Un golpe afortunado
Se pensarán que estoy loca, pero yo ese día tenía la sensación de que iba a tener un golpe
La semana pasada tuve un accidente de tráfico. Fue el primero en mis veintiséis años de vida. Una colisión con una moto, yo iba en bici. Era de noche, venía de quedar con unas amigas a las que hacía tiempo que no veía y estaba contenta, feliz. Una de ellas me propuso llevarme en coche a casa pero lo rechacé: suponía dar una vuelta importante y no estaba tan lejos.
Me gusta coger la bicicleta por la noche porque apenas hay tráfico por el centro, la iluminación es de color anaranjado y Madrid parece otra. También me gusta pensar en las vidas de los conductores que aprietan el acelerador sin prisa. Quizá para algunos ese sea el único momento de pausa del día: el viaje a casa desde el trabajo. Para mí, a veces, también lo es. El tiempo se suspende en la carretera, se vuelve más amable y siempre es bonito conducir pensando que alguien te espera en casa. Sin embargo, para otros el resto de vehículos no son más que obstáculos y lo único que quieren es llegar lo antes posible, aparcar y subir a casa para dormirse ante otro día de rutina. Lo entiendo, porque yo también he estado ahí y comprendo que la carretera sólo es casa de los que huyen.
Se pensarán que estoy loca, pero yo ese día tenía la sensación de que iba a tener un golpe. Tanto en la ida como en la vuelta ese pensamiento martilleaba mi cabeza, pero no evitó que cogiera la bicicleta porque nunca me he hecho demasiado caso. El caso es que la moto me golpeó desde un lateral, en mitad de la rotonda de Ronda de Toledo. Yo entré en ámbar y él venía de un semáforo en rojo. Lo vi a la perfección segundos previos al choque y recuerdo que pensé que, por lógica, no me iba a dar porque debía estar viéndome igual que yo lo veía a él. Pero me dio. Me caí y pudo pasar algo irreparable: un mal golpe en el cuello, un crujido en la rodilla, un pinchazo en la columna. No obstante, tuve suerte, una suerte en forma de cicatriz que adornará en unas semanas mi mentón, diez puntos que me recordarán siempre que la vida es un juego de azar que consiste en colocarse en el lugar adecuado y en pensar en quien queremos cuando nos dejan de querer.
Fui a las urgencias del Clínico, donde me trataron con rapidez y excelencia a pesar de no contar con, de no tener para, de no poder invertir en. Fui y volví en taxi con dos conductores igual de amables que se preocuparon y se ofrecieron a acercarme a una farmacia a pesar de.
Al fin y al cabo, somos personas, ciudadanos que nos acompañamos y cuidamos los unos de los otros cuando no podemos por nosotros mismos. Mi agradecimiento a todos ellos.
Madrid me mata.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.