Sergio Urzúa, economista: “En Chile está truncado el sueño de progreso, tanto en la clase media como en los más vulnerables”
El profesor de la U. de Maryland asegura que, ante la indiferencia de las élites, hay una crisis de tres puntas: la falta de crecimiento hace 11 años, graves problemas de institucionalidad y en las escuelas. “En educación, estamos frente a una catástrofe pocas veces vistas en nuestra historia”, asegura
El chileno Sergio Urzúa (Santiago, 46 años) –economista de la Universidad de Chile, doctorado en Chicago y académico de la prestigiosa facultad de Economía de la Universidad de Maryland– desde Washington analiza con realismo los desafíos que enfrenta su país. Hijo de la educación pública y la meritocracia –su excelencia le permitió entrar a Instituto Nacional, un liceo emblemático hoy en decadencia–, Urzúa en abril pasado compartió su diagnóstico sobre Chile en el marco del Encuentro Nacional de Empresas (Enade), la cita más importante del sector privado, que reúne a grandes empresarios, parlamentarios y autoridades. En esta entrevista con EL PAÍS, realizada por una plataforma digital, el investigador internacional de Clapes-UC ahonda en su mirada.
Pregunta. Su intervención en Enade usted fue algo pesimista.
Repuesta. Los datos macro de Chile, más que pesimistas, obligan a tener un baño de realidad, que ofrece oportunidades, por cierto, pero que debe obligarnos a reconocer cuál es el retraso que hoy tiene Chile. Hablamos de un país que fue el mejor alumno en América Latina durante 25 años, un referente, pero que lleva una década estancado. Chile ha mostrado niveles de crecimiento bajísimos en promedio en los últimos 11 años, que tiene proyecciones preocupantes –un potencial de crecimiento en torno a un 2%– que resulta insuficiente para un país que aspiraba a alcanzar el desarrollo. En perspectiva, desde 2014 y 2015 creceremos en total un 8,3% en más de una década. Pero era lo que crecíamos un año, no hace mucho tiempo atrás. En la década anterior, entre 2004 a 2013, crecimos un 37%. Por lo tanto, el pesimismo pasa por esa realidad.
P. Lo que describe hace ver las aspiraciones de los chilenos como una ilusión.
R. Chile era un país que tenía grandes aspiraciones, con una clase media que creció y se empoderó en función de esas aspiraciones, con mucha gente que hizo un esfuerzo descomunal en tratar de educarse, progresar, moverse en la escala socioecómica. Las élites se transformaron. Pero este proceso está frenado. Y hay que reconocer esas dificultades.
P. ¿Y Chile –su clase política, económica, cultural, etc.– lo tiene tan claro?¿Se reconocen estas dificultades?
R. No tengo claro que exista un reconocimiento macro de la extensión de este frenazo. Hay mucha comodidad, particularmente de parte de los grandes empresarios. Hay gremios empresariales que miran esto con algo de distancia, lo que me parece equivocado. Por lo tanto, Chile mira hoy el desarrollo con distancia. Y esta aspiración que le escuchábamos a los presidentes Ricardo Lagos (2000-2006) o a Sebastián Piñera en su primer mandato (2010-2014), de que íbamos a dar el salto al desarrollo, hay que reconocer que hoy día, con el rumbo que tiene el país, es una apuesta que se tiene que observar con lejanía.
P. ¿A qué se refiere con comodidad?
R. Hablo de la élite y, en particular, de los empresarios: la gente a la que las 40 horas no le afecta, el salario mínimo de 500.000 no le afecta, la reducción de la jornada para que los negocios abran de ocho a siete de la tarde no le afecta. Para esas personas, hay algo de comodidad. El Chile de hoy para la élite no es incómodo. Sí para la clase media y para los más vulnerables, porque eran los que estaban apostando a poder permear las élites y moverse por la escalera socioeconómica. En Chile está truncado el sueño de progreso, tanto en la clase media como en los más vulnerables.
P. Usted dice que Chile era un referente. ¿Qué implica esto para la región?
R. La caída de Chile en la trampa del ingreso medio ha dejado huérfano de referentes a América Latina. Más allá de las dificultades locales, en la región hay una pérdida de horizonte: qué es lo que vamos a hacer, qué debemos estar mirando. Chile, en ese sentido, era un referente. Hoy, probablemente Uruguay pueda ser un referente interesante, pero es un país más pequeño, que está tratando de encontrar su rumbo.
P. ¿Qué significa para los chilenos este escenario?
R. Para una generación completa, este es un golpe aspiracional importante. Y para los más jóvenes, es perpetuar un statu quo que puede ser cómodo en el corto plazo, pero que va a significar menores oportunidades en un mundo que está cambiando. Un país con un PIB tendencial del 2%, como Chile, te ofrece pocas oportunidades.
P. Esto que describe no está en el centro de ninguna agenda en Chile.
R. Hay destellos que hay un problema: las isapres [el sistema privado de salud], los balones de gas. Y estos destellos son más que simples errores, desprolijidades o improvisaciones. Yo creo que hay un problema institucional importante que se venía manifestando antes del estallido social de 2019 en la forma en que se hacían las cosas, en cómo se construían las políticas o se dejaba de hacer política, en las dificultades de realizar cambios sensatos, en la posibilidad de llegar a acuerdos. En Chile ha habido un deterioro institucional importante y la élite tiene poca conciencia, en parte porque la élite es parte del problema.
P. ¿Y eso tiene consecuencias en el crecimiento?
R. Chile tiene un crecimiento tendencial de un 2% porque no se encontró el rumbo desde el punto de vista económico. Pero también hay que reconocer que el país necesita ajustar el radar en materia institucional. Y para que esa conversación se alcance debe haber un mínimo de reconocimiento de que las partes involucradas son parte del problema.
P. ¿Lo que describe es el fenómeno detrás del malestar que estalló en 2019? Usted cree que esto venía de antes.
R. Hay de eso. Chile ya venía muy frenado, el Estado no había tenido la capacidad de controlar la violencia –la clase gobernante de hoy fue parte de ese proceso–, la pandemia tuvo un impacto, al igual que el estallido, pero el problema estructural de la acumulación de falta de crecimiento en Chile viene de antes.
P. ¿Desde cuándo?
R. Chile venía con el vuelo de los commodities por mucho rato y hubo un cambio en el precio en 2014. Y sobre el flanco internacional, que fue importante, justamente en ese momento viene una batería de reformas en el segundo Gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018) que atentaron contra algunos de los principios básicos que habían movilizado el progreso. Fue parte de un diagnóstico equivocado. “Nos vamos a olvidar de crecer. Vamos a sacrificar crecimiento económico por un rato y vamos a hacer otro tipo de cosas”. Fue parte de un relato que todavía se escucha. Ahí hubo un virus que entró y que no ha logrado ser sanado. Ha sido tan profundo el impacto de este virus que llegó a las élites económicas, que toman decisiones que no promueven el crecimiento. Incluso dentro de la centroderecha y derecha hay una confusión importante.
P. ¿Por qué?
R. Porque dicen que el crecimiento económico es importante, pero no tienen una agenda para impulsararlo. Su agenda solo es reaccionaria. Y el problema es que la falta de crecimiento cuesta caro, porque afecta las posibilidades de progreso de las familias.
P. ¿Hay oportunidades?
R. Sí, en la medida de que haya conciencia del diagnóstico y de dónde estamos parados. Falta ambición –un concepto que en las nuevas generaciones parece como un tabú– y convencimiento de que es posible progresar a través del mérito, del esfuerzo, disciplina y capacidades. En Chile hay dos almas.
P. ¿Cuáles son?
R. Un alma que aspiró y que probablemente en su fuero interno todavía aspira a que Chile se transforme en un país desarrollado y otra alma que mira esta aspiración incluso con disgusto: ¿por qué nos tenemos que esforzar si la cosa no está tan mala? Y yo apuesto a la primera, pero la segunda es cómoda y atractiva.
P. Usted habla de falta de crecimiento y problemas de institucionalidad, pero hay un tercer ámbito, la crisis en la educación. ¿Qué ocurre en este espacio, que usted ha estudiado especialmente?
R. En educación, estamos frente a una catástrofe pocas veces vistas en nuestra historia. Miramos la pandemia, el estallido social, pero lo de hoy es muy distinto. Incluso distinto de lo que significó la dictadura para la educación. Lo que observamos hoy no tiene precedentes. Niños que no están yendo al colegio: en primero básico, 32% tiene asistencia inferior al 85% y un 56% reporta inasistencia crónica, lo que llega al 60% en colegios públicos. Deserción escolar en números récord: cerca de 50.000 estudiantes abandonaron el sistema educativo el 2021 (esto es cerca de un 2% del alumnado total). Huída de profesores del sistema educativo: de casi 11.000 profesores que entraron al sistema el 2016, cerca de un 25% ya abandonó el desafío de educar. Un Estado que ha avalado el fin del mérito en la educación, la destrucción de los referentes de la educación pública del país –los liceos emblemáticos–, la violencia desatada.
P. ¿Qué ocurre en las familias?
R. Debe ser una pesadilla y, probablemente, frente a este escenario, las familias han comenzado a desconfiar de lo que significa la educación. Pero en vez de reencantarlas después de lo que fue el mayor cierre de colegios en el mundo por la pandemia, sumado a este problema de violencia que venía acumulándose antes del estallido, en Chile todavía mantenemos la distancia. Y eso va a salir carísimo.
P. ¿En qué sentido?
R. Si hay oportunidades para crecer –a partir del emprendimiento, la innovación, los nuevos negocios–, el atraso que estamos observando en Chile hipoteca y frena esta posibilidad. Y hay una sorprendente distancia de la autoridad respectiva frente a esta situación. Ni a las autoridades ni a los partidos políticos ni a los empresarios los veo escandalizados por esto. En Chile la educación pública está abandonada y lo observo con espanto.
P. ¿A qué está condenado un país como Chile con esta catástrofe en materia educacional?
R. A un crecimiento potencial de un 2%, así de simple.
P. En este cuadro, ¿cómo se explica el triunfo del Partido Republicano en las últimas elecciones?
R. Lo que se recoge con su triunfo es que la gente está un poco hastiada de la chacota (chapucería). Apuesta, entonces, por fuerzas que podrían ser muy aburridas, si se quiere, pero que tienen convicciones. Aunque la ciudadanía no las comparta del todo, respeta que tengan una visión clara para dónde quieren ir. Y el Partido Republicano recoge bastante eso. Cuando tenemos un presidente de la República, como Boric, que el día antes de la elección del 7 de mayo se lanza por un tobogán, la gente debe reflexionar: “Eso no puede ser”.
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