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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Condiciones para el reencuentro

Sánchez ha entendido algo que no siempre se comprende desde fuera de Catalunya: que la principal reclamación del catalanismo (y no sólo del independentista) es el reconocimiento

Pedro Sánchez y Quim Torra.
Pedro Sánchez y Quim Torra.EFE
Josep Ramoneda

Cualquier juicio sobre el encuentro entre el presidente Sánchez y el presidente Torra en el Palau de la Generalitat es función de una pregunta: ¿Ha contribuido realmente a abrir una nueva etapa para “el reencuentro”? Y cualquier respuesta positiva tiene que ir acompañada de todo tipo de cautelas.

“La última década ha estado presidida por el desencuentro. El balance es lamentable. Nadie ha ganado. Todos hemos perdido”. Estas palabras de Pedro Sánchez dan calado y significación a la reunión. Primero, por lo que tiene de reconocimiento de un fracaso colectivo, sin colocar la responsabilidad en un sola parte. Segundo, porque es el reconocimiento de que la vía escogida por las instituciones españolas —la judicial— no ha resuelto el problema: todos hemos perdido. Tercero, porque es esta constatación de fracaso la que le lleva a afirmar la necesidad de “retomar la senda de la política” y “dejar atrás la judicialización”, por tanto, de abrir una nueva etapa. Y cuarto, porque significa el reconocimiento del gobierno catalán y del independentismo como interlocutores. Mientras la derecha política y mediática sigue negando a Torra la condición de presidente, recurre, una vez más, al juzgado de guardia, y acusa al presidente Sánchez de todo tipo de traiciones, él se compromete firmemente a negociar, comprometiendo su presencia en las primeras reuniones.

"La negociación de verdad empezará cuando Cataluña tenga un nuevo presidente y un nuevo gobierno

Poco a poco, el principio de realidad se va imponiendo, Sánchez reconoce lo que hace dos años, adosado al PP, negaba. Esquerra Republicana asume la estrategia posibilista y renuncia a los gestos y a las desobediencias inútiles. Por ahí se empieza. Y, en este contexto, la reiterada insistencia del presidente Torra en pedir respuestas sobre la autodeterminación y la amnistía, antes incluso de que arranque la primera mesa, sonaban a letanías del rosario independentista para mantener viva la ilusión de los más resistentes. La mejor noticia es que la reunión ha tenido lugar. A partir de aquí, tiempo y paciencia, porque el conflicto es de suficiente envergadura como para que las distancias sean grandes y los acuerdos se hagan esperar. Es el inicio de una etapa. No es el final de ningún camino.

Es más, inevitablemente vendrá un parón y crecerá la tensión. Por mucho que se diga lo contrario, la negociación de verdad sólo podrá empezar cuando se hayan celebrado las elecciones catalanas y Cataluña tenga un nuevo presidente y un nuevo gobierno. Una campaña electoral no es un momento favorable para un diálogo tan complejo que requiere fortaleza y templanza, algo contraindicado con la pelea partidista por el voto. Máxime cuando el principal punto de fricción electoral estará entre las dos principales formaciones independentistas (Junts per Cat y Esquerra) que se juegan en una misma franja la hegemonía en el soberanismo. Serán tiempos de pelea por la defensa de la fe independentista, en que el miedo a ser tildado de traidor puede producir verdaderos estragos verbales.

"Las posiciones de trinchera tanto de la derecha como de sectores independentistas solo puede agrandar las heridas"

Sánchez ha entendido algo que no siempre se comprende desde fuera de Catalunya: que la principal reclamación del catalanismo (y no sólo del independentista) es el reconocimiento. Con la reunión de presidentes ha dado reconocimiento a la vez a la institución de la Generalitat y al soberanismo. Es un primer paso imprescindible. Queda un segundo paso, evidentemente mucho más complicado pero absolutamente necesario: encontrar la fórmula para que los presos estén en la calle y la presión judicial decaiga. Precisamente porque no es un conflicto menor y, como ha dicho el presidente, “hay heridas muy profundas”, se debe afrontar como algo excepcional y, por tanto, crear las condiciones adecuadas para avanzar. Las posiciones de trinchera en la que están instalados tanto la derecha española, entregada al patriotismo más reaccionario, como los sectores más irredentos del independentismo, los que lo viven como si fuera una fe, sólo pueden agrandar las heridas, agudizar las fracturas, sin otro horizonte que un autoritarismo creciente.

Hay razones sobradas para la desconfianza mutua. Al independentismo le cuesta asumir sus límites y reconocer que la estrategia de confrontación es inviable. Y Pedro Sánchez ha dado tantos giros que se requiere un acto de fe para confiar en su palabra. Las encuestas indican que una mayoría de españoles quiere que este conflicto se encauce políticamente. Y Sánchez tiene derecho a pensar que si las cosas avanzaran razonablemente puede tener premio, ante una derecha montaraz que es incapaz de salir de su estrecho espacio ideológico y mental.

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