Un acto de bondad
Votar me parece uno de los actos más hermosos que existen, sigo creyendo en su valía
El fin de semana se presenta frío en Madrid, pero quién sabe. Hay nubes y de pronto caen gotas enormes que al chocar contra el suelo suenan como cantos rodados. Me apasiona ese momento costumbrista tan urbano en el que uno se asoma al balcón para ver qué es eso que suena y se encuentra al vecino de enfrente haciendo lo mismo, buscando un motivo, para después entrar de nuevo en el salón, cerrar con fuerza la ventana y exclamar "qué loco está el tiempo".
Me gusta observar a la gente, adelantarme a sus movimientos, comprobar in situ lo escandalosamente iguales que somos todos, aunque pensemos que no es así. Apenas nos diferencian un par de detalles, por mucho que nos empeñemos en lo contrario. Quizá si acentuáramos lo que nos acerca y no lo que nos separa podríamos encontrar un lugar donde vivir todos tranquilos.
El caso es que dan frío, pero entonces una sale a la calle y hace calor, el abrigo sobra, el metro asfixia. Y no sabe bien a qué atenerse. El domingo hay elecciones, una palabra que antes ilusionaba y ahora provoca hastío. Sin embargo, es la primera vez que voto en persona en Madrid desde que me empadroné en la capital. Apenas recuerdo la última ocasión en la que lo hice porque ya no se puede contar de cuatro en cuatro, pero las últimas han sido siempre por correo porque me han pillado fuera de la ciudad. Esta vez no, y esa es una de las cosas que le dan a esta cita algo de emoción. Otra: la necesidad de un movimiento, de tener al menos una razón para protestar si las cosas no se hacen bien.
Votar me parece uno de los actos más hermosos que existen, sigo creyendo en su valía, sigo pensando que todo se decide en un acto tan arcaico como meter un sobre en una urna. Las manifestaciones, los mensajes en redes cargados de rabia, las canciones o los poemas sociales, las conversaciones críticas en las reuniones de amigos, las lágrimas que se vierten al ver las noticias: todo eso es polvo si el domingo no se ejerce el derecho al voto.
Por mi parte, me he dado cuenta de dos cosas. La primera es que es muy fácil hacer las cosas mal, pero tremendamente complicado hacerlas bien. Por eso hay que proteger la bondad y rechazar la maldad. La segunda es que es difícil, si no complicado, saber siempre lo que uno quiere y estar de acuerdo en todo con algo o alguien cuando ni siquiera lo estamos con nosotros mismos. Sin embargo, es sencillo saber lo que no queremos, lo que no nos gusta, lo que no aceptamos.
Con esas dos premisas voy a acercarme al colegio de mi barrio, donde me toca esta primera vez, a colocar mi papeleta donde debe estar. Haga frío, sol o caigan piedras del cielo. Porque es mi derecho, mi poder, un acto de bondad, de rechazo y de defensa. Espero que ustedes hagan lo mismo. Madrid me mata.
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