Defensa de las energías renovables: ¿Considera esto una agresión intolerable al paisaje?
Dar alas a quienes quieren desmantelar la transición energética es peligroso, más aún en el actual clima de trumpización

Es bien sabido que las energías renovables, como los paneles fotovoltaicos, aportan energía limpia, pero también tienen un impacto visual. Observe la imagen que acompaña esta tribuna: ¿Considera esto una agresión intolerable al paisaje o una alteración asumible por el beneficio que aporta?
Esta pregunta muestra un dilema sobre el progreso y las tensiones entre conservación y desarrollo. Ahora bien, la imagen no muestra paneles solares, sino una plantación de manzanos bajo mallas antigranizo en La Rasa (Soria). No sé si esta aclaración cambia su opinión, pero tengo claro que la agricultura y las energías renovables comparten tres características: ambas son necesarias, necesitan terreno y tienen impactos ambientales.
Mis reflexiones alrededor de las energías renovables comenzaron en los años 90, cuando despertó mi vocación ecologista. Entonces, el horizonte energético era tan negro como el carbón que lideraba año tras año la generación eléctrica. Las energías eólica y solar eran promesas demasiado bonitas para ser verdad y aunque algún país empezaba a instalarlas, en España apenas existían. Hablar de transición energética sonaba utópico. Nos sentíamos “soldados derrotados de una causa invencible”, en palabras de Pedro Casaldáliga, eterno defensor del pueblo indígena del Amazonas. Y, sin embargo, el tiempo nos dio la razón. Esa misma década comenzó el impulso eólico que cambiaría el rumbo energético de nuestro país. Hoy la eólica genera más electricidad que cualquier otra fuente y las renovables en conjunto cubren más de la mitad de la demanda.
Las renovables pasaron de ser una utopía minoritaria para convertirse en negocio a gran escala; una victoria rotunda del ecologismo y posiblemente su mayor hegemonía cultural, tomando prestado el concepto gramsciano. Incluso después del apagón y las mentiras vertidas sobre las renovables desde los sectores fósil y nuclear, solo 1 de cada 10 españoles reduciría la inversión en solar o eólica. Pero la irrupción del gran capital en el sueño renovable ha sido difícil de digerir para muchos. Mientras que el sector mayoritario del ecologismo ha adoptado una actitud pragmática y de realpolitik, exigiendo garantías ambientales y sociales en cada instalación, una parte nada despreciable ve más peligros que ventajas.
Muchas de sus críticas son legítimas, como el riesgo de confiar toda la transición a avances tecnológicos, descuidando cambios más profundos de modelo, o el excesivo protagonismo de las empresas en el trazado del nuevo sistema energético. Pero, a mi juicio, cometen un error al invalidar casi cualquier desarrollo renovable. A menudo adoptan posiciones maximalistas, rechazando propuestas (bomba de calor, coche eléctrico, renovables, etc.) por no ofrecer una solución inmediata y perfecta. O recurren a falsedades (fake news), como que podemos abastecernos de electricidad solo con paneles solares en tejados o que las instalaciones sobre el terreno contaminan con metales y provocan temperaturas infernales. Otros aplican la “ley del embudo”: el mínimo inconveniente de las renovables las invalida, pero se omiten los graves efectos de su alternativa, los combustibles fósiles.
Este pequeño sector del ecologismo se ha esforzado en llegar al medio rural, al que dice querer “salvar” de macroproyectos (el prefijo macro es clave a nivel emocional sin importar el tamaño real del proyecto). Sirva de ejemplo la reciente manifestación para “Salvar el mundo rural agredido”. Me sorprendió estar en completo desacuerdo con su manifiesto, que presenta la transición energética como un ataque al mundo rural, en una crítica sin matices que ni siquiera valora el autoconsumo o las comunidades energéticas. También resultan llamativas sus omisiones: no hay ninguna referencia a prácticas agrícolas insostenibles. Por ejemplo, se acusa a centros de datos (prácticamente inexistentes hoy) de desecar acuíferos, pero se omite que la agricultura consume el 80% del agua de España. También se señala a las renovables como destructoras de “paisajes milenarios”, con la tranquilidad que da acusar sin citar ejemplos concretos que obliguen a explicarse, y sin incluir una sola referencia a paisajes y ecosistemas realmente agredidos, y no precisamente por la transición energética, como el Mar Menor o Doñana. Se critica que un territorio genere más electricidad de la que consume, llegando a denominarlo “colonialismo energético”, pero las exportaciones de aceite, vino o coches son bienvenidas y, curiosamente, no colonialistas. Este argumentario, en línea con otros de plataformas similares, ignora que estamos ante un juego de suma cero: a menos renovables, más combustibles fósiles.
En el ámbito político, estos argumentos cautivan a una pequeña parte de la izquierda, que los asume porque encajan con su ideología. Pero quienes realmente sacan beneficio de las críticas a la transición ecológica son la derecha y la extrema derecha, que abanderan el mismo discurso desde otros flancos y cuentan con amplio apoyo en el mundo rural. No en vano, el voto de los trabajadores agrícolas está 24 puntos más a la derecha que la media. Los medios e influencers más conservadores reciben con los brazos abiertos el argumentario antirrenovable, ya que engarza perfectamente con sus propuestas, incluidas las contrarias a la Agenda 2030. Esto explica el esperpento de ecologistas fotografiándose con SOS Rural, una agrupación de entidades tan preocupadas por la sostenibilidad como la Asociación Gallo Combatiente Español o la Asociación Internacional de Tauromaquia. Dar alas a quienes quieren desmantelar la transición energética es peligroso, más aún en el actual clima de trumpización, donde el consenso climático europeo se erosiona lentamente.
Podría parecer que este debate plantea enfrentamientos entre usos agrícolas y energéticos, pero es rotundamente falso. Un solo dato debería servir para zanjar la cuestión: todas las renovables planificadas para 2030 necesitan apenas el 0,8% del territorio español.
En mi ámbito, el energético, lo verdaderamente reseñable del momento actual no es lo que ya hemos conseguido, sino las herramientas para multiplicar esos logros: tecnologías renovables baratas y eficientes, que hace tiempo dejaron de ser la utopía de unos pocos para convertirse en una esperanza climática, económica y de desarrollo.
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