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Columna
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Contra la regresión y el desencanto

En estas elecciones que se avecinan debemos recuperar la ilusión por la Modernidad

El público en un mitin de Vox en Torrejón de Ardoz, al este de Madrid.
El público en un mitin de Vox en Torrejón de Ardoz, al este de Madrid.JAIME VILLANUEVA

Lo que nos jugamos en las próximas elecciones es mucho. Se dice siempre de todos los procesos electorales pero, a mi juicio, esta vez es verdad con más razón. No estamos hoy en “la lucha por el reconocimiento” de Hegel ni siquiera en la consecuente “lucha por el derecho” de Ihering. Tenemos por delante una necesaria actualización de los derechos, sí, en un proceso de especificación que debe hacerlos compatibles con el progreso sostenible, con las nuevas realidades y demandas del siglo XXI y con la universalidad de su espíritu como derechos naturales de todas las personas a partir de la igualdad y dignidad humana, de la prioritas dignitatis de los humanistas.

Pero, en lo fundamental, los derechos están reconocidos, constitucionalizados y formalmente garantizados; en España desde 1978. El desafío en nuestros días es otro y es más serio. Es global, europeo y, desde hace unos cuantos años, también español. Es más serio porque corremos el riesgo, por primera vez, de volver a empezar, de desandar lo andado, de olvidar décadas de paz, prosperidad y libertad. Y las amenazas son dos, la regresión y el desencanto, la reacción y el escepticismo, a las que habría que añadir una tercera “muy española”: el delirio independentista.

Empecemos por la primera. Comencemos recordando que la derecha española nunca ha estado en la vanguardia de los derechos. Su entusiasmo, cuando se trata de reconocer nuevos derechos o de extenderlos a la mayoría, ha sido siempre limitado. En estos 40 años de democracia llegaban tarde, protestaban, votaban en contra, pero finalmente los asumían, domados quizá por la fuerza demoscópica y el avance social y cultural. En el siglo XIX incluso se sumaron tarde al concepto de soberanía nacional instalados en una comprensión de la legitimidad que derivaba del trono y del altar. Las embajadas eran “Embajadas de España” cuando gobernaban los progresistas y “Embajadas del rey católico” cuando gobernaban los conservadores y reaccionarios. Por eso, para ellos, España como nación empieza en 1492 y no en 1812.

Hoy, ya sin complejos, amenazan seriamente con regresar al pasado, con desmantelar el Estado del Bienestar (so pretexto de las crisis económicas o de la excesiva carga impositiva -sic-) con (re)centralizar el poder (las comunidades autónomas son también un despilfarro y adoctrinan en lo particular) y con adelgazar sensiblemente las libertades y los derechos civiles, en concreto aquellos que chocan con su mirada confesional, religiosa, propia de una ética privada que quieren imponer como ética pública, un nacional-catolicismo de nuevo cuño. La revisión reaccionaria del aborto, la devolución de la violencia de género al espacio privado o la imposibilidad de legislar la muerte digna y la eutanasia son tres claros ejemplos.

La segunda amenaza es la que deriva del desencanto y el escepticismo. Se suele traducir en abstención y aislamiento. Los derechos están reconocidos pero deben hacerse reales y efectivos y llegar a todos los sectores sociales. Así lo mandata por cierto la Constitución en su artículo 9.2. Si las instituciones no ayudan eficazmente a resolver los problemas de los ciudadanos y a satisfacer sus necesidades básicas, sobre todo de los más vulnerables, la desconfianza se instala y la abstención, o peor aún, la tentación de votar a opciones populistas y extremistas, aumenta. De perdidos al río…

Por eso es básico que el Estado funcione, que cumpla sus promesas y que no prometa lo que no pueda cumplir. Debemos hacer mucha pedagogía, evitar los profetas de catástrofes y combatir el miedo y el egoísmo, éste tantas veces consecuencia de aquél. Decía Aristóteles en el Libro II de la Retórica que hay dos tipos humanos incompatibles con la solidaridad: los que tienen una excesiva opinión de sí mismos (tanta que están convencidos de que sus éxitos son exclusivamente mérito propio y de que, en consecuencia, las desgracias de los demás son responsabilidad de los mismos desgraciados), y los que tienen mucho miedo; tienen tanto miedo que temen perder lo poco que poseen frente a los otros que vienen, inmigrantes pobres, refugiados o asilados, seres humanos desesperados. Es la parábola del banquete, de Malthus. El rechazo a la inmigración encuentra su caldo de cultivo en el egoísmo de los poderosos y en el temor de muchos ciudadanos sencillos.

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En estas elecciones que se avecinan debemos recuperar la ilusión por la Modernidad y por sus valores civilizatorios. Por el mejor humanismo universalista y ciudadano. Por el gobierno de las leyes frente al gobierno de los hombres. Ya no puede ser una ilusión ingenua, fruto de la inocencia histórica como en los orígenes de nuestra democracia en 1978. Ha habido demasiadas promesas incumplidas, demasiadas traiciones y no poca corrupción. Pero debemos recuperar la confianza en un modelo de convivencia que haga que lo justo sea fuerte o que lo fuerte sea justo, tal y como soñó Pascal. No sólo debemos desearlo, sino quererlo firmemente y hacer todo lo humanamente posible para hacer realidad aquellos valores y principios, y para no retroceder. Libertad, igualdad, pluralismo, solidaridad, respeto mutuo, convivencia, paz y derechos humanos son banderas que debemos izar de nuevo sin demagogia ni retórica sino tomándolas en serio, con ilusión, convicción, emoción y compromiso. Con fuerza. Nos jugamos volver a empezar. Y no nos lo podemos permitir.

José Manuel Rodríguez Uribes es Delegado del Gobierno en Madrid y Secretario Ejecutivo de Laicidad en la CEF del PSOE

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