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Esperar a Puigdemont en un área de servicio

El éxito de convocatoria del expresidente catalán bloquea los accesos a la ciudad francesa de Perpiñán

Cristian Segura
El expresidente catalan Carles Puigdemont en el campo del USAP.
El expresidente catalan Carles Puigdemont en el campo del USAP.Albert Garcia

El bocadillo de fuet hay que prepararlo con cariño. Primero hay que cortar el embutido con precisión, que no sea una loncha demasiado fina pero tampoco un ladrillo. Luego hay que untar a conciencia el pan con tomate, y regarlo bien con aceite. Así era el bocadillo que atacó Jacint Ribes en el área de servicio de Salses. Ribes disfrutó este sábado al mediodía de su primer momento de satisfacción tras cuatro horas en la carretera, bloqueado en Francia, en la autopista A9. Ribes y su mujer Concha peregrinaron desde Barcelona a Perpiñán para ver a su president legítimo, Carles Puigdemont. No lo consiguieron, pero no se quejaban, podía ser peor: la hermana de Ribes había salido a las siete y media de la mañana en autobús y todavía no había cruzado la frontera.

El independentismo volvió a bloquear la frontera con Francia, esta vez sin tener que recurrir a las barricadas. Si el pasado noviembre se boicoteó la conexión entre España y su vecino francés por orden de la organización anónima Tsunami Democràtic, el responsable en esta ocasión fue el carisma de Puigdemont. Cientos de autocares y de turismos participaron en una lenta de procesión 45 kilómetros antes de llegar a Perpiñán, municipio de la Cataluña francesa donde el líder de Junts per Catalunya protagonizó un mitin multitudinario nunca visto en la región. Ribes y su mujer se resignaron a matar la espera con una siesta sobre el césped del área de descanso. Una vez se hubieran normalizado los accesos a Perpiñán, este matrimonio de jubilados aprovecharía la tarde “para ver el ambiente en la ciudad”.

La de Salses no es un área de servicio cualquiera: Ribes se disponía a tumbarse a la bartola en un lugar sagrado, porque esta llanura del Rosellón marca, según el imaginario del nacionalismo catalán, el inicio septentrional de los Países Catalanes. A Delphine Boisseau, vecina de mesa de picnic de Ribes, la trascendencia de Salses le daba igual. “No quiero saber nada de los catalanes. Llevamos horas parados en la autopista. Esto de hoy jode a todo el mundo menos a ellos”, decía Boisseau rodeada de su familia. Los Boisseau volvían a su hogar en la Borgoña tras unos días de vacaciones en Aragón. “Por mí que los catalanes se han vuelto locos. Esto es como lo del Brexit”.

El acto independentista se celebró en el recinto ferial de Perpiñán, una zona apartada del centro urbano de esta población de 121.000 habitantes. Un puente sobre el río Têt conectaba los festejos del independentismo con el casco antiguo de la villa: a esa hora, a un lado de Perpiñán había euforia patriótica catalana y al otro, calles casi vacías. “La gente de la zona ha preferido no venir al centro en previsión de las aglomeraciones”, explicaba el propietario de la floristería A le Botte. Para su negocio ha sido una jornada aciaga: “El sábado es el día que tengo más clientela pero hoy no ha entrado nadie”.

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Sébastien Lherbiez, el encargado de la bodega La Part des Anges, confirmaba que esperaba una mayor recaudación. Para la ocasión habían montado el viernes y el sábado una barra en la calle con servicio de vinos y bocadillos. “La verdad es que de momento no consumen mucho, no me ha salido a cuenta”. Dos amigas suyas vendían manojos de retama a los visitantes catalanes, por su color amarillo, símbolo de solidaridad con los líderes separatistas en prisión. “Yo no soy nacionalista”, comentaba Lherbiez, “pero reprimir con policía y jueces no es la solución. Eso sí, en una Europa que debe estar más unida, el independentismo me parece una mala opción”.

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Frédéric Mistral, el gran nombre de las letras occitanas, tiene una avenida dedicada en Perpiñán que coronan su busto y una estación de autobuses. En la estación esperaban María África y su hijo, ajenos a la algarabía independentista. Volvían de un partido de fútbol del niño y ella admitía que “lo de Puigdemont” le traía sin cuidado. En el momento en el que arrancaba su bus, a las dos y cincuenta de la tarde, un convoy de la sección de la Asamblea Nacional Catalana del barrio de Gracia de Barcelona llegaba por fin a Perpiñán. El autocar cruzó veloz en sentido contrario. Sus pasajeros preparaban las banderas y las bufandas amarillas, deseosos de compartir unas horas de camaradería patriótica en la capital de la Cataluña francesa. El conductor del autobús municipal informó a África de que no tenían que pagar el billete: “Por la visita de los catalanes, el servicio de transporte público hoy es gratis”. La mujer añadió que ojalá el Ayuntamiento no se espere a otra visita de Puigdemont para repetirlo.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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