¿Un independentismo asocial?
Parte de las burguesía europea cerró filas y se desentendió de la comunidad social y de sus graves problemas
Las elecciones que se vio obligado a convocar Pedro Sánchez, con el consiguiente riesgo de que no las ganara en beneficio de la derecha y ultraderecha, tuvieron su origen en la negativa de los partidos independentistas a aprobar los presupuestos que había presentado el PSOE en la Cámara de los diputados. Esos presupuestos tenían un contenido social muy acentuado, sin contar el monto de euros que estaban destinados a las arcas públicas del gobierno autónomo de Cataluña. La lectura que se hizo por lo general de esta decisión, por parte de los opinadores radiales, televisivos y de prensa, fue que el independentismo chantajeaba a Pedro Sánchez. “Presupuestos sí, pero a condición de comprometerse a convocar un referéndum de autodeterminación”. ¿Fue esta la razón fundamental de esta negativa por parte de partidos tan comprometidos con los derechos sociales y la lucha por una vivienda, un sueldo y una vida dignas, por lo menos en los papeles, como la CUP (que no votó pero acompañó moralmente a su socio de legislatura en la cámara catalana) y Esquerra Republicana? ¿Y si las razones fueran otras, tan otras que ni siquiera ellos mismos sean conscientes de su dimensión reaccionaria? Podría ser, que todo suele suceder en la viña del señor.
Esquerra Republicana es un partido sustancialmente independentista, con algunas querencias sociales
Veamos. No sé si los lectores recuerdan esos vetos a los presupuestos del PSOE. Hagamos un poco de memoria. La devolución de los Presupuestos al Gobierno fue apoyada por PP, Ciudadanos, ERC, PDeCat, CC, UPN, Bildu, Foro y dos diputadas del grupo de Unidos Podemos. No hace falta averiguar los motivos del veto de PP y Ciudadanos, coordinados para tejer el famoso cordón sanitario al PSOE (y obligarlo a convocar elecciones y barruntar la posibilidad de arrebatarle la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez). Los votos en contra de las diputadas de Unidos Podemos (la gallega Alexandra Fernández y la catalana Marta Sibina) se instrumentaron como protesta ante el bloqueo de los barcos de ayuda humanitaria en el Mediterráneo. Los de PDeCat hay que leerlos en clave ideológica, como los de CC y UPN, partidos de derecha poco proclives a la solidaridad con los segmentos sociales más desfavorecidos. Nos queda, entonces, Esquerra Republicana. Partido sustancialmente independentista, con algunas querencias en los capítulos sociales. Pero su pulsión independentista tira mucho. Pasaron los tiempos de su presencia testimonial con apenas menos de un 15 por ciento de electores independentistas, como fue cuando compartieron dos legislaturas completas (2003-2009) en un tripartito verdaderamente de izquierdas. Y social. Ahora, acariciando el 50 por ciento del voto independentista, junto con el PDdCat y la CUP, las cosas se ven diferentes y lo social se ha trocado por la insufrible República catalana.
Esta reflexión es producto de dos circunstancias, una imagen en mi memoria y la lectura de un libro. Empiezo por el libro. Se trata de No society. El fin de la clase media occidental, de Christophe Guilluy (Taurus). Y la imagen es la de una persona de unos cuarenta años, en una manifestación del 11 de septiembre de no hace mucho, de un cajero en la Rambla de Catalunya. Enfundada en una estelada como recién estrenada, la vi sacar una serie de billetes de cincuenta euros que rápidamente recogió en su billetero. Esa imagen de desahogo económico me hizo pensar. Obviamente no saqué ninguna otra conclusión que no fuera que esa secuencia de alguien sacando dinero casi dispendiosamente chocaba con la idea de un ciudadano o ciudadana catalanes explotados y sometidos por el “estado español”. Parecía más una metáfora de solvencia financiera que un hecho cotidiano real. Pero ya sabemos que las metáforas funcionan y también enseñan.
Christophe Guilluy escribe sobre el distanciamiento sin violencia de las clases de “arriba” con las de “abajo”
El libro de Guilluy enseña muchas cosas. Por ejemplo, cómo parte importante de las burguesías europeas y norteamericanas decidieron hace ya bastante tiempo cerrar filas y desentenderse de la comunidad social y de los gravísimos problemas que padecen: vivienda, gentrificación, desprotección sanitaria, pobreza energética, retribuciones escasas para llegar a fin de mes y un largo etcétera. A estas burguesías, las denomina el geógrafo y sociólogo canadiense “burguesía asocial”. Y dice al comienzo de un capítulo: “Representantes autoproclamados de la sociedad abierta y de la convivencia armoniosa, las clases dominantes y superiores (Guilluy las llama “las clases de arriba” del siglo XXI) han conseguido en unas pocas décadas lo que ninguna burguesía había logrado antes: distanciarse, sin conflictos ni violencia, de las clases populares (las “clases de abajo”)”.
¿No tendrían que preguntarse los independentistas, por si no todavía no se han enterado, si ellos también no pertenecen a la misma burguesía, que “sin violencia”, prometen el confort burgués y asocial de la república idílica?
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