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El francés que abanica a Rosalía

Olivier Bernoux diseña y fabrica a mano abanicos y bolsos en su taller de la calle Fernando VI que pueden costar hasta 3.000 euros y que usan Rossy de Palma o Irina Shayk

Olivier Bernoux, en su tienda de Madrid.
Olivier Bernoux, en su tienda de Madrid.
María Porcel

Olivier Bernoux es un francés tan francés que podría calificarse —de forma obviamente simplista— de estereotipo con patas. Es encantador, educado, amable, cortés, divertido, alto y con eso que una abuela llamaría buena planta. Se repeina de tapadillo en el espejo para las fotos y se estira los cuellos de la impecable camisa. Siempre deja pasar delante de él, en cada puerta, e insiste en pagar les vins blancs. Pero hay un gesto que, sin saber nada de él, le delata. No se arregla el pañuelo del bolsillo de la chaqueta, porque no lo tiene. Él prefiere llevar un abanico. A veces, con los laterales de puntiagudas tachuelas. Y ahí se le desmonta el gabachismo y le sale el alma española.

Porque Bernoux (de padre francés, madre española y edad que jamás confesará) se dedica desde hace más de seis años a crear abanicos. Que nadie piense en cuatro tablillas mal pegadas. Los suyos son tan impecables y estilosos como él. Probablemente más. Tiene decenas de modelos en seda (y doble seda, superpuesta una sobre otra formando dibujos), encaje, rematados en plumas, con cristales de Swarovski o diamantes negros, con palabras o dibujos de pistolas y calaveras que solo se ven cuando se despliegan del todo, con pintura que cambia de color, con marquetería tallada por artesanos de Valencia. Esos son de los pocos modelos que no se rematan en su novísima tienda-taller situada en una antigua librería de los años treinta de la calle Fernando VI, 2, donde todos se fabrican a mano.

“¿Sabes cuando una mujer abre un abanico? Da igual la edad que tenga, cómo sea, pero ese gesto es tan sensual… Me encantaba, desde siempre”, rememora paseando entre sus muchos ejemplares mientras uno de sus empleados, Daniel, atiende a una pareja italiana (“al principio mis amigos no terminaban de entender que trabajara en una tienda de abanicos”, confiesa el chaval); otra, Katerina, pespuntea unos apliques brillantes sobre un pedazo de napa blanca en lo que será próximamente un bolso de mano rígido, un clutch, la otra especialidad del francés.

Katerina, una de las empleadas del taller, cosiendo un bolso y un abanico.
Katerina, una de las empleadas del taller, cosiendo un bolso y un abanico.

Nacido en un pueblecito de la Costa Azul, Bernoux trabajó para varias firmas de lujo antes de saltar a esta aventura. Lo de los abanicos estaba en su cabeza y se lo propuso a una de ellas. Se echaron las manos a la cabeza. Pero lo hizo. Y se vendieron como churros. Estaba preparado para dar el salto. “Lo tenía claro, sabía que iba a tener que trabajar mucho no, muchísimo. En los dos primeros años solo libré dos días: los 25 de diciembre”, recuerda. si concebirlos era difícil, ejecutarlos iba a serlo más. El aprendizaje de la técnica fue “a golpes contra las paredes, una y otra vez”. Pero lo consiguió: su primer local se ubicó (y sigue) en el hotel Palace. Después llegaron éxitos internacionales: Porto Cervo, el punto más exclusivo de la costa de Cerdeña; Bergdorf & Goodman, los almacenes más lujosos de Nueva York; La Rinascente en Milán…

Con la tienda aún oliendo a nuevo, a él le cuesta ver ese éxito. “¡Estoy pedaleando!”, ríe, en su español perfecto con un también perfecto acento francés. Pero se lo va creyendo día a día, como hace poco más de un mes, cuando gracias a unos amigos conoció a Rosalía en su concierto de Madrid y le entregó un abanico, rojo fuego con larguísimos flecos. Ella se emocionó, como él al recordarlo. Ahora su cabeza ya está pensando en otro modelo que le cuadre a la catalana.

Pero su primera y gran musa es Rossy de Palma. Se la presentó una buena amiga porque la actriz (“es mucho más que eso”, sostiene él, “es una artista con una gran sensibilidad”) acudía al Festival de Cannes como jurado y quería llevar abanicos como regalo para el resto de miembros. Aquello fue en primavera de 2015. “Todo surgió una semana antes. Le hice uno con cuernos a Benicio del Toro; uno con una pistola grabada a los hermanos Coen; otro con una máscara africana [para la música Rokia Traoré]… Trabajaba toda la noche”. El jurado acabó encantado y lo de De Palma y Bernoux se convirtió en una amistad que perdura hasta hoy.

Además de ella, han posado con sus piezas la modelo Irina Shayk, la cantante Bebe Rexha o la actriz Pamela Anderson, que apareció en portada de una revista desnuda con uno, dorado, fotografiada por David Lachapelle. Además de muchas clientas anónimas, afirma, de todas las edades y nacionalidades, que se animan a pagar desde 49 hasta casi 3.000 euros por alguno de ellos. Aunque, confiesa, cada vez se animan más hombres. Han posado con sus diseños el diseñador Jean Paul Gaultier o el cantante Raphael. Además del propio Bernoux, claro. No hay más que mirar a su bolsillo y descubrir que ahí no queda nada del pañuelito francés.

Imagen desde la planta superior de la tienda de Bernoux en Felipe VI, 2.
Imagen desde la planta superior de la tienda de Bernoux en Felipe VI, 2.

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Sobre la firma

María Porcel
Es corresponsal en Los Ángeles (California), donde vive en y escribe sobre Hollywood y sus rutilantes estrellas. En Madrid ha coordinado la sección de Gente y Estilo de Vida. Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual, Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, lleva más de una década vinculada a Prisa, pasando por Cadena Ser, SModa y ElHuffPost.

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