Romper el frentismo, ganar complejidad
PSOE, Podemos, PNV y Esquerra parecen decididos a intentarlo. Y su responsabilidad es convencer a los demás de que hay razones para buscar espacios compartidos, superar desencuentros y restañar heridas
Ya casi todo está dicho de cómo se ha llegado hasta la investidura. No le demos más vueltas. Sánchez evaluó mal los resultados de abril, podía haber encaminado entonces una mayoría con menos ruido que ahora, se obsesionó con Podemos y rompió la baraja. La apuesta salió mal. La solución ha llegado por la vía retorcida de las negociaciones secretas y los acuerdos escondidos hasta el último momento. Y, sin embargo, aporta unas cuantas cosas interesantes.
Por fin, el PSOE se zafa de la presión de la derecha que, en nombre de la moderación y la estabilidad, le llevó a facilitar la elección de Rajoy en 2016, a apoyar incondicionalmente la aplicación del artículo 155 y a que Sánchez haya estado buscando hasta el último momento —hasta que se sintió desahuciado— el acuerdo con PP y Ciudadanos para su propia investidura. El PSOE toma distancia de la derecha y es una buena noticia si la socialdemocracia española no quiere seguir la suerte de sus colegas europeos. Al mismo tiempo, Podemos, un partido surgido del 15-M, la mayor respuesta social a los desastres de la crisis, y señalado desde el primer momento como populista y antisistema, adquiere un compromiso de gobierno, con la responsabilidad de contribuir a una estabilización de la crisis española. Y Esquerra Republicana asume un acuerdo que hace posible la investidura, distanciándose, por fin, de la tutela de Junts per Catalunya, y arriesgándose a apostar por la política y la negociación en la cuestión catalana, al tiempo que se rompe algún tabú sobre negociación y consulta.
En los casos en que un conflicto se hace crónico, alguien tiene que tener el coraje de romper el simplismo del esquema binario y buscar fórmulas para desbrozar obstáculos y buscar un cambio de marco. De momento, PSOE, Podemos y Esquerra osan dar este paso. Se genera complejidad: junto al eje identitario reaparece el eje derecha-izquierda. Y se abren vías de negociación estables, a partir del mutuo reconocimiento entre actores que hasta ahora operaban como enemigos.
Los partidarios de la confrontación permanente no han tardado en reaccionar. “Sánchez es el mayor peligro para la España Constitucional” y “se ha vendido España por un gobierno con trozos de separatismo, de nacionalismo y de comunismo”, ha dicho García Egea, abanderado en el PP del fundamentalismo constitucional —aquel que confunde la Constitución con la España, una grande y libre—. Y hay incluso quien ve en el PSOE un retroceso de 90 años, quizás sin darse cuenta que la derecha ya ha retrocedido 40. También en el lado independentista truenan los del “cuanto peor, mejor” que la historia demuestra que es estrategia de perdedores. En el independentismo, curiosamente, es la derecha la que se sube al monte. Y Torra advierte a Esquerra que sus pactos no comprometen a su gobierno.
A nadie se le escapa la dificultad del envite, sabiendo que, si se quiere encauzar el conflicto para un tiempo largo (las soluciones definitivas no existen), se requerirá inevitablemente que los que ahora siguen apostados en la lógica de trinchera se incorporen al juego. Paciencia. Pero PSOE, Podemos, PNV y Esquerra parecen decididos a intentarlo. Y su responsabilidad es convencer a los demás de que hay razones para buscar espacios compartidos, superar desencuentros y restañar heridas.
El nuevo gobierno nace entre dos fuegos. Con una pequeña ventaja: sus adversarios, la derecha, enrabietada por el compromiso de deshacer sus políticas más lesivas para los intereses de la mayoría social, y el independentismo irredento, el que sigue creyendo que conseguirá lo que hoy es imposible sólo con repetirlo una y mil veces, son, ahora mismo, enemigos irreconciliables. Aunque de esta enemistad frontal viven, en buena parte, unos y otros. Y Vox más que nadie.
¿Hasta dónde será capaz de llevar Pedro Sánchez su nuevo compromiso? ¿Resistirá Podemos las cuestas más empinadas, que llegarán, probablemente de la mano de los poderes económicos más que del independentismo? ¿Podrá exhibir Esquerra resultados sensibles que justifiquen su apuesta? Este gobierno y sus potenciales aliados se la juegan a una carta: ser útiles para la ciudadanía. Y que ésta realmente lo note. Pero la batalla política y mediática no tendrá tregua. Olvídense de los famosos cien días de gracia. Dicen que la mayoría de los españoles quieren una solución negociada al conflicto catalán. A este nuevo gobierno hay que reconocerle que es el primero que está dispuesta intentarlo. O, por lo menos, así se anuncia.
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