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Dana en España
Tribuna
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Qué hacer y qué no para la próxima dana

El profesor de Geografía Física en la Universidad de Zaragoza cree que es necesario priorizar la salud de los ciudadanos y del medio ambiente sobre el desarrollo económico

Dana en España
Bomberos y operarios destapan el alcantarillado en una calle de Paiporta, en Valencia.ÓSCAR CORRAL

La catástrofe originada por la dana de finales de octubre ha tenido cuatro causas muy claras, todas ellas de responsabilidad humana: un nuevo clima antropogénico, un desarrollo urbano mal planificado, una ingeniería tradicional fallida y la desinformación y tardanza en los avisos. Todo ello es muy probable que se repita en el futuro en el territorio valenciano o en cualquier otro. Habrá eventos como este y puede que mayores y más frecuentes. Por ello, es preciso reflexionar y lanzar ideas basadas en la prudencia y la adaptación, porque es urgente tomar medidas para evitar víctimas mortales en esos episodios futuros. En mi opinión habría que seguir las siguientes líneas de acción:

Protocolos de información y alerta más rápidos y contundentes. Contamos con una buena base de información (AEMET, SAIH), que debería ampliarse, en especial en cuencas de ríos secos y barrancos. Pero desde ahí hay que desarrollar un protocolo de alerta rápido que alcance a todas las personas expuestas y que implique medidas taxativas y contundentes.

Educación en el riesgo y la emergencia. Es fundamental que llegue a toda la sociedad y que esté perfectamente asumida y entrenada por la población directamente afectable. Incluye memoria histórica, educación ambiental, protocolos de emergencia y procedimientos de evacuación y de gestión postdesastre.

Estudios científico-técnicos en actualización continua de análisis e interpretación de datos meteorológicos e hidrológicos (los cálculos antiguos ya no sirven), de su evolución y tendencias y de la cartografía de áreas inundables, y que todo ello se aplique en los planes de gestión del riesgo, también en revisión permanente.

Implementar cambios urgentes en la ordenación del territorio, el urbanismo y las formas constructivas para permeabilizar el territorio y las ciudades. Hay que priorizar la salud humana ambiental sobre el desarrollo económico. Derribar edificios en las zonas de máximo riesgo, indemnizando y trasladando a la población afectada. Trasladar todos los edificios y equipamientos públicos fuera de las zonas inundables. Promover barreras portátiles en calles y edificios que sigan en espacio inundable. Desurbanizar zonas inundables urbanas y periurbanas, recuperando espacios de inundación libres de obstáculos. Permeabilizar barrios urbanos inundables con espacios verdes permeables e infiltrantes y estanques para almacenar agua. Prohibir nuevas construcciones y desarrollos en zonas inundables. Redimensionar los puentes dándoles mayor capacidad.

Implantar soluciones basadas en la naturaleza en todo el territorio: descanalizar cauces, devolver su espacio a ríos, barrancos y ramblas, extender áreas laterales de inundación y laminación, eliminar todos los obstáculos humanos de los cauces (presas, estructuras, vados, etc.) y sustituir los vados o badenes útiles por puentes bien dimensionados.

Implantar un extenso plan de empleo público ecosocial en emergencias, gestión de riesgos y gestión de desastres, multidisciplinar y distribuido por todo el territorio. No se pueden dejar estos aspectos en manos del voluntariado. Hay profesionales y especialistas para ello en geografía, geología, biología, ciencias ambientales, sociología, psicología, ingenierías y arquitectura.

Modificaciones normativas y legislativas que consoliden y permitan aplicar todos los puntos anteriores.

Por último, hay, fundamentalmente, tres cosas que no deberíamos hacer nunca más, porque no sirven y se han mostrado claramente fallidas y negativas en diferentes episodios del pasado, incluido este último. En primer lugar, no hay que construir más presas, pues son armas de doble filo, a veces auténticas bombas de relojería, como ocurrió en la catástrofe del camping de Biescas en 1996, y no solucionan nada en los episodios más extremos. El daño que infringen a los ríos aguas abajo es tan grave que perjudica totalmente la propia auto-gestión funcional fluvial de los procesos de crecida e inundación, aumentando la peligrosidad. Además, la falsa sensación de seguridad que causan los embalses es origen de muchas ocupaciones irresponsables de los espacios fluviales. En segundo lugar, no hay que hacer más canalizaciones y encauzamientos que aumentan la velocidad de la corriente, sobreelevan su nivel y generan enormes daños allí donde se rompen o son desbordadas. Son todo lo contrario a imitar el funcionamiento del río. En tercer lugar, es ridículo y lamentable que se planteen continuamente dragados y limpiezas de vegetación, medidas que son claramente inútiles y contraproducentes, que incrementan también la velocidad y los daños, ya que suponen destruir el sistema biogeomorfológico de frenado de los cauces.


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