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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Violetera vandalizada

El aerosol de un grafitero ha destruido la imagen de la cantante Raquel Méller del mural 'Balcons de Barcelona' que reúne a una veintena de personajes históricos de la ciudad

Pablo Salvador Coderch
Un grafitero ha pintado sobre parte del mural Balcons de Barcelona en la plaza Pablo Neruda.
Un grafitero ha pintado sobre parte del mural Balcons de Barcelona en la plaza Pablo Neruda.Carles Ribas

El mural llamado Balcons de Barcelona, en la Plaza Pablo Neruda, ha permanecido intacto casi treinta años, un milagro, 500 metros cuadrados de buen arte urbano. Pero hace unos días ha sufrido la embestida del aerosol de un grafitero arquetípicamente egocéntrico. Una lástima, pues el hombre se ha llevado por delante la imagen de la cantante Raquel Méller (1888-1962), la de La violetera. Este mural recubre una fea pared medianera con una fachada pintada en cuyos balcones imaginarios aparecen 26 personajes de la Barcelona de antes, los más de los cuales ya no los reconoceríamos ni ustedes ni yo. ¿Acáso recuerdan al malogrado gimnasta Joaquín Blume (1933-1959)? Probablemente no, pero el mural es muy grande y Blume resulta difícil de grafitear, pues nos saluda desde el terrado. También aparece en otro balcón Carmen Amaya (1913-1963), La Capitana, gitana del Somorrostro y la más grande bailaora de flamenco de todos los tiempos. Yo alcancé a conocerla y vi sus manos cortando el aire. El baile le dio, literal, años de vida, pues el sudor eliminaba las toxinas que sus agotados riñones no podían limpiar. Hasta que no pudieron más. Los aficionados al cine pueden admirarla en una meritoria película de Francisco Rovira-Beleta, Los Tarantos(1963), otro profesional.

 A ellos y al resto de los 26 personajes, una ciudad agradecida les rindió homenaje en ese mural ahora aerosoleado. No dejen de admirarlos, vale la pena, pese al encono del grafitero bravío que impuso su propia ley, ya no sé cuánto van a durar los demás, que cuando uno traspasa el límite, otros en seguida le siguen. Bueno, los retratos de la planta baja, como el de Mercè Rodoreda (1908-1983), están muy expuestos a vándalos redentores, cosas del arte de la calle, más efímero que nuestra memoria y señaladamente en este país legendario por bárbaro.

Lo que ha ocurrido estos días en la Plaza Neruda de Barcelona, el que alguien haya pintado mejor o peor sobre lo que otros pintaron, es moneda corriente en esta ciudad y en otras muchas. Todo grafitero que se precie le tiene ganas a la ley y el orden. El mundo de los graffiti se lleva mal con los muralistas urbanos, a quienes considera representantes del arte oficial, sicarios del poder establecido, embellecedores de las miserias de la ciudad. Muralistas y grafiteros son, desde luego, tipos de artistas muy distintos, hasta en los medios que usan, pues el muralista despliega docenas de técnicas e instrumentos y el grafitero suele ceñirse al aerosol.

La medianera la encargó el alcalde Pasqual Maragall en 1992 a una cooperativa de artistas de Lyon

Balcons de Barcelona fue inaugurado en 1992. Auspiciado por el Ayuntamiento de una ciudad optimista e ilusionada, el primer regidor de entonces —Pasqual Maragall, el Alcalde— había comisionado a una cooperativa de artistas de Lyon para que pintaran la medianera. Se aplicaron a modo. Hoy son famosos en todo el mundo y han pintado murales en docenas de ciudades: CitéCréation se llaman. Pero, naturalmente, encarnan todo aquello que un grafitero detesta por juramento sacramental: el encargo formal del poder opresor, el arte oficial y establecido, la belleza engañosa por pintada en un trampantojo admirable. Abajo, pues, con los murales. Bueno, por lo menos, abajo con la Méller cupletera de La Violetera, en la ciudad que puso su nombre a una plaza, junto al Paral.lel, donde ella triunfó, hasta Charlot llegó a usar esa música en Luces de la Ciudad (1931) ¡Abajo! No es para enfadarse, pues la iconoclastia tachonea la historia del arte. En nuestro país muchas estatuas duran menos que en otros y los nombres de las calles y plazas cambian con frecuencia inquietante (la Plaza Pablo Neruda de Barcelona se llamó antes de la Hispanidad, viene a ser lo mismo), aunque ustedes imaginan cómo sería nuestra experiencia estética si cada vez que queremos arreglar el mundo no la emprendiéramos con las obras que nuestros padres y abuelos concibieron como bellas.

¿Y cómo arreglaremos el mural mancillado? No propongo restaurarlo, el daño ya está hecho, Méller ha sido velada, dejémosla, que en el fondo todos somos también un poco así de desconsiderados. No hagamos ahora como el grafitero impávido, sino que tratemos de dejar huella fiel de los actos de todos. Hay maneras de recordar a Raquel Méller, a CitéCréation y a nuestro grafitero de ahora, a los tres, y que la Historia vaya situando a cada cual en su lugar.

Bastaría con encargar a una joven artista que pintara un ramo de flores sobre una parte menor (menos de la mitad) de la pintada de nuestro obcecado grafitero, un ramo humilde. De violetas.

Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil de la UPF.

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