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El Escuadrón 201: los soldados olvidados que lideraron la participación de México en la Segunda Guerra Mundial

El país permaneció al margen del conflicto hasta el hundimiento de sus barcos petroleros. Miles de jóvenes acudieron en masa para ir a la guerra y un sentimiento nacionalista invadió la nación. Solo 300 de ellos lo lograron

escuadron 201
Los 32 pilotos llegan a Filipinas. Este año, 2024, se cumplen 80 años de la formación de la Fuerza Aérea Mexicana (10 de febrero de 1944) y del Escuadrón 201 (8 de marzo de 1944).SEDENA
Erika Rosete

Con un semblante de cansancio y emoción revueltos, cuatro hombres jóvenes sujetan una bomba de 1.000 libras (poco más de 450 kilogramos) con una dedicatoria para el emperador de Japón escrita en pintura blanca: “Para Hirohito con cariño”, de parte del Escuadrón 201. La palabra Tequila y las iniciales FAEM (Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana) signan aquel artefacto gigante sobre el que posan los hombres. La imagen forma parte del archivo fotográfico y testimonial que el historiador mexicano Gustavo Vázquez Lozano ha reunido en su libro Los últimos héroes: la historia no contada del Escuadrón 201 (Debate, 2024). En él trata de rescatar del polvo y del olvido a los 300 mexicanos —30 pilotos, meteorólogos, mecánicos, médicos, operadores de radio, cocineros, dibujantes— que se arrojaron a la hazaña de representar a México en la Segunda Guerra Mundial, después de que el país permaneciera neutral y de que varios de sus barcos petroleros fueran atacados y hundidos en sus costas por parte de buques alemanes. México entraba así a la historia de las Guerras Mundiales y, según el autor, fundaba con su participación las relaciones bilaterales modernas con su vecino del norte, hasta este punto, visto más como un enemigo acérrimo que como un aliado.

Un furor enardecido de nacionalismo recorrió de norte a sur el territorio mexicano durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Eran tiempos difíciles para el país, que salía lentamente de la Revolución y que se indignaba, motivado por una prensa sensacionalista hambrienta de nuevas gestas e historias qué contar. Vázquez Lozano recuerda que, hasta entonces, algunos intelectuales y políticos mexicanos con mucho peso hacían guiños a la ideología nazi con la intención de generar simpatía hacia ese lado de la balanza, hasta que el ataque alemán a los barcos mexicanos torció para siempre la posición mexicana: “El hundimiento de cinco buques, las noticias que llegaban de que los marinos mexicanos habían muerto en la superficie llena de llamas por el petróleo derramado, fue el parte aguas en el sentido de que ya no había duda del lado de quien entrar, si de los nazis o los aliados”.

Se registraron en masa. Jóvenes de todos los Estados de la República, de todas las edades y estratos sociales —el historiador recuerda que entre quienes se enlistaron para participar en la guerra estaban uno de los hijos de Venustiano Carranza, o un sobrino de Francisco I. Madero— hicieron filas infinitas que ni siquiera las estaciones militares podían atender por completo. También sucedió del otro lado de la frontera, con jóvenes mexicano-estadounidenses que anhelaban representar al país en el último tramo de la guerra.

Tras el hundimiento de los petroleros mexicanos, en 1942, una encuesta de la revista Tiempo, reveló que un 80% de la población mexicana estaba de acuerdo en que el país declarara la guerra a Hitler. Y era tanta la efervescencia bélica que exigía la defensa del territorio que muchos jóvenes mexicanos se ofrecieron para ir a pelear a Europa y se formó incluso un ejército de charros con lazos y espadas dispuestos a defenderse de los nazis.

Políticamente, no era una decisión sencilla. El entonces presidente del país, Miguel Ávila Camacho —el último militar en ocupar la silla presidencial— junto con el embajador de Estados Unidos, George Messersmith, veían con sigilo que el fin de la guerra estaba cerca, y que, aunque muy simbólica, la participación de un país como México, que era clave tanto para Alemania como para los aliados, marcaría una diferencia a largo plazo. “La gran aventura del Escuadrón 201 fue una anotación tardía, una pequeña coda mexicana a una conflagración mundial que llegaba a su fin. Los jóvenes no combatieron contra la Alemania nazi ni el fascismo italiano, sino contra el imperialismo japonés en Luzón y Formosa. Su participación fue valiente y honorable, aunque modesta y limitada geográficamente, a las Filipinas y al mar de China”.

Integrantes del Escuadrón 201 muestran una bomba.
Integrantes del Escuadrón 201 muestran una bomba. Este año, 2024, se cumplen 80 años de la formación de la Fuerza Aérea Mexicana (10 de febrero de 1944) y del Escuadrón 201 (8 de marzo de 1944).SEDENA

El largo camino hacia Filipinas

Partieron y volvieron desde la estación de trenes de Buenavista, en la capital mexicana. Fueron despedidos por una multitud emocionada y orgullosa en abril de 1944, que los rodeó en una euforia “parecida a la que provocaban los Beatles”, cuando se dirigieron hacia Estados Unidos para recibir el entrenamiento militar necesario en Texas y en Idaho. Ahí, los jóvenes mexicanos que todavía sentían cierto recelo por sus pares estadounidenses (más capacitados y con más recursos y noción de lo que estaban por enfrentar), fueron también víctimas de racismo y discriminación.

Algunos testimonios rescatados por este libro relatan cómo personas encargadas en restaurantes o sitios públicos se negaban a atenderlos porque eran notablemente más morenos que sus compañeros, o porque los identificaban directamente como mexicanos. “No dogs, no mexicans”, recordaron algunos de ellos haber leído en las entradas de varios lugares.

Sin embargo, el ánimo no decayó, los mexicanos continuaron su entrenamiento mientras que las piezas de la política y la diplomacia jugaban su partida para establecer el lugar y la forma en la que aterrizarían los mexicanos cuya fuerza principal eran sus 30 pilotos, es decir, su especialidad sería el ataque aéreo.

15 de septiembre de 1944: militares estadounidenses en Palacio Nacional

Fue la colaboración y la voluntad política del embajador estadounidense y del presidente Ávila Camacho lo que finalmente catapultó la participación de México en la Segunda Guerra Mundial. Aunque la derrota de Alemania estaba clara, en el Pacífico el imperio japonés, liderado por Hirohito, todavía resistía y controlaba el archipiélago. En una muestra de la colaboración entre dos naciones hasta ahora, confrontadas por la historia y por relatos nacionales antagónicos, durante la celebración del grito de independencia de 1944, en Palacio Nacional sucedió algo inaudito.

Los generales Joseph McNamee y Henry Pratt se unieron al presidente para celebrar el grito. “Bajo las bengalas y sonidos de mariachi, nadie sospechaba que, lejos de la atención del público, el Gobierno mexicano, por indicación de EE UU, exigía a los gobernadores de los estados expropiar las pertenencias y capitales de los inmigrantes japoneses...”, relata el libro.

Las bajas mexicanas y el regreso al país

El entrenamiento de los mexicanos se extendió en tierras estadounidenses hasta febrero de 1945. El 1 de mayo de ese año, y tras un viaje por mar que duró un mes, el Escuadrón 201 llegó a Manila, Filipinas, durante la mañana. Cerca de 80 mil tropas enemigas seguían resistiendo. Fernando Nava y Musa, el más joven del escuadrón, recordó: “Vimos que la bahía estaba llena de barcos hundidos. Nos dijeron que desembarcaríamos al día siguiente en la mañana. Yo esperaba que cuando cayera la plancha el enemigo estaría tirando, que íbamos a tener que bajar corriendo para que no nos mataran. [...] Cuando llegamos a la playa veo una banda de música americana, altas autoridades, una mujer vestida de china poblana, y me pregunté si el barco no se habría equivocado: ¿Dónde está la guerra?”.

Las labores de los mexicanos fueron, sobre todo, de respaldo a las tropas en tierra y lograron acabar con varios objetivos desde el aire. Son conocidas sus maniobras y lo peligroso que significó para ellos volar aviones P-47 Thunderbolt, que, pese a parecer invencibles y poderosos, llegaban a ellos después de una vida de varios años combatiendo en la guerra y con partes dañadas. El deterioro de estos aparatos fue causante de varias de las muertes de los pilotos.

Son 300 los nombres que la historia ha borrado casi por completo. Los jóvenes pilotos, las caras más visibles y heroicas de la gesta, han sido difuminados por el paso del tiempo y por sus muertes. El historiador Vázquez Lozano reflexiona: “Las nuevas generaciones ni siquiera han oído de ellos o los consideran un mito. Mayor desgracia aún es que muchos mexicanos que sí saben del Escuadrón 201 alegan que fue una farsa, que en realidad no combatió o que no viajó al Lejano Oriente, que sus miembros fueron usados como barrenderos en el campamento o que nunca volaron, o que jamás concluyeron su entrenamiento...”, dice. “El Escuadrón 201 hizo por México más de lo que muchos de los nombres que están en letras de oro en el Congreso hicieron jamás. Antes de ellos no podemos hablar de una cooperación entre México y Estados Unidos”.

Desde América Latina, 17 países enviaron personal a EE UU para ser entrenados, pero solo Brasil y México entraron en acción. “Estoy seguro de que nada de esto se hubiera dado si México se hubiera quedado en la comodidad de los países neutrales, o peor aún del lado del Eje, como algunos querían”, dice Lozano.

Durante más de 70 años, no se les prestó demasiada atención. Los supervivientes se empeñaron en conseguir que les dejaran desfilar, aunque solo fuera una vez, en reconocimiento a su servicio. Tras escribir miles de cartas dirigidas a todo el que tuviera alguna relación con el tema, los últimos 16 combatientes que quedaban con vida en el 2015 participaron en el desfile militar que les vio en el foco público por última vez.

Vázquez Lozano concluye: “El Escuadrón 201 permitió que México quedara entre las naciones que perdieron a sus hijos en el campo de batalla, no en el desabrido conjunto de quienes vieron todo desde la cautelosa neutralidad. Y eso hizo un mundo de diferencia”. Y Los últimos héroes: la historia no contada del Escuadrón 201 es una oportunidad para mirar la realidad de aquellos jóvenes mexicanos que estaban convencidos de que podían cambiar el rumbo de la historia.

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Erika Rosete
Es periodista de la edición mexicana de EL PAÍS.
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