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INFORME PNUD CHILE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fronda elitista y la alergia al cambio

La reacción de la derecha intelectual más ideologizada al informe del PNUD sobre Chile es muy sorprendente, a la altura de la ferocidad de la crítica

una manifestación en Santiago de Chile
Manifestantes ondean una bandera chilena durante una protesta de sindicatos trabajadores el 11 de abril 2024.Esteban Felix (AP)

Hace algunas semanas atrás, salió publicado el último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre Chile, cuyo título es ¿Por qué nos cuesta cambiar? Con datos de encuestas a la ciudadanía y a las cuatro élites que la literatura especializada distingue (económica, política, simbólica y social), así como con grupos focales realizados entre finales de 2023 y el primer semestre de 2024, el PNUD retoma el camino de sus informes, varios de los cuales originaron un amplio debate político al momento de ser publicados (por ejemplo el de 1998 sobre el malestar, de 2015 sobre los tiempos de la politización o de 2018 sobre las desigualdades).

En el informe de 2024, lo que sobresale no es tanto lo que el equipo del PNUD califica como un “optimismo decreciente”, sino más bien derechamente lo que mucho se parece a un enorme pesimismo colectivo que va al alza. Pocos entrevistados cifran confianza en que Chile mejorará en los próximos cinco años (27%, lo que contrasta con el promedio de 63% de las cuatro elites). Este dato no debe llamar a sorpresa, ya que entre 2013 y 2023 hay un gran aumento de pérdida de agencia de los chilenos para cambiar su situación personal (se pasa de 14% a 25%) y la del país (de 45% a 63%). Qué duda cabe: como el mismo informe lo dice, “la actual crisis de representación política es también una crisis de confianza en el futuro”.

Pesimismo o no (el equipo de investigación comparó sistemáticamente las respuestas a las mismas preguntas en 2013 y en 2023), el informe se interroga metódicamente sobre las trabas al cambio para alcanzar mejores experiencias de bienestar, tanto en lo que a derechos sociales se refiere como al anhelo profundo de orden y seguridad. En ese sentido, el informe mide, tanto a nivel de elites como de población general, la proclividad al cambio (preguntándole a los chilenos entrevistados acerca de la disposición a asumir costos directos –pagar impuestos, aceptar contribuir a un fondo común en materia previsional, etc.–): los encuestados no se niegan a pagar costos relevantes, siempre y cuando el cambio comprometido se traduzca en hechos concretos. Dicho de otro modo, estamos muy lejos del otorgamiento de una carta blanca a las elites (especialmente políticas y económicas). Así las cosas, no constituye ninguna sorpresa constatar que las cuatro elites encuestadas se muestren generalmente desconectadas de lo que preocupa a la ciudadanía, salvo uno que otro tópico en el que se puede apreciar alguna forma esporádica de convergencia, confirmando los hallazgos de la encuesta del centro COES a estos mismos grupos de élite hace tres años atrás.

Hasta aquí nada raro… salvo la furibunda alergia al cambio (y al informe del PNUD) de la derecha intelectual más ideologizada.

Esta reacción es, de verdad, muy sorprendente, a la altura de la ferocidad de la crítica. Es así como el director ejecutivo de la Fundación para el Progreso (FPP) Fernando Claro ve en el informe “un diagnóstico y una solución de izquierda”, cuyo contenido estaría repleto de comparaciones sesgadas, con una redacción parecida a lo que se decía “en la mitad de la vorágine octubrista” (es decir, del estallido social de 2019): una “oda al cambio” que asume que “los movimientos sociales tienen la razón”, sin contrastar sus demandas con lo que las personas de a pie opinan en redes sociales, o con la línea editorial que emana de radios y televisión (y no solo del duopolio de la prensa escrita).

No muy distinta, en forma y fondo, es la opinión de Kenneth Bunker, un cientista político vinculado a la Universidad San Sebastián, muy presente en los medios a través de su rol de intelectual público de derechas en todo tipo de espacios. De modo categórico, Bunker afirma que el informe del PNUD “parece más un borrador de un programa político que un reporte imparcial”, lo que explica su incidencia en el nuevo relato del gobierno y, en especial, del presidente Gabriel Boric, quien ha denunciado a las elites en varias ocasiones por estos días.

A decir verdad, lo que la publicación del informe del PNUD revela es un espíritu frondista de estos intelectuales públicos de derechas que toman la palabra y posición en nombre de las elites políticas y económicas que luchan para salir a flote en medio de un escándalo que compromete a muchos de sus miembros. Este escándalo (conocido como Caso Audios) se origina en la confiscación del celular de un connotado abogado de la plaza, y de la elite (Luis Hermosilla), en el que se han revelado miles de comunicaciones que se mueven entre el lobby, el tráfico de influencia y la corrupción. ¿Cómo no ver que las élites se encuentran en un momento de profunda impugnación, que coincide con la publicación de un informe cuya lectura ideológica por estos portavoces intelectuales se transforma en una defensa estatutaria de los grupos dominantes, rechazando la idea misma de cambio?

La crítica al informe ha sido desmedida, y algo histérica. Es cierto que en este estudio una gran mayoría de los chilenos opta por soluciones públicas (o estatales) en varios asuntos: en pensiones (64%), explotación del cobre y litio (62% y 60% respectivamente), en la gestión del agua y la electricidad (55%), en educación y salud (53%)… sin reparar que el apoyo a estas soluciones ha considerablemente disminuido desde 2013. No hay caso: la crítica es fundamentalmente ideológica en forma y, en fondo, de fronda.

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