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El clásico
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pudiéramos felicitarnos

Estoy seguro de que se podría haber hecho más en el pasado para que menos gente estuviera tan enojada. Pero habremos de hacer algo más: reparar los rotos, materiales y morales

Pablo Salvador Coderch
La agresividad tendría que verse solo en el terreno de juego.
La agresividad tendría que verse solo en el terreno de juego.Alejandro García (efe)

Esta noche. Sería magnífico. Es mi primer deseo para todos ustedes antes de fiestas. A ver si lo conseguimos, entre todos, o los más de nosotros, justo después del Clásico de hoy, el partido del año en Barcelona.

Una de las pocas cosas claras en el fútbol es que los dos grandes clubs que se enfrentan esta tarde en el Camp Nou son mucho mejores el uno por el otro y el otro por el uno. Y ni les cuento si hubiera en España otros dos o tres equipos con igual potencia instalada, con parejo presupuesto anual, dicho con vulgaridad.

Ignoro si mi ruego habrá caído esta tarde como agua en cesto, pero voy por partes, a ver si esta noche hemos conseguido salir adelante con alguna de ellas.

Primera: “Insultos cero en la grada”. Lo pide la Federació Catalana de Futbol, respeto, por favor. No es tan difícil. Valen, naturalmente, aplausos y abucheos, aburren los improperios, sobran las injurias y resultan intolerables las animaladas. Si pudiéramos al menos contenernos en el primer y segundo niveles, ya sería un logro. Grande. Si pudiéramos.

Las protestas han de ser vistosas, pero bloquear la Meridiana cada noche fastidia a trabajadores fatigados

Segunda: “Son ustedes bienvenidos”. Vengan a Barcelona a disfrutar del buen juego, no a reventarme la ciudad, no necesitamos casseurs, rompedores, alrededor del campo de fútbol, que eso es demasiado fácil, pero sobre todo es muy cansino, mucho. Entendemos bien que las protestas han de ser vistosas, pero no nos cansamos de repetir que quemar o romper mobiliario urbano o bloquear la Meridiana cada noche fastidia a trabajadores fatigados que intentan volver a casa, que hace ocho días nos desviaron en el centro a bastantes conductores, pues trabajaban con máquinas asfaltando calles en los alrededores de la Plaza Urquinaona porque semanas antes unos cuantos centenares de jóvenes (y menos jóvenes) creyeron que quemar contenedores de basura sobre el asfalto que derretían era buena idea. Pues no, no lo fue. Aunque me llamó la atención, pegado a Betevé, observar una y otra vez una división sexual del trabajo impropia del Nuevo Amanecer que preconizaban los de los fuegos: ellos volcaban y quemaban contenedores; ellas se descaraban con la prensa y la televisión. Había de todo, claro, pero la división era visible y llamativa. Y uno que creía que estas cosas de hombres y mujeres iban a ser enterradas precisamente por esta buena gente. Pues no. Las sociedades cambian muy despacio. Las palabras lo hacen. Las cosas, menos. Las personas, casi nunca.

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Y Tercera: “Feliciten al ganador”. Yo soy parcial y me gustaría poder felicitar a Ansu Fati (le alineen o no), de mi ciudad, o a Leo Messi, del mundo, y a los demás, pero si acabamos medio bien, vaya mi felicitación por delante, esta noche, cuando ya este artículo sea papel para envolver el pescado, rastro de una luz perdida en la nebulosa de internet. Si pudiéramos.

¿Y si no?

Pues pediremos disculpas, porque, yo, para empezar, estoy seguro de que podría haber hecho más en el pasado para que menos gente estuviera tan enojada. Pero habremos de hacer algo más: reparar los rotos, materiales y morales, hacer algo por quienes pudieran haber resultado contusionados, lesionados o, esperemos que no ocurra, peor. Hombre de orden, no puedo dejar de creer en las libertades del desorden.

Durante las protestas, ellos volcaban y quemaban contenedores; ellas se descaraban con la prensa

Y por si no les convenzo todavía, acabaré recordando la historia de un radical entrañable, de alguien que se ha metido en más de un lío por haber sido comprensivo con rompedores de escaparates de supermercados.

Contemporáneo mío, nació humilde en Marinaleda, Sevilla, no creo que los manifestantes de esta tarde estén por él, ni por su ciudad, ni que la sientan suya, lo siento (por ellos). Pero más lo sienten los socios avispados del Barça y su inmensa afición: hace algunos años, en 2008, este hombre del que les hablo les pagó los billetes del viaje de Bisáu a España, cuyas puertas abrió, a Anssumane Fati Vieira y a su familia.

Se llama Juan Manuel Sánchez Gordillo, lleva no sé ya cuántos años de alcalde de su pueblo, no pienso como él, para nada, pero sin políticos así, este país sería más pobre de lo que es. Los catalanes tenemos una deuda contraída con él. Piensen como piensen este día del partido de hoy, si han llegado al final de este artículo, ahora sí les habré convencido: no rompan nada por favor, que el alcalde de Marinaleda es uno de los nuestros. Así es la Catalunya Gran. Pudiéramos felicitarnos todos. Esta noche.

Pablo Salvador Coderch es profesor de Derecho Civil en la Universitat Pompeu Fabra.

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