La última bala de ‘El Pistolas’
Pedro emboscó a Eduardo en la plaza del barrio. Cumplió su amenaza y completó su venganza: le mató de dos disparos
La de Eduardo Colmena fue algo más que una muerte anunciada. Fue una muerte pregonada a los cuatro vientos, anticipada con furor por el verdugo, denunciada premonitoriamente por la víctima. Y pese a todo, Eduardo salió de casa la noche del 22 de diciembre. Iba a pasear a sus perros y a comprar una barra de pan en el badulaquede la plaza que da oxígeno a los bloques de viviendas de ladrillo rojo del Baró de Viver, barrio pobre de Barcelona, estrangulado en un nudo de carreteras, asomado al Besòs, frontera vaporosa y olvidada de la ciudad.
No le fue difícil a Pedro Santiago, 47 años, miembro del clan de Los Pistolas, vecino y enemigo, emboscarle en la plaza. Se ocultó tras las columnas y le salió al paso con su mujer, Olga Buendía. Dos disparos. Uno en el pecho, otro en la cabeza. Dicen los vecinos que se atreven a hablar que Eduardo —alias Cuello Pato, campeón de lucha grecorromana, defensor del barrio— llegó a forcejear con su asesino antes de desplomarse.
Eduardo, 42 años, murió mientras se montaba una trifulca (volaron puñetazos, asomaron cuchillos) entre sus amigos y miembros de Los Pistolas que los Mossos aplacaron. Poco tardaron los agentes en saber la identidad del homicida. “Pedro le ha pegado cuatro tiros y se ha ido corriendo a casa; no quiero saber nada que me matan”, declaró un testigo.
Cuando los policías llegaron al piso de Pedro y Olga —él había salido de prisión unos meses antes—, se habían esfumado en un Seat León rojo. Los agentes vieron “la puerta abierta y las luces y la calefacción encendidos”. No darían con ellos hasta un mes más tarde en Roquetas de Mar (Almería), donde se refugiaron. Fueron detenidos. Él está en prisión tras confesar; ella, libre con cargos. Su vivienda ha sido quemada parcialmente por los vecinos dos veces.
La noche antes del crimen, Eduardo denunció en comisaría a Pedro por amenazas. Se habían encontrado en la plaza. “Le tengo que pegar un tiro, le tengo que matar, voy a violar a su mujer”, gritó Pedro mientras le apuntaba, su dedo simulando un arma. Pelearon. Olga dio a entender a su marido que podía acabar la disputa para siempre. “Saca la pistola y pégale un tiro”, dijo, según la denuncia. Eduardo salió corriendo.
La víctima llevaba cinco años enfrentado —unos dicen que fue un héroe; otros, que un temerario— a los abusos de Los Pistolas en el barrio. El último incidente, el que desencadenó la tragedia, ocurrió el 20 de diciembre. “El patriarca estaba en el parque y le dijo a la mujer que se fuera. Ella se negó. Y Pedro pegó a la chica. Mi hermano se enteró. Se lo encontró en el bar donde suele ir. Le tiró al suelo y le dijo: ‘Que sea la última vez que tocas a alguien del barrio, estoy hasta las narices”, explica Xènia, la hermana de Eduardo, que impulsa la acusación con la ayuda de Vosseler Abogados.
Xènia lamenta el clima de impunidad en las viviendas del Baró de Viver. Unos días antes, un hijo adolescente de Pedro pegó a los perros de un vecino, que abroncó al chaval. “Pedro le puso la pistola en la cabeza y le obligó a ponerse de rodillas y a pedir perdón”. En un clima de miedo, su hermano no se arrugó. La enemistad comenzó hace cinco años, tras un intento de agresión del patriarca a la mujer de Eduardo. “Vio que levantó la vara contra ella, fue para allí, le empujó... y le rompió la vara, que para los gitanos es sagrada”. El patriarca regresó con un sable, pero Eduardo le derribó. “Fue subcampeón de España, iba confiado. Decía que quien te sacaba una pistola era un cobarde y que, además, no dispararía”.
Los Pistolas intentaron ya entonces vengar la afrenta de Cuello Pato, que logró una orden de alejamiento contra Pedro, el más belicoso. Su ausencia del barrio para cumplir una condena por tráfico de drogas —en su ficha policial hay antecedentes por atentado a la autoridad, tráfico de drogas, tenencia de armas y hurtos— alivió las tensiones. La tregua se rompió con la excarcelación de Pedro.
A Xènia le queda el dolor de pensar que el crimen se pudo evitar. El día 22, cuando el clan se arremolinó en la plaza para “preparar el crimen”, una patrulla de Mossos se acercó. “Los de la comisaría estaban con los CDR y el Consejo de Ministros. Vinieron otros, que no hicieron nada”. Ese mismo día, la policía llamó dos veces al teléfono de Pedro. Una a mediodía, por la denuncia. Otra por la tarde, por la sospechosa presencia de la familia en la plaza. No contestó.
Cinco horas después, Pedro hizo sus últimos disparos. Dijo que lo hizo en legítima defensa, pero el juez no le creyó.
Cinco horas después, Eduardo pisaba por última vez el barrio. Deja mujer y una hija que pronto cumplirá tres años y que “aún pregunta por su padre”, dice Xènia. “No sabe que no lo va a ver más”.
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