Dalí: de Freud a Heisenberg
Tras la explosión de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima un 6 de agosto de 1945, el átomo pasa a ser objeto de reflexión para el pintor
En el principio de los tiempos, la rebelión de la nada contra sí misma dio origen a la materia. Por ello, la composición atómica de la materia no elude el vacío; sino que el vacío forma parte de la misma. De no ser así, las partículas no podrían flotar llevadas por fuerzas mutuas de atracción y repulsión.
Desde que los representantes de la escuela griega atomista (Leucipo, Demócrito, Epicuro) tuvieron la necesidad filosófica de explicar la realidad a partir de una unidad final indivisible, desde aquel tiempo, hasta la cercana contribución de Heisenberg con su formulación del principio de incertidumbre, la unidad más pequeña de materia ha venido danzando por toda la teoría física, siguiendo una coreografía que ha revolucionado nuestra manera de entender el mundo. Si rastreamos los pasos de baile de esta danza encantada, nos encontramos con Salvador Dalí y con su juego de espejos sobre la materia para mostrarnos que misterio estético y rigor científico son determinaciones determinantes que, a su vez, vienen determinadas por la misma naturaleza de las cosas.
Fue tras la explosión de la bomba atómica Little Boy, lanzada sobre Hiroshima un 6 de agosto de 1945, cuando el átomo pasa a ser objeto de reflexión para el pintor. Una mezcla de atracción y pánico llevan a Dalí a entrar en una nueva etapa pictórica, un rito de paso que se ha venido a bautizar como época místico-nuclear, y donde destacan obras como Leda atómica (1949) o Galatea de las esferas (1952).
Abandonando el surrealismo, y avanzando a través de la teoría cuántica, Dalí salta de Freud a Heisenberg sin perder de vista el realismo de los maestros renacentistas; de hecho, en Galatea de las esferas, el rostro atomizado de su esposa Gala nos recuerda el rostro de una de las vírgenes que pintaba Leonardo da Vinci . Es en este trabajo donde nos podemos aventurar a encontrar similitudes con el postulado del científico inglés John Dalton que iluminaba la composición de la materia en una imagen de partículas indivisibles, igual a diminutas esferas.
Sin perder el hilo de la tradición renacentista, no hay que olvidar que el tema mitológico llevado a la pintura profana es otra de las características pictóricas del Renacimiento, tradición que Dalí recoge en su cuadro Leda atómica, donde nos presenta a su esposa y musa, Gala, dejándose seducir por Zeus encarnado en un cisne. Se trata de una composición donde todo aparece suspendido en el vacío, incluso el mar, que flota sobre la arena de igual manera que los electrones flotan alrededor del núcleo atómico.
La coreografía de las partículas, su danza flotante, es captada por el pintor catalán desde el mismo momento en el que su sensibilidad se vio afectada por la onda expansiva de la bomba atómica. La naturaleza escondida en la materia, o mejor dicho, la unidad más pequeña de materia escondida en la naturaleza de las cosas es descubierta por Dalí en un momento trágico para la historia de la ciencia, cuando el avance de la misma se convierte en retroceso y sirve para negar al sujeto.
Desde ese preciso instante, Dalí entra en una nueva etapa pictórica para mostrar que, bajo la realidad aparente de las cosas, subyacen los átomos encantados de la rebelión original; la que mantuvo la nada contra sí misma para dar origen a la materia.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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