Primeras decepciones en Vox
La toma de decisiones en el partido, hermética y concentrada en muy pocas manos, genera malestar y desapego entre candidatos municipales
Los abrazos y las sonrisas en la inauguración de la sede de Vox en Arganda del Rey en enero escondían una grave disputa que, en parte, explica la debacle de mayo en las municipales y autonómicas. Dos de los dirigentes nacionales, Rocío Monasterio y Javier Ortega Smith, visitaron la ciudad de 54.554 habitantes al sur de Madrid y los afiliados locales posaron para la foto en un momento de euforia cuando el partido parecía no tener techo, cuando Santiago Abascal era aclamado en las calles como si fuera el quinto beatle.
Sin embargo, buena parte de ellos estaban indignados, cuenta Palmira Moleón, que acababa de ser desplazada como coordinadora del partido. Fue reemplazada, según ella, por alguien cercano a la cúpula y recién llegado, el empresario Francisco de Paula Serrano. Moleón, que llevaba nueve meses captando afiliados en reuniones, comidas y otros eventos, llevó a Ortega Smith a un aparte y le advirtió del descontento de las bases. “Me dijo sí, sí, sí, pero no hizo nada”, recuerda Moleón. El partido ha obtenido dos concejales de los 25 de Arganda, un “pinchazo”, dice Moleón, que ha tenido réplicas por toda España y que se debe al maltrato de las bases por parte de la cúpula, según la descripción crítica que hacen más de una decena de fuentes, entre ellos dirigentes aún dentro del partido y otros que han salido decepcionados.
Vox es un partido vertical y hermético donde muchos veteranos han sido desplazados por personas cercanas a la plana mayor, según la descripción de estas fuentes. La cúpula, cuyas caras más conocidas son Santiago Abascal, Iván Espinosa de los Monteros, Rocío Monasterio y Javier Ortega Smith, toma decisiones unidireccionales y es poco permeable a las opiniones externas. Los candidatos son elegidos a dedo y el partido oculta la identidad de los miembros del comité de garantías, el que resuelve las disputas.
Esta forma de funcionar lastró al partido el 26 de mayo, según las fuentes consultadas. Si en las elecciones generales del 28 de abril Vox sacó en Madrid el 13,9% de los votos (520.417), en las municipales solo obtuvo en la región un 7,67% (248.628), y en las autonómicas un 8,86% (285.099). Es verdad que el voto local es muy distinto al nacional porque prima a la persona sobre las siglas, y Vox tenía pocas caras conocidas. Pero el partido no invirtió en esas personas que estaban haciendo ese trabajo arduo en calles y barrios. “Les importamos un bledo”, dice Pepita Medina, la excoordinadora de Vox en Campo Real (6.075 habitantes).
Los afiliados que, como Medina o Moleón, pretendían construir desde la base una estructura de partido, chocaron con un ente monolítico en las alturas que tomaba sus propias decisiones al margen de cualquier opinión externa. “Cuando pensamos que la gente que había estado trabajando estaría al frente nos encontramos con que daban preferencia a personas que venían del PP o cercanas a ellos”, cuenta Daniel Molina, expresidente de Vox en Toledo. Los correos al comité de garantías, los mensajes y llamadas a los líderes suelen caer en saco roto, dicen estas fuentes. “Dan la callada por respuesta”, dice Medina, que se fue del partido en abril porque se sentía despreciada.
El golpe definitivo a las aspiraciones de democracia en el partido llegó el 23 de febrero, cuando Vox cambió sus estatutos para suprimir las primarias, de modo que la cúpula elegiría a los candidatos a alcaldías y autonomías. Abascal justificó que así evitaba la llegada de arribistas. Sin embargo, los críticos dicen que él trajo a los suyos bajo el brazo. “Dieron un golpe de Estado bolivariano”, añade Molina. La coordinadora depuesta en Arganda había planeado un reto en primarias al favorito de los líderes, pero tras ese cambio decidió abandonar Vox. “Era mi última esperanza”, dice Moleón. “Lo que me ha pasado a mí les ha pasado a muchos otros por toda España”, agrega.
Esa cultura de ordeno y mando también perjudicó a los elegidos como candidatos. En municipios como Griñón (10.178 habitantes), donde el partido fue el más votado en las generales con un 25% de los sufragios, sus representantes locales tenían prohibido hablar con la prensa por orden de la dirección nacional. Vox cayó al tercer puesto en las municipales y solo sacó un 10,6% de los votos. Esa censura se sumaba al problema de un partido donde se fía casi todo a los mensajes en clave nacional: patriotismo, antiprogresismo y discurso duro y hosco contra los nacionalismos periféricos. La vida municipal quedaba secuestrada por el relato españolista.
Los dirigentes de Vox han hecho poca autocrítica tras el 26-M, pero durante la campaña, previendo el mal resultado, remarcaron que tienen menos dinero que otros partidos. Vox declinó hacer declaraciones para este artículo.
Funcionamiento “caótico”
Vox es un partido joven que aún está sentando sus cimientos, pero los líderes parecen haber puesto poco empeño en la organización, según fuentes que han trabajado en la sede nacional en la calle Nicasio Gallego.
Describen el funcionamiento interno como “caótico”. Las reuniones se llevan a cabo donde buenamente se puede. El día a día es errático. El partido en Madrid, que orbita en torno a Monasterio y Espinosa, no tiene una secretaría regional ni órganos de dirección. La discusión interna escasea. El comité nacional ni siquiera está dividido por áreas como educación o transporte.
Según estas fuentes, un exceso de confianza se apoderó del partido en los primeros meses del año cuando Vox estaba en la cresta de la ola. En la formación circulaban encuestas muy optimistas. Ningún miembro de segundo o tercer rango del partido asegura haberlas tenido entre sus manos pero todos habían oído de su existencia. La euforia era total. El 14 de marzo, Rocío Monasterio charlaba con dos hombres trajeados en un cruce de calles del barrio de Chamberí. Les decía: “En muchas encuestas estamos por encima de PP y Ciudadanos”.
Ese estado de ánimo pudo contribuir a que el partido lo fiara todo a su marca, en lugar de invertir en sus fieles militantes que montaban mesas informativas cada fin de semana. Las deserciones comenzaron tras las generales, cuando muchos se vieron defraudados por un resultado menor a las expectativas generadas por los líderes.
En un manifiesto, nueve militantes veteranos, entre ellos Juan Luis Jara, que fue vicepresidente primero de Vox, pidieron el apoyo para el PP diciendo que el partido se había convertido en un "chiringuito" de Abascal.
Los resultados, aún peores tras el 26-M, no han ayudado a consolar a quienes han dado a Vox su tiempo y energía. “Hago el trabajo sucio y me dan una patada”, dice un afiliado de un municipio en la región de Madrid que lleva cuatro años en el partido y siente que la dirección le relegó en las listas. “Nos han despreciado totalmente”.
Estrella Mateo, destituida en febrero como coordinadora de Aranjuez, dice que el domingo vio sin esperarlo a Abascal en la plaza de toros local y lo "cogió por banda". Según Mateo, Abascal le preguntó qué tal le había ido a Vox en el municipio de 59.037 habitantes. "Le dije que ya no estoy en Vox y se quedó de piedra. Me respondió que no lo sabía", recuerda Mateo que aprovechó para soltarle una puya: "Pues entérate porque creo que no sabes nada de lo que pasa en tu partido".
“ETA hace actas de su reuniones; nosotros, no”
El sevillano Juan Jara, exmilitante del PP, llegó a ser vicepresidente primero de Vox en la época en la que era un partido muy minoritario. Al ocupar ese puesto, cuenta, empezó a ver cosas raras. “Cuando se reúne la dirección del partido nadie levanta acta. No hay el más mínimo principio de seguridad jurídica. Eso ocurre en un partido que quería regenerar la vida pública española. ETA levanta actas de los acuerdos que hace. ETA es más seria que Vox”, dice por teléfono Jara, médico de profesión. Asegura que fue purgado cuando comenzó a preguntar por la financiación, que considera “opaca”. Fue fulminantemente expulsado de todos los chats de WhatsApp de la formación y tratado “como un leproso”. Hoy se ha convertido en un crítico habitual de Vox, un partido al que no ve ningún futuro.
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