El otro zoo de Madrid es un Safari a media hora del centro
El centro concentra en 80 hectáreas a 500 animales de 220 especies diferentes
En Madrid hay un lugar en donde las jirafas corren entre cebras y camellos para acercarse a los coches a por zanahorias. Está a 40 kilómetros del centro de la capital, en Aldea del Fresno. Allí, antes de tomar un desvío que lleva a Toledo, se encuentra el Safari de Madrid, un lugar que concentra en 80 hectáreas a 500 animales de 220 especies diferentes. [Fotogalería: África, a media hora del centro]
De lejos puede parecer un zoo convencional. “Aquí los que están encerrados son los humanos que van en sus coches, mientras que los animales corren por el prado en semilibertad”, explica la veterinaria del centro, Jenny Cabrera, de 25 años, que desde los cuatro años soñaba con ser veterinaria y a los nueve, gracias a su padre —director del centro— y a que su trabajo se ha centrado en el Safari, ha vivido rodeada de animales toda su vida.
El origen del parque se remonta a 1975. Cuando era utilizado como un sitio de paso de animales que traían de África. “Los dejaban aquí antes de llevarlos a un zoo”, recuerda Cabrera. La función del parque ha cambiado y ahora pretenden ser un “zoo de nueva generación”, eso implica tener una función educativa con los colegios que visitan el Safari y ser un espacio para los investigadores. “Estamos estudiando a los jaguares y los niveles de cortisol en la sangre para tratar de entender y calcular la hormona que produce el estrés”, explica la veterinaria. Y justifica: “Si no existieran sitios como este no podríamos saber cómo se comportan estos animales para ayudar a que no desaparezcan”.
Una pareja entra en el Safari y durante los 45 minutos que dura su visita se les escucha desde el coche frases como “esto es como estar en África, pero más barato” o “quiero bajarme y jugar con ellos”. En la sección 1, se mezclan en la naturaleza avestruces, ciervos o caballos de Przewalski, de origen mongol, en una parcela de ocho hectáreas. Belén baja la ventanilla y se hace selfies con las cebras, mientras que las alimentan con zanahorias.
La jirafa famosa
Al otro lado del camino, aparecen tres jirafas: Beckham, bautizada por el propio jugador, de cinco metros de altura, pasa sus días comiendo de los árboles junto al resto de su manada. En febrero nació la última jirafa del Safari, y desde la ventanilla del coche no solo se la puede contemplar sino saludar de cerca.
Los leones viven en semilibertad, es una de las zonas más demandadas por los visitantes. Los coches pasan a apenas dos metros de Rufino y Amanda, dos leones tumbados a la sombra de un árbol. Miran el coche fijamente, sobre todo el melenudo jefe de la manada, como tanteando. Un vigilante está atento de que se cumplan las medidas de seguridad. No se pueden bajar las ventanillas.
Un amplio grupo de bisontes americanos y dos elefantes asiáticos, Alice y Baby, traídos desde el zoo de Berlín en 2003, roban la atención y ponen sobre la mesa el concepto de zoo del siglo XXI, por cómo los animales crecen en semilibertad. “Todos los animales que están aquí son de intercambios con otros zoos y centros de rescate”, explica Cabrera mientras llama desde la ventana del coche a los animales para que se acerquen a comer zanahorias. “Lo primero es sensibilizar a la gente sobre el cuidado de estos animales y creemos que si los visitantes pueden estar en contacto con ellos y ver cómo actúan van a querer ayudar a que no se sigan extinguiendo de nuestro planeta”, argumenta Cabrero. En el safari vive Serrano, que en su momento fue la primera cría de rinoceronte blanco en Europa.
Mini Zoo
Los elefantes aparecen el final del recorrido del safari y al comienzo del minizoo. Ese es el lugar donde se han recreado los hábitats medioambientales de los animales, utilizando materiales ecológicos. Se pueden encontrar tigres de Bengala, pumas, jaguares o linces rojos.
Muchos de los animales forman parte de un programa en coordinación con el Seprona (Servicio de Protección de la Naturaleza) que consiste en incautar ejemplares que viajan de forma ilegal. Es el caso de Vareta, un jaguar que rescataron en el aeropuerto de Barajas cuando era trasladado dentro una maleta desde Sudamérica. “Ahora no soporta estar encerrado, se quedó traumatizado”, explica Belén Florit, de 27 años, trabajadora del centro.
“El encierro aquí lo lleva bien porque no conoce otra cosa, llegó con cinco meses y ahora tiene cuatro años. Pero gracias a este programa sus cachorros van a poder volver a su hábitat natural”, explica Florit.
Los asistentes pueden pasar todo el día en el Safari con una entrada que cuesta 18 euros y con la que se les permite hacer un picnic en la sierra de Madrid rodeados de animales y naturaleza. La entrada incluye acceso libre a todas las instalaciones, además de a todas las exhibiciones y charlas didácticas que se realicen. También está incluida la entrada a la piscina durante la temporada de verano —julio y agosto—
Excursiones escolares
A la 13.30 los niños con sus padres se reúnen en el anfiteatro para ver los vuelos cortos del águila imperial. El águila vuela por encima de las cabezas de los asistentes para ir de un lado a otro, unos 50 metros. “Está buscando las corrientes”, explica José María Cabrera, cetrero desde los 15 años y alma máter del Safari. Durante más de una hora, los asistentes se fascinan con las distintas aves rapaces que vuelan en libertad sobre sus cabezas.
“Trabajar aquí es una aventura diferente todos los días, ves desde toneladas de caca de elefante que tengo que recoger con pala y carretilla hasta nacimientos de jirafas que nunca te imaginaste presenciar”, cuenta Florit. Lo cierto es que, explica, los trabajadores crean un lazo especial con cada uno de los animales. “Las jirafas solo confían en tres trabajadores y ellos son los encargados de alimentarlas”, explica Cabrera.
Un día normal de un trabajador en el Safari empieza a las 9.00. Su primera función es controlar que todos los animales estén correctamente. Una vez que comprueban que ninguna se ha escapado, empiezan las labores: dar de comer, limpiar las instalaciones, verificar que los calentadores funcionan.
Así pasan sus días: rodeados de animales entre árboles como si estuvieran en África, pero a solo 40 kilómetros de la Puerta del Sol.
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