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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No era un suflé, o quizás sí

La declaración de independencia, vacía e inconsecuente, se deshinchó como un globo pinchado

Lluís Bassets
Manifestantes portan una estelada gigante en Barcelona en la Diada de 2015.
Manifestantes portan una estelada gigante en Barcelona en la Diada de 2015.ALBERT GEA (REUTERS)

No era un suflé. Y el independentismo ha llegado para quedarse. Puede que sean ciertas ambas cosas. Recordemos que hay argumentos sin funciones lógicas ni deliberativas, sino analgésicas. No sirven para pensar ni convencer, sino para quitar el dolor y obtener paz y consuelo. Tiene sentido que existan y que sirvan, sobre todo a los afligidos. Este es el caso del mentís al suflé y de la persistencia del independentismo. Importa menos la verdad del argumento que su función consoladora.

Hay que reconocer que tantos esfuerzos no se pueden desperdiciar sin hallar antes un significado. Si además se dirigen a los adversarios, para advertirles de la persistencia de sus ideas y proponerles la vía de la transacción, bienvenidos sean. Repitamos con ellos: no era un suflé, han venido para quedarse. O dicho de otra forma: hay que contar con ellos, al menos como parte de la realidad y en algún momento habrá que entrar en tratos, en negociaciones y en acuerdos. Impecable. Así debe ser. Mejor el mentís al suflé que el voto contra Iceta.

Pero hay que regresar a los orígenes para aclararnos. La confusión ha sido la guía de la discusión pública. Discusión y pelea de gatos. Jamás se ha producido un debate deliberativo, en el que cada parte escucha y atiende las razones del otro e intenta superarlas con las propias, hasta compartir al fin la posibilidad de una conclusión aceptable para todos. Desde el principio, sus promotores tiraron por la calle de en medio, rehuyendo toda oportunidad de discusión honesta. Sus objetivos y métodos estaban claros. Todo estaba ya decidido y se trataba de adherirse o aceptar pasivamente el papel de adversario unionista, necesario para convencer a unos, disuadir a otros y marginar a los auténticos disidentes de tan disparatado proyecto. Hubo un suflé, sí, y ha quedado deshinchado. Era la independencia. A plazo e inevitable. Determinada en hojas de ruta y fechas inaplazables que han ido amontonándose y desmintiéndose. Basada en un cálculo ciego y erróneo sobre la realidad de España, la correlación de fuerzas en Cataluña y los apoyos en Europa y el mundo.

Fue suflé desde aquel otoño de 2014, cuando Artur Mas fracasó en su envite electoral para obtener una “mayoría indestructible”. Se le llamó suflé, pero merecía otro nombre, fanfarronada, puesto que partía de la idea irreal y sin fundamento empírico de que existía una mayoría social y política independentista cuando en ningún momento ha habido más mayoría que la que se necesita para la investidura de un gobierno autonómico, apenas para gobernar la autonomía y ni siquiera para cambiar la ley electoral o reformar el Estatut.

Quienes tanto se han equivocado se deleitan en el recordatorio de los errores ajenos, aunque sean imaginarios. Y hay que decirlo claro: si no hubo suflé, es decir, engaño flagrante, entonces hubo una acumulación colosal de errores, aunque lo más probable es que hubo abundantes raciones de ambas cosas, errores y engaños.

El error de cálculo fue multifuncional respecto a las fuerzas propias y ajenas, a las interiores y las exteriores. Eso fue lo esencial del suflé y en eso se expresó, en una falsa declaración de independencia, inconsecuente y vacía, que explotó y se deshinchó como globo pinchado.

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Resultado del error es la aparición, en Cataluña, de una división inédita y difícil de reconocer desde la ortodoxia independentista. El consenso catalanista, que había abarcado a toda la sociedad en forma de un consentimiento pasivo de la población de origen no catalán, se ha esfumado del todo, como ha explicado Anton Costas en su artículo El final del consentimiento (La Vanguardia, 16 de mayo de 2018).

La independencia era un suflé pero no lo era el independentismo, que ha llegado para quedarse. Pero el antiindependentismo también. Y tampoco es un suflé, de forma que habrá que contar con él a partir de ahora y no habrá ya pasividad en los consensos, que exigirán un trabajo a fondo.

Ahora se necesitará el debate y la deliberación que el independentismo eludió cuando tiró sin trámites ni explicaciones por la vía unilateral del fracaso. No es un detalle marginal que las hojas de ruta evitaran o pospusieran cualquier etapa deliberativa abierta y participativa, que habría hecho aparecer en público la confrontación de ideas y la pluralidad catalana que se quería ocultar. Cuando regrese la Cataluña abierta y plural, capaz de debatir civilizadamente sobre su futuro sin excluir a nadie, podremos olvidarnos del inútil debate sobre el suflé. Pero no basta con esperar a que regrese sola, sino que hay que actuar para que regrese. Exactamente lo contrario de lo que está haciendo ERC, que trabaja para que no regrese.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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