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Gobierno chileno
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Estabilidad es cambio

Si el país no resuelve el problema de las pensiones, si no repiensa el sistema educacional en todos sus niveles, si no altera la concentración oligárquica de la riqueza, la crisis que estalló en 2019 no hará sino volver a incubarse

El presidente de Chile, Gabriel Boric, llega al Congreso Nacional para presentar su tercera cuenta pública en Valparaíso.
El presidente de Chile, Gabriel Boric, llega al Congreso Nacional para presentar su tercera cuenta pública en Valparaíso.ADRIANA THOMASA (EFE)

“Los seres vivos somos conservadores”, sostenía el célebre biólogo chileno, Humberto Maturana. “Todo sistema -añade aclarando los términos- es conservador en el sentido de que existe, es, sólo mientras se conserva la organización que define su identidad como parte de su dinámica estructural. Así -continúa explicando-, un ser vivo existe, vive, en un continuo fluir de cambio estructural en torno a la conservación de su autopoiesis o realización de su vivir. De hecho tanto la historia de los seres vivos como su existir individual transcurren como cambios en torno a la conservación del vivir”.

La conservación y el cambio suelen pensarse como polos antagónicos. Parece de sentido común. Sin embargo, tanto la historia natural como la historia social muestran, precisamente, lo contrario. Si bien no son automáticamente intercambiables las reglas que rigen en un reino y otro, sobran casos para ejemplificar que los organismos vivos que no cambian, más temprano que tarde, dejan de existir. En el campo social ocurre lo propio. La incapacidad de cambiar, atenta contra la conservación de las comunidades humanas. Y aunque existen períodos de aparente quietud, se producen también momentos en que la resistencia a las transformaciones se convierte en el principal peligro para la estabilidad y la existencia de una determinada sociedad.

Sin mencionar a Maturana, y quizás sin haberlo tenido siquiera en la memoria, algo de esta perspectiva subyace en el discurso que el presidente Gabriel Boric pronunció este sábado ante el Congreso Pleno y ante millones de espectadores que siguieron la ceremonia por la televisión, la radio y las redes sociales. Al comienzo de su alocución, el mandatario compartió una lectura del proceso político reciente que bien podría filiarse con las palabras del profesor. “Muchos lo advirtieron años atrás: en Chile podría sobrevenir una explosión social si no se destrababan las reformas que habían esperado demasiado tiempo, si no se acordaba una nueva generación de políticas públicas para reducir la desigualdad, si no se castigaba con fuerza la corrupción de los sectores privilegiados, si no se tomaban medidas drásticas contra los abusos, si no se enfrentaban las diferencias de trato que reciben las personas según su origen social. Esta visión enfrentó la resistencia de sectores políticos y económicos que tomaron la advertencia a la ligera. Nadie imaginó, sin embargo, que esa explosión se iba a producir en octubre de 2019. Malestares acumulados, debates que no supimos y decisiones que no se tomaron a tiempo (y que siguen todavía pendientes) condujeron a cientos de miles de chilenas y chilenos, sin distinción de color político, a copar las calles en gran parte del país”.

La historia republicana y de construcción democrática de nuestro país está marcada por momentos en que el cambio significó la apertura de posibilidades para prolongar la existencia de la sociedad. El proceso de independencia, el proyecto desarrollista articulado por el Frente Popular, la “revolución en libertad” de Frei Montalva, la “vía chilena al socialismo” del presidente Allende, así como las luchas por la recuperación de la democracia, fueron respuestas a las tensiones sociales que impedían la estabilidad y la paz. Cada uno de esos procesos contó con la oposición tenaz de los sectores conservadores: los realistas en los albores de la independencia, una oligarquía terrateniente que solo irá a retroceder, relativamente, con los procesos de reforma agraria ya bien entrada la segunda mitad del siglo XX y los defensores del neoliberalismo hasta el día de hoy.

Desde el retorno de la democracia, que es el arco histórico en el que el presidente Boric situó su análisis, sectores de la política y el empresariado han opuesto una dura resistencia a cambios que apuntaran a una mayor distribución del poder y la riqueza. A quienes insistían en su necesidad y a quienes se movilizaron para empujar las transformaciones necesarias para enfrentar la desigualdad y los crecientes niveles de malestar, se les tildaba, sin excepción, de desestabilizadores del orden. Esa narrativa, hegemónica durante décadas, se fracturó con la revuelta social. La cara de ese Chile descontento y hastiado se expresó con tal contundencia que durante semanas asistimos a las confesiones de grandes empresarios y políticos de todo el espectro en que reconocían que sí, que en Chile había problemas, que era momento de “meterse la mano al bolsillo”, que era hora de impulsar algunos cambios para asegurar, a mediano y largo plazo, la estabilidad del sistema y, por qué no decirlo también, de sus propios negocios. Al poco tiempo, para reforzar estas disposiciones, la pandemia reveló a esas mismas élites la realidad material de amplias franjas sociales: la precariedad de sus trabajos, la falta de protección social, las deficientes condiciones de habitabilidad y la pobreza encubierta, al punto que no faltaron quienes hicieran pública su sorpresa ante este rostro desconocido, y poco luminoso, del país que habitaban. Sin embargo, la derrota de la primera propuesta constitucional y la victoria arrolladora del Partido Republicano en mayo de 2022 sepultaron ese breve paréntesis de moderada apertura de los sectores históricamente opuestos a los cambios. Volvieron, recargados por un triunfalismo exagerado, los discursos del orden sin transformación, es decir, sin modificar las bases de la inestabilidad y de la crisis que se había desatado.

El Gobierno del presidente Boric tomó las riendas del país en uno de esos momentos clave que toda sociedad experimenta cuando se muestran agotados los fundamentos del orden, en que los horizontes de sentido se desvanecen, en que el inmovilismo no hace sino ahondar y ahondar la crisis y en que el cambio se ofrece como única garantía de progreso y estabilidad. No es algo difícil de ejemplificar: si el país no resuelve el problema de las pensiones, si no repiensa el sistema educacional en todos sus niveles, si no transforma su matriz productiva, si no altera la concentración oligárquica de la riqueza, si no complejiza su economía y no da lugar a la creatividad y el talento de sus jóvenes, si no amplía los espacios de libertad y autonomía individual al mismo tiempo que articula sistemas de solidaridad social y cuidado colectivo ante las inevitables consecuencias del envejecimiento demográfico, la crisis que estalló en 2019 no hará sino volver a incubarse para reventarnos nuevamente en la cara.

Las fuerzas políticas de las que proviene el presidente Boric se formaron en la convicción de que Chile necesita transformaciones profundas. Hoy desde La Moneda, frente a todos quienes se esfuerzan por instalar la idea de que lo que cabe es renunciar a las transformaciones, y en voz de uno de sus principales representantes, esas fuerzas han vuelto a reafirmar su convicción inaugural: la paz y la estabilidad que la inmensa mayoría de los chilenos anhela, solo puede alcanzarse a través de los cambios que hace cinco años atrás muchos reconocían como necesarios, aunque algunos parecieran haberlo olvidado, como dijo también el presidente el día de ayer.

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