En Madrid no hay playa
Sin embargo, existe un azul distinto que nos ayuda a comprender el tiempo
Madrid tiene un gran escollo que le hace sentirse menor, quizá incompleta. En él, encontramos un punto débil a priori irrebatible que no encuentra réplica. Es insalvable. Es una cuestión de geografía, y frente a eso nada se puede hacer, porque por suerte no mandamos sobre la tierra, aunque algunos se empeñen en demostrar que eso no es cierto y quieran destruir la casa de todos.
En Madrid no hay playa. Eso es un hecho tan real como que los días de frío mis rodillas crujen y duelen. Las piscinas municipales, que están muy bien, son un consuelo en los días de calor más apretados, no cabe duda, pero entrar en comparaciones sería como decir que el agua sólo es agua, y los que amamos el mar sabemos que eso no es verdad. No he encontrado aún una metáfora que exprese el simbolismo del mar. Es una cuenta pendiente que tengo con la poesía, pero es que creo que está más allá de las palabras. Al final, las palabras sirven para contener un concepto y hacerlo estallar, y para mí el mar siempre estuvo por encima de todo. Es inviable pretender reducirlo a un concepto o a un verso bonito. Yo sólo sé que cuando no puedo más, me siento frente al mar y todo se reduce.
En Madrid no hay playa, eso es cierto, pero hay lugares escondidos que de pronto uno encuentra doblando esquinas y sorprenden, como un anochecer a destiempo. Disculpen la generalización, pero creo que tendemos a conformarnos y la búsqueda de lo nuevo no suele entrar en nuestros planes. ¿Quién cambia la ruta para volver a casa después del trabajo? ¿Acaso algún vecino del centro sabría decirme cuándo fue la última vez que hizo una excursión por las afueras de la capital? Prueba de ello es que en siete años que llevo viviendo aquí, nunca había ido al sitio que fui el miércoles.
Se llama Lancha del Yelmo y está en el famoso Pantano de San Juan, del que tanto había oído hablar y nunca había hecho por visitar. Se encuentra a una hora en coche de Madrid, en San Martín de Valdeiglesias, y el acceso en coche no es complicado. Para llegar al agua y poder darse un baño refrescante, hay que dar un paseo de unos tres kilómetros. Cuando uno llega, se abre ante él un manto azul profundo que puede confundirse con el cielo y que contrasta con la tierra que lo rodea. Hay una zona nudista, es amplio y no hace falta mucho más. Allí, mis perros fueron muy felices jugando con las truchas y yo fui muy feliz viéndolos correr. Por suerte, volví a sentir que todo se reducía, aunque faltara la sal en la piel.
En Madrid no hay playa, pero existe un azul distinto que nos ayuda a comprender el tiempo, a mirarnos a los ojos, a minimizar lo que nos duele y eso, en semanas como esta, alivia, no saben cómo.
Madrid me mata.
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