas las catástrofes que han analizado se han producido en los últimos años. Simplemente, porque los zarpazos del cambio climático se están notando más ahora a medida que el calentamiento avanza, explica el científico Barriopedro.
Aparte de los fallecidos, fueron miles los afectados que todavía no se han recuperado de la pesadilla de la dana de hace un año, que aún siguen sin ascensor o que llevan a sus hijos a estudiar a barracones. “Hemos llegado a pensar en marcharnos a otra zona, pero aquí es donde está nuestra gente, nuestra vida”, recalca Navarro. “Además, no hay ningún sitio seguro. Llevamos unos años con la temperatura del mar demasiado alta, las noches con el mismo calor que por el día, con las lluvias torrenciales de siempre, pero ahora peor”.
Ana Pinto, jornalera
Ola de calor de 2023
La ola de calor fue 2,2 grados más cálida de lo que habría sido en 1961-1992. Las temperaturas extremas afectaron a un tercio del país, casi cuatro veces más territorio

Barriopedro explica que en las olas de calor, más duras y frecuentes ahora, es donde mejor se aprecia la señal del cambio climático, y donde existe más literatura científica de atribución. Y en lugares como España es algo de lo que pocos se libran. Ana Pinto (38 años), de Escacena del Campo (Huelva), ha sido jornalera cerca de 16 años y sabe lo que es estar dentro de un invernadero recogiendo frutos rojos en plena ola. “Recuerdo estar trabajando bajo los plásticos y ver termómetros que han llegado a marcar 52 grados”. De la ola de calor de entre el 17 y el 25 de agosto de 2023, una de las tres que analiza el estudio del CSIC, se acuerda perfectamente, aunque entonces ya no recogía fruta, pues dejó de encontrar trabajo cuando empezó a protestar y reclamar mejores condiciones laborales. “Me cerraron todas las puertas”, lamenta. Ahora habla por todas las demás que no pueden dar la cara por las represalias, por las que asegura que sí trabajaron dentro de los invernaderos en aquella ola, como representante de Jornaleras de Huelva en Lucha.
Ella reconoce que la situación ha mejorado mucho en los últimos años, según se ha ido concienciando sobre el impacto del calor extremo en la salud. De hecho, en aquella ola de calor se contabilizaron 674 muertes atribuibles a las altas temperaturas, 1.330 si se consideran también las defunciones de los seis días posteriores (la gran mayoría de estos fallecimientos suelen ser personas mayores con patologías que se agravan, aunque a veces también se trata de trabajadores afectados por golpes de calor).
Sin embargo, el calor impacta de otras formas a mucha más gente. A pesar de las mejoras, Pinto cuenta cómo las temperaturas extremas pueden convertir el trabajo en un infierno. “A veces te dan desmayos y hay mucha gente que no va a beber por no perder tiempo, por las listas de productividad, para que no la riñan, a más de 50 grados debajo de un plástico”, recalca. “¿El cambio climático? Cuando te pones a hablar con las vecinas en la calle, cualquiera te habla de cómo se nota el mayor calor en verano, si para ellas resulta evidente, cómo no van a sufrirlo más las jornaleras bajo los invernaderos”.
Ese calentamiento del que hablan las vecinas del pueblo de Huelva hizo que la ola de calor de 2023 fuera hasta 2,2 grados Celsius más cálida de lo que habría sido de producirse en el periodo comprendido entre 1961 y 1992. En el caso de otra de las olas analizada por el CSIC, la de julio de 2022, fue 1,3 grados. Además, el informe también estudia la de agosto de este año, que fue 2,2 grados más intensa debido al cambio climático.
Fina Gómez, dueña de restaurante en Las Médulas
Incendios de 2025
El riesgo medio de incendios aumentó un 15% debido al cambio climático. La superficie con condiciones de riesgo muy alto se incrementó en más de un 10% y el área con riesgo extremo se triplicó

En la pedanía de Las Médulas, en León, Fina Gómez (62 años) todavía no se ha repuesto del golpe de este verano. Ella tiene un restaurante, Agoga, a la entrada de Las Médulas, el increíble paisaje de la antigua mina de oro romana devorado por uno de los fuegos del desastroso agosto. “Confiábamos que al ser Patrimonio de la Humanidad estábamos protegidos, que vendrían aviones o lo que hiciera falta para apagar las llamas, pero lo que vimos fue un descontrol total y absoluto”. Según cuenta, al principio era un fuego muy pequeño que pensaron que se extinguiría pronto, pero considera que fueron múltiples negligencias las que provocaron que se convirtiera en algo gigantesco. “Era un dragón echando llamas por todos lados”.
Los investigadores del CSIC han analizado dos episodios de fuego, uno en julio de 2022 y otro en agosto de 2025. Y, entre otras cosas, concluyen que el cambio climático incrementó el riesgo medio de incendios en España durante esos episodios en más de un 15%.
Pero Fina Gómez no menciona el cambio climático, sino que prefiere poner el foco sobre la gestión y critica que no se hubiera desbrozado la zona ni se hubieran adoptado muchas más precauciones. “El fuego se ha llevado todas nuestras ilusiones, se han quemado castaños centenarios que nos dejaron nuestros antepasados”, se lamenta. “Es una vergüenza lo que ha ocurrido”.
¿Y Filomena?
En el listado de los diez peores fenómenos extremos que han afectado a España en la última década los autores han incluido también el histórico temporal que azotó a una buena parte de la Península ibérica en enero de 2021, conocido como Filomena. "Cada vez que hay un temporal de frío los negacionistas dicen que eso es que no existe el calentamiento global", apunta Barriopedro. Pero que el planeta esté en medio de un cambio climático causado por el ser humano no significa que en España no vaya a haber olas de frío. A lo que apunta la ciencia es a que serán menos intensas. Así ocurrió con Filomena. Las mínimas registradas durante aquel episodio fueron de media 1,3 grados más cálidas de lo que hubieran sido en el periodo 1961-1991. Y el frío intenso hubiera afectado a la mitad del país, y no a algo más de un cuarto, como ocurrió hace cuatro años. "En ciudades como Madrid, Albacete o Ciudad Real, las temperaturas fueron casi 2 °C más altas de lo esperado", añade el estudio.
Barriopedro confía en que los informes de atribución se empiecen a utilizar como herramienta para la toma de decisiones, por ejemplo, en la planificación o la adaptación al cambio climático. En cualquier caso, sostiene que estos análisis ya contribuyen a hacer "una labor de concienciación importante".

