Ramón Griffero, dramaturgo: “El arte, en sí, siempre es minoritario, porque es un espacio de resistencia”
El laureado autor chileno publica, a los 70 años, su primera novela, que lleva el mismo título que su primera obra teatral: ‘Ópera para un naufragio’
El dramaturgo Ramón Griffero Sánchez (Santiago, 70 años) vive desde hace 25 años en una casa centenaria de calle Román Díaz, en el muncipio de Providencia, al oriente de la capital chilena. Fue construida en 1907, cuenta el premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales 2019, y remodelada en los años 40, con lo que el modernismo del Art Déco pasó a convivir con un patio interior de tipo colonial, emparronado al fondo, vecino muy cercano -eso sí- de un edificio de altura. Allí se instala el autor de la legendaria Cinema-Utoppia, acompañado de la maqueta de un libro que es nada menos que su primera novela, Ópera para un naufragio (Cuarto Propio, 2024), que se llama igual que su primera obra, aunque se trate de naufragios distintos, ahora con base en una historia familiar.
Su padre fue, en efecto, un náufrago: en 1944, José Griffero inició como grumete su viaje de instrucción en la fragata Lautaro, que tras ser el buque escuela de la marina mercante del Tercer Reich se convirtió en el buque escuela de Armada de Chile. Sin embargo, en febrero de 1945, un incendio frente a las costas peruanas significó la muerte de 20 tripulantes y el hundimiento de la nave. No es la historia que se dedica a contar en la novela, pero está en el origen.
Ambientada en los años de la Segunda Guerra Mundial, la novela autoriza “un paralelo con nuestra época”, piensa el autor: “Una época de guerra, donde no podremos cumplir nuestros anhelos —la libertad, la igualdad, la fraternidad—, porque siempre está la guerra, siempre está el crimen”. Porque el problema, finalmente, “es de la humanidad: todos esos deseos de ‘nunca más guerra’ son deseos de Miss Universo”.
No es, eso sí, el único tema para Griffero. A propósito de las discusiones sobre la cultura, por ejemplo, piensa que en la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) “existió una cultura y existía el arte, pero un arte que blanqueaba a la dictadura. Todos los museos estaban abiertos, todos los teatros estaban presentando obras, había ferias del libro y festivales de música, había teleseries con sus actores. Entonces, tú podías decir, ¿dónde está la censura? Bueno, es que ahí parte el neoliberalismo cultural en Chile: ‘usted puede hablar de todo, pero usted no puede decir que se está torturando”.
Pregunta. Cuando dice “arte neoliberal”, ¿es porque se da en cierto contexto o porque tiene determinadas características?
Respuesta. Cada régimen genera un arte oficial: para un régimen comunista, hubo un arte comunista que hablaba del comunismo, los fascistas tenían un arte fascista, etc. En el neoliberalismo hay un arte de mercado cuyo fin es el lucro: hay una creación que está determinada, que no nace del alma, sino del lucro. Escribamos una novela que se trate de esto que le gusta a la gente; hagamos una película de esto, porque esto vende. Y el arte, en sí, siempre es minoritario, porque es un espacio de resistencia, mientras el arte mayoritario es el arte de mercado.
P. ¿No es legítimo pretender conectarse con un público, querer llegar a mucha gente?
R. El arte minoritario también quiere llegar a esa gente, pero, ¿cuál es la diferencia? Que el arte neoliberal tiene difusión, y no hay libertad de expresión sin difusión. Nadie puede amar lo que no conoce. Para que la gente pueda ir a una librería y encontrar mi novela, tiene que haber una gran difusión. Y el arte no tiene los medios.
No se saca nada con hacer una película súperbonita si nadie sabe que existe. ¿Y cómo hago para que esa película exista? Tengo que pagar publicidad, aunque sea en las redes sociales, pero ahí no basta. Y mientras tanto, el arte de mercado tiene asegurada su publicidad: como no es crítico, puede ser invitado a todos los programas, y además tiene respaldos de lo que llaman industrias culturales, pero el arte minoritario no es industria.
P. ¿Hay una posible conexión virtuosa entre esos dos mundos?
R. El arte de mercado se nutre del arte minoritario, y eso es lo terrible: no le interesan los contenidos del arte minoritario, porque pueden ser subversivos, pero sí le interesan sus formas, como la moda. En la moda, alguien ve a un chico punk en la calle, lo fotografían y después H&M hace las chaquetas de cuero. Entonces el arte, cuando es industria, anda buscando qué promover.
P. Y quienes no son industria, ¿están condenados?
R. No están condenados porque, paradójicamente, el arte es lo que más deja más huellas, es lo que se vuelve más patrimonial, mientras lo de mercado se desvanece: ves una película de Netflix, y se te olvidó. En cambio, el arte, como está construido a partir del espíritu de una persona conectada con el espíritu de su territorio, del planeta, sobrevive. Si nadie difundió en su momento a Gabriela Mistral, la poesía misma la hizo crecer. Pero es un proceso más largo que el de la industria cultural, que tiene que vender altiro [de inmediato].
P. Su primera novela se llama igual que su primera obra teatral, de 1981. ¿Hay un parentesco entre ambas, más allá del nombre?
R. La segunda Ópera para un naufragio tiene que ver con la misma sensación que tuve cuando era un refugiado político y estrené esa primera obra en Bélgica: ahí veía cómo todas las aspiraciones y los sueños de juventud naufragaban. Es decir, los que quebraron mi primer sueño destruyeron nuestra última utopía, y yo creo que hoy los jóvenes están sintiendo lo mismo: su sueño, hecho posible por el estallido [social de 2019], fue destruido. Y eso está sucediendo en el mundo ahora: el primer sueño de los ucranianos, de los palestinos, está siendo destruido. Las utopías no logran concretarse.
P. ¿No es connatural a las utopías ser irrealizables?
R. Sí, pero cuando la gente las vive, cuando está en la mitad del estallido, cree que va a poder cambiar las cosas; si no, no estaría ahí, en el medio de la plaza. Hasta uno lo vuelve a creer. Lo que pasa con la utopía es esta cosa adictiva: aunque uno se haya tropezado mil veces y haya tenido mil ejemplos, vuelve la bruta esperanza. La gente siempre cree, siempre hay ilusiones. Por eso digo: nunca se pierde la bruta esperanza.
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