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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No vuelve el 1939. Se aleja

Las derechas gesticulan contra la alianza “rojo-separatista” porque el Gobierno de coalición rompe tabúes que tratan de mantener desde los años cuarenta

Enric Company
Saludo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante la investidura.
Saludo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante la investidura.ULY MARTÍN

Es fácil comprender las causas de la escandalera con que las derechas han afrontado la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España. Basta con atender bien a lo que dicen. En síntesis es: vamos a tener un gobierno de socialistas y comunistas, apoyados por el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), los mismos partidos con los que el PSOE y el PCE estuvieron aliados en los últimos gobiernos de la Segunda República. Es decir, el rojo-separatismo ha llegado otra vez al Gobierno de España. El enemigo que derrotaron hace 80 años se ha reconstituido ante sus atónitos ojos. La anti España está aquí, piensan.

El enorme enfado procede, además, de que se consideran vilmente engañadas por los socialistas. Engañadas, sí, porque creían que España podía pasar del franquismo al sistema de partidos de la Europa Occidental en el que los socialistas pactaban con los comunistas y otras fuerzas a su izquierda en los municipios y regiones, pero solo muy excepcionalmente les permitían entrar en el gobierno de los Estados. Eso estaba estrictamente vedado. Era un límite sistémico, una frontera guardada por la OTAN, y ahora resulta que los socialistas no lo han respetado.

El papel histórico de los partidos socialistas fue ejercer como cortafuegos social y electoral ante los comunistas

Durante décadas, el papel histórico de los partidos socialistas en Europa Occidental fue ejercer como cortafuegos político, social y electoral ante los partidos comunistas, que en 1945 salieron de la Segunda Guerra Mundial con un fuerte ímpetu. El PSOE de Felipe González cumplió ese papel a la perfección en España durante la etapa abierta en 1975 con el hundimiento del franquismo. Ha llovido mucho desde entonces. Tanto, que ahora, ante el pasmo y el tembleque del PP, de Vox y de Ciudadanos, los restos del comunismo español van a entrar en el Gobierno de España de la mano del PSOE de Pedro Sánchez. Subsumidos en Unidas Podemos y sus confluencias, los comunistas son una parte de los aliados del partido socialista en la primera coalición de gobierno a escala estatal.

ETA es el otro gran tema para la escandalera. Visto en perspectiva, ETA ha sido en la práctica la causante del renacimiento de la derecha nacionalista española tras el franquismo. La lucha contra el terrorismo le aportó una causa digna y democrática y permitió el blanqueamiento de una derecha que había vivido cómodamente instalada durante 40 años en la dictadura militar y fascistizante, centralista y nacional-católica. Por eso sus herederos continúan agitando el fantasma de ETA aunque haga ya ocho años que se disolvió. Pretenden que eso les ahorre tener que pasar cuentas con aquel pasado que, en el fondo, es el que añoran y ahora se aleja un poco más. No es que vuelva 1939. Es que se aleja.

Se han roto, pues, algunos tabúes y algunos precintos que habían resistido el paso de muchas décadas. Tanto da que el mundo de la segunda década del siglo XXI sea enormemente distinto del de la posguerra mundial. Poco importa que el comunismo como movimiento mundial haya dejado de existir hace mucho tiempo. Tampoco importa que, en realidad, los programas de los partidos comunistas españoles desde su legalización en 1977 hayan sido puro reformismo socialdemócrata. Mucho más moderados que, por ejemplo, las políticas aplicadas por el laborismo en el Reino Unido después de la Segunda Guerra Mundial.

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Estos cambios importan poco porque el miedo al comunismo fue sustituido en España a partir de 2014 por el pánico ante la emergencia de Podemos como fuerza antisistema. Esa emergencia ha sido interpretada por las derechas como una adaptación y reagrupación a los tiempos actuales de las fuerzas sociales y políticas que antaño habían orbitado en torno a los partidos comunistas. El movimiento de los indignados que surgió como protesta por los estragos de las políticas de la Unión Europea contra la crisis económica de 2008 mostró claramente que existía un vacío de representación política que los partidos comunistas y sus plataformas electorales no habían sabido canalizar.

La readaptación ha resultado ser bastante operativa. Podemos tenía en sus inicios la ambición declarada de sustituir al partido socialista, arrebatarle la primacía entre las izquierdas. Sánchez lo entendió y, enfrentándose a la vieja guardia de su partido, podemizó por un momento al PSOE en un grado suficiente como para evitar que Pablo Iglesias le sobrepasara en las elecciones generales de 2016. Eso salvó al partido socialista de caer en el abismo en el que se ha hundido en Francia, Italia y Grecia. Las derechas se las prometían muy felices porque creyeron que la división y la pugna entre las dos fuerzas de izquierda impedirían que cualquiera de ellas se convirtiera en mayoría de gobierno. No ha sido así y de ahí viene también que la recién estrenada coalición progresista les parezca una estafa. No lo es. Es que les ha roto el guión que habían imaginado.

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