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Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La izquierda perpleja

La relativización de las violaciones a los derechos humanos en Venezuela es sumamente grave y revela un inconsciente autoritario de izquierdas bastante más generalizado en el continente de lo que suponíamos

Nicolás Maduro y Lula da Silva, el 29 de mayo en el palacio de Planalto en Brasilia.
Nicolás Maduro y Lula da Silva, el 29 de mayo en el palacio de Planalto en Brasilia.AP / LaPresse

En distintas partes del mundo occidental, desde Europa hasta esta parte del sur global que es América Latina, la izquierda (especialmente en su variante woke) está sufriendo derrotas estrepitosas. Todo indica que este es el peor momento ideológico y electoral de las izquierdas, todas las izquierdas, desde que la crisis financiera de 2007-2008 abriera la expectativa sino del colapso del capitalismo, a lo menos de su transformación en clave humana. Recordemos que es tras esta grave crisis que el sociólogo alemán Wolfgang Streeck se preguntaba seriamente si no estábamos en el umbral de una posible terra incognita, un “interregno”, como él lo llamaba en su libro ¿Cómo terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia. En ese periodo de hace apenas algunos años, fue posible imaginar un abanico de oportunidades de reinvención para izquierdas agotadas tras el largo y único periodo de éxito político e institucional de la social democracia (1945-1975) en más de un país, dejando definitivamente atrás la ilusión de la Tercera Vía y de una izquierda excesivamente posible debido a su pragmatismo, el que fue teorizado por Anthony Giddens. Esa ilusión la encarnó políticamente Tony Blair en el Reino Unido, y tuvo un eco sudamericano –a veces lo olvidamos– con la formación del trío ABC a comienzos de los años 2000 (Argentina con Fernando de la Rúa, Brasil con Fernando Henrique Cardoso y Chile con Ricardo Lagos). Hubo que esperar la crisis subprime y de sus derivados financieros, así como sus consecuencias mundiales sobre el bienestar de clases medias bajas y populares, para que se abrieran paso nuevas izquierdas, primero en España (Podemos), en seguida en Grecia (Syriza), Francia (la Francia Insumisa) y en mucho menor medida en Portugal, y allá por el año 2017 en Chile con la creación del Frente Amplio y la exitosa sociedad que ese nuevo bloque de partidos generó con el Partido Comunista.

Pues bien: desde hace un tiempo se veía venir la posibilidad de incumplimiento de la promesa de una nueva vía de cambio social por izquierdas que, unas más otras menos, habían encontrado una fuente de inspiración ideológica en la identity politics y el pensamiento woke, esto es, enfoques que ven en la humillación y explotación de grupos marginados por décadas y siglos la posibilidad de sustituir el cimiento universalista de la izquierda clásica por identidades. La frustración de la promesa se inició, cronológicamente hablando, con la derrota de Syriza en 2019, y prosiguió con la doble derrota de todas las izquierdas chilenas a partir del desastre del plebiscito de septiembre de 2022 en el que el pueblo de Chile rechazó abrumadoramente la propuesta de nueva Constitución, y que desembocó en el triunfo de otra tribu, ultra-conservadora (el Partido Republicano) el 7 de mayo de 2023.

Pero hay algo más grave que se ha materializado en los últimos 30 días, con la nueva derrota de Syriza en Grecia (a 20 puntos de distancia con la derecha), la pulverización del mundo de Podemos en España y la confusión cargada de mala onda entre izquierdas latinoamericanas en este mismo periodo. Se podrá decir que hay demasiadas diferencias entre todas estas fuerzas y algo de falacia en conectar estos episodios. Diferencias hay, ciertamente, pero conexiones entre eventos también las hay, dado que el mecanismo conector es un espíritu de época, un Zeitgeist, que de progresismo tiene poco y de izquierda nada. Parece evidente que entre todos estos episodios hay un hilo conductor, que hoy se sincera mediante severas críticas al presidente de Chile Gabriel Boric por haber discrepado con el presidente Lula sobre construcciones narrativas malintencionadas referidas al gobierno de Maduro en Venezuela, como si violaciones a los derechos humanos no hubiesen existido. Gabriel Boric fue categórico: “La situación en Venezuela no es una construcción narrativa, es una realidad seria”. Estas discrepancias se tradujeron en groserías de Diosdado Cabello (técnicamente el número dos del régimen venezolano) en contra del presidente chileno (“un bobo de malas intenciones”), a la que se sumó el ex presidente boliviano Evo Morales enrostrando a Boric el ejemplo de Salvador Allende.

La relativización de las violaciones a los derechos humanos en Venezuela es sumamente grave y revela un inconsciente autoritario de izquierdas bastante más generalizado en el continente de lo que suponíamos. Esto está llegando tan lejos que incluso el influyente diario brasileño Folha de Sao Paulo reveló, hace pocos días, que el presidente Lula tendría la opinión de que el presidente Boric sería “un rehén de la derecha” y “un mal ejemplo para la izquierda en América Latina”.

El sociólogo chileno Eugenio Tironi sostuvo recientemente que lo que está ensayando el presidente Boric es una nuevo intento de tercera vía, intelectualmente mucho más modesto que lo que fue la tercera vía británica, pero más acorde con la naturaleza de los tiempos. Puede ser, aunque volver a utilizar el concepto de tercera vía es una forma de contribuir a la confusión ambiental. La Cuenta Pública del presidente Boric de la semana pasada fue un excelente intento de ordenar a las dos coaliciones de partidos que lo apoyan, pero que rápidamente es frustrado por protagonismos personales de una ministra: la ministra de la mujer Antonia Orellana y su comentario de que “el desconocimiento del clítoris es un problema de salud pública”, un excelente ejemplo de wokismo radical que se tragó la discusión pública del fin de semana, así como la inentendible y confusa crítica del senador Latorre a la presidenta Bachelet por haber renunciado a su programa de reformas.

En todos estos episodios no hay amalgamas, sino reflejos en un espejo trizado del pésimo momento por el que atraviesan las izquierdas.

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