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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los que no quieren la condena

Dijo Gabriel Rufián en el Congreso que septiembre será un mes muy difícil para todos. Tiene razón, será difícil para todos. Aunque tal vez para algunos más que para otros

J. Ernesto Ayala-Dip
Rufián entrega a Sánchez una copia del libro que Oriol Junqueras ha escrito en prisión.
Rufián entrega a Sánchez una copia del libro que Oriol Junqueras ha escrito en prisión.JAIME VILLANUEVA

Dijo Gabriel Rufián, en su última intervención en el Parlamento de Madrid, a propósito de la fallida investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, que septiembre será un mes muy difícil para todos. (Tal vez olvidó agregar que algo de responsabilidad de que eso sea así, él y su partido también la tuvieron). Pero sí, tiene razón, será difícil para todos. Aunque tal vez para algunos más que para otros. Era evidente que Rufián tenía presente el veredicto del Tribunal Supremo, en el mes de septiembre u octubre, al emitir ese pronóstico. Hace una semana, Sergi Pàmies, en su habitual columna de La Vanguardia, escribía sobre una rama de la ciencia política que está haciendo furor estos días entre tertulianos y opinadores de toda laya. La bautizaba, con su ingenio habitual, como sentenciología. Pues de esto va la cosa hasta que haya sentencia. Después vendrá puntualmente la postsentenciología.

En principio, nos imaginamos lo difícil que será para los políticos presos si el veredicto es condenatorio. Esto es tan obvio que no hace falta ni comentarlo, solo desear que no los condenen. Para los miembros de los partidos a los que estos políticos presos pertenecen, se supone que también será muy difícil digerir una condena, algunas de ellas muy severas. Pero a tenor de lo que los dirigentes independentistas (Junts per Catalunya, Esquerra Republicana, Òmnium Cultural y la ANC) van anunciando —anuncios que más de las veces se parecen bastante a amenazas—, da la impresión de que casi quisieran que ocurriera lo peor. Incluso pareciera que solo les queda en la recámara de sus pulsiones unilateralistas una condena a sus correligionarios.

No creo que al PP y Cs les desagrade (aunque procurarán disimularlo) demasiado una condena

Quedan los llamados unionistas o constitucionalistas: el Partido Popular y Ciudadanos. (Al PSC lo sigo considerando, por encima o por debajo de su defensa de la Constitución y de la Monarquía, esencialmente un partido catalanista de izquierda). No creo que al PP y Cs les desagrade demasiado (aunque procurarán disimularlo lo mejor que puedan o sepan) una condena. De hecho, no han hecho otra cosa en sus campañas electorales y poselectorales para que el Tribunal Supremo se incline por el castigo.

Dejo para el final el otro grupo para el que septiembre también será difícil. Este grupo es el de los que no quieren la independencia para Cataluña. Quieren todo lo posible, todo lo negociable, menos la independencia. Quieren competencias blindadas, como las que enumeró en su día Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, casi sin tocar la Constitución, quieren el traspaso de los trenes de Cercanías, por ejemplo; quieren que dejen en paz la lengua y no la utilicen tan perversamente para ganar votos, quieren el reconocimiento de Cataluña como nación. Como ven, cosas todas perfectamente asumibles, incluso para un gobierno de derecha civilizada. Para este no pequeño grupo, una sentencia condenatoria sería una auténtica desgracia política. Para Cataluña y para España. Y, por supuesto, dada esa misma consecuencia, para el propio grupo al que me refiero. ¿Qué habría que hacer? ¿Alegrarse? No, habría que tener estómago para eso y este grupo parece que no lo tiene. ¿Hacer como si nada hubiera ocurrido? Bueno, se seguirá acudiendo al trabajo, llevando a los niños al colegio, escuchando la radio y viendo jugar al Barça. Pero eso no quitará que los días de septiembre (octubre o el mes que sea) se les hagan insufribles a los que no desean la independencia de Cataluña, pero tampoco que se castigue como medida de escarmiento por las gravísimas imprudencias jurídicas (sí, jurídicas) que se cometieron en aras de unas innecesarias fronteras, ejército y embajadas propias.

A los que no quieren la independencia, no les quedará más remedio que lamentarlo si la sentencia fuese condenatoria

Al grupo de los que no quieren la independencia de Cataluña, sino todo lo negociable para el bien de sus ciudadanos, no le quedará más remedio que lamentarlo profundamente si la sentencia fuese condenatoria. Por el momento, solo les queda rogar que los componentes de tan alto organismo judicial sean pragmáticos (y misericordiosos con los acusados de delitos jurídicos), y se decidan por el enorme ejemplo de decisión política que llevaría consigo la absolución de todas esas personas.

Si ello no fuese así y el señor Marchena y compañía, se decantaran por la condena de los acusados, ya puede ir el Gobierno preparando el terreno para un indulto. La declaración unilateral de independencia fue la burda puesta en escena de una utopía fraguada al socaire de los no menos enormes errores del Gobierno de Mariano Rajoy y el PP. Y no se puede condenar a tantos años de prisión solo por ser tan malos actores. O políticos.

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