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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Poner el cuerpo

La carrera en Barcelona se resume en consolidar, mejorar y ensanchar lo que empezó en la calle

Paola Lo Cascio
Fotograma del vídeo de campaña del cara a cara imaginario de Ada Colau.
Fotograma del vídeo de campaña del cara a cara imaginario de Ada Colau.

Se hizo viral en los últimos días de la campaña electoral para las elecciones municipales de Barcelona un vídeo en el cual la Ada Colau alcaldesa mantenía un cara a cara imaginario con la Ada Colau activista. Seguramente se trataría del cara a cara más difícil de aquellos 15 días, y probablemente —al menos hasta la fecha—, el más difícil de su carrera política. Más allá de la efectividad electoral del recurso, la idea de producir y difundir un vídeo de esas características revelaba la voluntad de interrogarse públicamente sobre temas incómodos: ¿valió la pena dar el salto a las instituciones? ¿la política tradicional ha conseguido cambiar las convicciones de la activista? ¿las dificultades encontradas pasando al otro lado son realmente insuperables? Y, sobre todo, ¿se reconoce una misma cuatro años y miles de trances inesperados después? Se tenga simpatía o no por la actual alcaldesa, parecen preguntas que muchos dirigentes —de la llamada vieja y también de la nueva política—, deberían hacerse. El vídeo se cerraba con un lema clásico de la fraseología de los Comunes: “Nunca olvidar de dónde venimos y por qué estamos aquí”.

Y aquí la respuesta es muy clara: la galaxia de experiencias, tradiciones y prácticas que permitió el nacimiento de la candidatura municipal que ganó por sorpresa en 2015, se funda sobre el encuentro entre aquellos sectores que siempre habían hecho política a la izquierda del bipartidismo y aquellos que se politizaron dentro de los poderosos movimientos sociales que se generaron en España en el marco de la crisis económica y de las respuestas austeritarias codificadas, defendidas y aplicadas sin contemplaciones tanto por los gobiernos del PP a nivel central como por los gobiernos nacionalistas (a partir de 2012 con la participación de ERC) a nivel catalán.

El caso de la Plataforma de Afectados por la Hipotecas —de donde procede en definitiva Ada Colau—, es seguramente el más famoso, pero no el único. Entre 2011 y 2015 mucha gente, de procedencia distinta decidió “poner el cuerpo”: para parar desahucios, para manifestarse para la escuela y la sanidad pública, a la vez que hacía horas extra no pagadas para que estos dos servicios que definen el nivel democrático de un país no fueran desmantelados y privatizados. De la misma forma, muchas mujeres ponían su cuerpo para evitar cualquier intento de contrarreforma del aborto, o se organizaban para denunciar la especulación en los barrios.

Las experiencias de mucha gente para lidiar una realidad concreta marcaron y cambiaron la agenda política

Una apuesta de mucha gente para lidiar con la realidad concreta, partiendo de lo cotidiano, y sabiendo siempre que los avances serían imperfectos, parciales, trabajosos, fruto de la constante dialéctica entre lo deseable y lo posible. Al cabo de unos años, aunque se hable de cierre de la “ventana de oportunidad”, de la restauración del sistema —y a la izquierda, de una nueva primavera del PSOE, imposible de imaginar sin el impulso sustancial de la competición con Podemos y las confluencias—, que no engañe el efecto óptico: esas experiencias marcaron profundamente el país cambiando la agenda política. Sólo para ceñirse al caso de la ciudad de Barcelona: nunca en una campaña se había hablado tanto de priorizar la lucha contra el cambio climático, de exigir la corresponsabilización fiscal y social de las empresas, de servicios sociales para la ciudadanía, de regulación de alquileres, de municipalización de recursos y servicios, del papel de las ciudades en el mundo como garantías de refugio y derechos, de una ciudad pensada por y para las mujeres, de gobierno responsable del turismo para evitar el vaciamiento de los barrios, de regulación de la actividad de gigantes multinacionales que operan en nuestra ciudad.

Ciertamente, poner temas en la agenda política no es suficiente. No lo es tampoco llevar a cabo con determinación un primer mandato difícil, condicionado por la dificultad de realizar aprendizajes en tiempo récord, con buena parte de los poderes en contra y con la presencia absolutamente dominante de un dispositivo conservador por antonomasia como es la tensión identitaria. Pero, en definitiva, la carrera para la alcaldía de Barcelona se resume en esto: consolidar, mejorar, socializar, ensanchar —incluso más allá de las siglas partidistas particulares—, los frutos de aquel ciclo empezado en la calle en 2011, para que tenga una traducción institucional. Con la decisión de optar a la alcaldía, y sabiendo ya de entrada que el camino será imperfecto, trabajoso, fruto de la inevitable dialéctica entre lo deseable y lo posible, Ada Colau ha vuelto a poner el cuerpo.

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