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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Vuelve el fascismo?

Lo más característico de la extrema derecha actual es que siendo autoritaria en lo social, lo cultural, lo político y lo moral es neoliberal en lo económico y asume de pleno el mito de que no hay alternativa

Josep Ramoneda
Expectación ante Matteo Salvini a Roma, en una imagen de archivo.
Expectación ante Matteo Salvini a Roma, en una imagen de archivo.Angelo Carconi (ap)

Aunque oficialmente empezó ayer, llevamos meses de una campaña electoral deplorable, que la derecha ha convertido en un voto sobre Cataluña reducido a dos opciones: confrontación o distensión, o, si se prefiere, autoritarismo patriótico o negociación política. Con la consiguiente réplica en el campo independentista en forma de división entre los partidarios del cuánto peor, mejor y los que pretenden asumir una estrategia posibilista, conforme a una evaluación racional de las relaciones de fuerzas. A los ciudadanos tocará escoger. Y veremos la dimensión real del voto útil contra las pulsiones autoritarias. Pero no deja de ser preocupante el grado de degradación de la vida política al que se ha llegado, con una derecha que aflora los demonios familiares que le han acompañado históricamente y que durante mucho tiempo mantuvieron a España lejos de Europa.

El inicio de la campaña española coincide con la ofensiva de la extrema derecha europea para mandar en la Unión, con el italiano Salvini como primer tenor. Hace tan solo dos años sus líderes, fascinados por el Brexit, pensaban en salir de Europa, ahora quieren decidir. Se sienten capaces de roer las rígidas instituciones europeas desde dentro, como consecuencia de la crisis de representación que vive la democracia liberal, que los partidos tradicionales se resisten a reconocer porque lo ven como un cuestionamiento a su poder. Con su inmovilismo, en un horizonte en que escasean las expectativas de futuro, abren la puerta a los que se presentan con las regresivas y represivas promesas de redención de siempre.

¿Vuelve el fascismo? En el ámbito académico hay dos respuestas: los que creen que es un fenómeno histórico, indisociable de un tiempo determinado, y los que creen que, con mutaciones, el fascismo siempre acecha. Como en otros momentos de la historia —este año se cumple el centenario de la República de Weimar— hay una cierta tendencia a negar los malos augurios. Y a minimizar el retorno del patriotismo trascendental (la patria como horizonte insuperable), la defensa del patriarcado frente a la revolución feminista, el rechazo a los que vienen de fuera o la restricción de libertades individuales trabajosamente conquistadas que habían permitido salir de la tutela de la moral religiosa. Tanto es así que, como hemos visto en España, la derecha otrora autoproclamada liberal o conservadora, ha dado carta de legitimidad a Vox y le ha comprado parte de su agenda.

Hace meses que somos en una campaña electoral deplorable, que la derecha ha convertido en un voto sobre Cataluña reducido a dos opciones: confrontación o distensión

Robert Paxton, clásico historiador del fascismo, nos propone esta definición: “una forma de conducta política caracterizada por una preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, su humillación o victimización y por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en la que un partido con una base de masas militantes nacionalistas comprometidos, trabajando con una cooperación incómoda pero eficaz con élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue con violencia redentora y sin limitaciones éticas o legales objetivos de limpieza interna y expansión exterior”. El propio Paxton sustenta que el fascismo se propaga y se entiende mejor por “las pasiones movilizadoras” (contra el enemigo de la patria) y los sentimientos viscerales que por las proposiciones razonadas.

El destino de la radicalización actual de la derecha está lejos del repertorio del fascismo clásico pero las pasiones movilizadoras siguen encendiéndose con facilidad, adaptadas ahora a un sistema de comunicación —la sociedad digital— y a un estadio del capitalismo, completamente distintos. De modo que lo que hay que combatir no es el fascismo clásico con su parafernalia, que es un eco del pasado, sino el autoritarismo postdemocrático que puede conducir a la disolución de la democracia, sin la aparatosidad de los sistemas totalitarios. Si no estamos alerta, la democracia puede desaparecer sin que nadie sepa cómo ha sido.

Por eso, lo más característico de la extrema derecha actual es que siendo autoritaria en lo social, lo cultural, lo político y lo moral es neoliberal en lo económico y asume de pleno el mito de que no hay alternativa, que es el hilo que une a Vox, PP y Ciudadanos. A partir de aquí, ante las profundas brechas de desigualdad que amenazan la estabilidad de nuestras sociedades, los discursos de exclusión (de ideologías y de personas) y de restricción de derechos adquiridos operan como pasarelas hacia la solución autoritaria. No es el fascismo el que vuelve, es el autoritarismo como salida a la crisis de la democracia representativa. Fantaseando con las amenazas del pasado no perdamos de vista los peligros reales del presente.

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