Lecciones de Canadá: España debe prepararse para el calor extremo
El calentamiento global no solo se traduce en la tendencia alcista de las temperaturas medias que se observa por doquier, sino también en una mayor frecuencia e intensidad de las olas de calor
Ante la noticia de un récord meteorológico, como las elevadísimas temperaturas registradas esta semana pasada en el oeste de Canadá (Columbia Británica) y el noroeste de Estados Unidos, la tentación mediática es vincular su ocurrencia al cambio climático. La cuestión es, sin embargo, compleja y exige un análisis estadístico riguroso, que no siempre es concluyente. Por una parte, ha de tenerse presente que un determinado estado climático no solo es representado por los valores de las variables climáticas próximos a las medias, los más frecuentes; sino también por los valores alejados de ellas, extremos, poco frecuentes. Siempre ha habido años, meses y días fríos o muy fríos y otros cálidos o muy cálidos, los cuales componen, junto con los años, meses y días normales, un determinado clima.
Por otra parte, es fácil demostrar que la probabilidad de batir un récord meteorológico en un territorio amplio es alta. Los récords meteorológicos se baten con frecuencia sin que ello permita afirmar que se hayan producido cambios en el clima. Esto es así porque son varias las variables meteorológicas objeto de estudio (temperatura, precipitación, velocidad del viento, etcétera), diversos los intervalos temporales considerados (hora, día, mes, año), variados los períodos observados (la última década, en 30 años, un siglo, etcétera) y muchos los lugares con estaciones meteorológicas.
Los récords absolutos, es decir, los valores más altos o más bajos jamás registrados, exigen prudencia a la hora de atribuirlos al cambio climático. Aun así, la temperatura máxima absoluta que se ha batido en el oeste de Canadá, donde se llegaron a rozar los 50 grados centígrados, concretamente, 49,6º en Lytton, a poco más de 150 kilómetros al noreste de Vancouver, constituye un récord difícil de imaginar hasta ahora para un lugar en el paralelo 50ºN. Otras estaciones meteorológicas de la Columbia Británica batieron también sus récords desde que tienen registros, a los que siguieron incendios devastadores. Por la excepcionalidad de estos valores y lo inusitado de la situación atmosférica, cabe vincular esta ola de calor al calentamiento global, a falta de su confirmación mediante el análisis estadístico.
El calentamiento global no solo se traduce en la tendencia alcista de las temperaturas medias que se observa por doquier, sino también en una mayor frecuencia e intensidad de las olas de calor. Estas y las sequías constituyen los dos riesgos más graves del cambio climático en España, además del aumento del nivel marino. Las temperaturas máximas absolutas de nuestro país se han registrado en el valle del Guadalquivir, rozando los 47 grados, como el valor de 46,9º que la Agencia Estatal de Meteorología midió en el aeropuerto de Córdoba, el 13 de julio de 2017 (en la cercana población de Montoro el termómetro llegó hasta los 47,3), inferior, de todos modos, al récord canadiense, en un lugar mucho más septentrional.
El exceso de calor aumenta la morbilidad y la mortalidad, constituyendo un problema de salud pública. Por las latitudes que ocupa el territorio español y la proximidad del desierto del Sáhara, y a la vista de las proyecciones de temperatura, hay que estar preparados ante la posibilidad de que en las próximas dos décadas en algún lugar de España los termómetros puedan enfilarse hasta cerca de 50 grados y que rebasar los 40 deje de ser noticia por lo frecuente. Algunas ciudades, como es el caso de Barcelona, ya preparan o disponen de refugios climáticos, sea al aire libre (parques con mucha vegetación y fuentes y láminas de agua) o en espacios cubiertos (escuelas y edificios públicos acondicionados), para acoger a las personas durante las horas más calurosas de la jornada.
Aunque por las noches la temperatura desciende, si no lo hace suficientemente, el descanso se ve dificultado y la salud de las personas mayores o con enfermedades crónicas se resiente mucho. En los centros de nuestras ciudades, donde al calor general se añade el plus térmico de las llamadas islas de calor urbanas, las noches se hacen insufribles, con el deterioro de la salud de los citados grupos de personas, sobre todo si están en condiciones de pobreza energética, sin la posibilidad de usar un aparato de aire acondicionado.
Ampliando la óptica, se impone una rápida transición energética que sustituya los combustibles fósiles por las energías renovables, libres de emisiones de gases de efecto invernadero. Con un enfoque geográfico, integral, de la problemática, la transición energética no debe reducirse a la citada sustitución, a la obligada eficiencia energética y a las necesarias mejoras tecnológicas, sino que debe garantizar el reequilibrio del territorio y la equidad social. Si los espacios de la España despoblada (mal llamada vaciada) acogen parques eólicos y plantas solares, deben recibir su justa compensación en recursos, empleo y nuevas oportunidades. De igual manera, ¿de qué valdría una transición energética que dejara abandonados a los sectores más desfavorecidos de la población, en situación de pobreza energética, expuestos incluso a un desenlace prematuro fatal?
Javier Martín-Vide es catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona.
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