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OPINIÓN | ME BAJO EN CALLAO
Columna
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Torquemada estrena Monasterio

Hace cinco siglos, a Torquemada le obsesionaban los judíos, pero ahora tiene otra fijación, sostiene la autora

Almeida (izquierda) y Ortega Smith, discutiendo tras el acto de Vox paralelo al minuto de silencio por la última mujer asesinada en Madrid por violencia de género.
Almeida (izquierda) y Ortega Smith, discutiendo tras el acto de Vox paralelo al minuto de silencio por la última mujer asesinada en Madrid por violencia de género.
Nieves Concostrina

Torquemada ha vuelto y ha estrenado Monasterio gracias a la mano de obra barata que le ha ayudado a construirlo en el eje Sol-Cibeles. El inquisidor castellano y patriota que consiguió que hasta los Reyes Católicos acabaran de él hasta la peineta, ahora tiene voz heladora, de autómata, y ojos tenebrosamente fríos. Ha cambiado la austeridad del hábito por americanas blancas ordinariamente remangadas; un horror de estilismo. Y la tonsura la oculta una larga cabellera oscura. Hace cinco siglos, a Torquemada le obsesionaban los judíos, pero ahora tiene una fijación con el adoctrinamiento de niños para que practiquen la zoofilia y el exterminio eugenésico de críos con síndrome de Down. En su mente calenturienta ve aberraciones sexuales por todas partes. En sueños, en los paseos con su perra, en las aulas y los libros…

Y así como los adoradores del inquisidor creen que la violencia no tiene género, Torquemada tampoco lo tiene. Muta fácilmente de mujer a hombre y de hombre a mujer. Como los ángeles, incluidos los caídos, que no tienen sexo. Torquemada es un ángel caído sin género al que solo hay que aplicarle lo que dijo san Agustín: Satanás es un perro encadenado que puede ladrar violentamente, pero solo consigue morder a quien se le acerca.

El último mordisco se lo llevó el jueves pasado el alcalde, porque no se puede ser más simple. Torpe, también. Mucho. Pero simple, un rato largo. Hasta cuando cree estar haciendo las cosas bien, manifestándose por las mujeres asesinadas (que a Torquemada siempre se le hacen pocas), la caga en cuanto abre la boca. Tenía clavadas miradas que le gritaban: “¡¿Qué?! ¡¿No vas a decirles nada a esos cuatro pelagatos y al Torquemada de la pancarta verde moco?! ¡Que te están contraprogramando, leches!”. Esto es lo que les pasó por la cabeza a muchos de los presentes durante aquel minuto de silencio, pero solo Mercedes González, la portavoz socialista en el Ayuntamiento, le recriminó su inacción. “Vale… Voy”.

Y el alcalde llegó hasta la pancarta verde moco que sujetaba Torquemada y sus asistentes y, en vez de mantener la distancia que recomienda san Agustín, se acercó de más, saludó cortésmente… y la pifió. Porque Satanás solo muerde si te acercas. Y así fue como pudimos ver todos, en todos los informativos de toda España, cómo un arrugadito alcalde, mirando medio metro hacia arriba, le decía a Torquemada eso de “si yo estoy de acuerdo contigo… contra la ideología de género y el feminismo del 8- M…”. Se retrató. Porque de Torquemada nadie espera nada salvo escupitajos, pero de él puede que alguien esperara algo más inteligente que hablar del Día Internacional de la Mujer, instituido por Naciones Unidas, con ese desprecio. Y justo en la semana en la que han sido asesinadas cuatro mujeres. Lo que no puede ser, no puede ser. Y además es imposible.

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