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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El cetro del catalanismo

De seguir a este ritmo, el nacionalismo acabará siendo una nostalgia para literatos post-independentistas, sin efectividad política y desconectada de la sociedad

Puigdemont y Torra, este lunes en Bruselas.
Puigdemont y Torra, este lunes en Bruselas.STEPHANIE LECOCQ (EFE)

Como ocurre en el reparto de los restos de un naufragio, la hipótesis de una nueva fase del catalanismo histórico agrupa a distintas tripulaciones de rescate que quieren hacerse con el timón. Invocar el catalanismo es uno de los entretenimientos más intensos de estos días. Lo que indefinidamente se llamó transversalidad, y que vino a ser un invento pujolista para adherir a cuadros del PSUC y desequilibrar la “entente” PSC-PSOE, reaparece una vez más, en prueba de la falta de imaginación política que ostentan los núcleos residuales de un establishmentdeliberadamente incumplidor de todas las normas. Lo más sorprendente es que se postule al catalanismo como propuesta casi unívoca de futuro pero invocándolo con conjuros del pasado. Incluso hay quien pone en valor el legado carlista. Otros pretenden reactualizar las Bases de Manresa. Es un extraño itinerario para hacerse con el cetro del catalanismo: postular una ortografía del siglo XIX cuando de lo que se trata es de repensar la sintaxis del catalanismo para el siglo XXI.

A veces uno piensa que, como ocurre en otros casos, son empresas imposibles que generan melancolía. De seguir a este ritmo, el nacionalismo acabará siendo una nostalgia para literatos post-independentistas, sin efectividad política y desconectada de una sociedad de cada vez más instalada en el desconcierto, carente de lideratos sociales y de opinión articulada. En la historia de los movimientos nacionalistas que provienen del romanticismo, abunda la usurpación y los modos traicioneros. Ocurrió con el nacionalismo irlandés y el polaco, una larguísima historia de conflictos internos que a menudo obstaculizaron los objetivos estratégicos de fondo.

Personajes como Puigdemont o Torra están despedazando lo que quedaba del catalanismo clásico

No siempre funcionó la teoría de que las crisis de mi vecino dominante son mis oportunidades. Ese es ahora mismo uno de los errores del nacionalismo catalán: pensar que cargar a España con las culpas de todos los males va a camuflar una guerra interna en la que personajes como Puigdemont o Torra están despedazando lo que quedaba del catalanismo clásico. Circuló el cliché del català emprenyat y luego resulta que el partido más votado en Cataluña es Ciutadans: es que nadie tiene el monopolio de la insatisfacción sobre todo cuando la táctica consiste en excluir y enfrentar a núcleos sociales.

Es cierto que, por el contrario, en sus mejores oportunidades, el catalanismo fue integrador, pero para que volviera a serlo necesita grandes estrategias de futuro y, sobre todo, entender la sociedad catalana tal y como es y no como debiera ser, según el patrón nacionalista. ¿Quién puede hacerse con el viejo timón en tiempos de simuladores de navegación y pilotos automáticos? En un panorama inmediato de procesos judiciales, resulta absurdo plantearse cuántos escaños tendrá el catalanismo redivivo cuando Pedro Sánchez convoque elecciones generales. Quizás sería más constructivo reflexionar sobre lo que el catalanismo puede aportar al futuro y no sobre cómo ajustar Cataluña a las nuevas preconcepciones catalanistas, embrionarias y de naturaleza por ahora minoritaria.

Convendría más averiguar si es factible un catalanismo en un mundo digital y global, en una sociedad compleja y bilingüe, con lealtad constitucional y vocación de participar en la gobernabilidad de España. Algunos post-catalanistas —los de signo liberal, por ejemplo— ya van asumiéndolo así, pero en general se prefiere el retrovisor al GPS. Con la ciudad de Barcelona turbada por el enfrentamiento entre los taxistas con licencia y el sector VTC, la política se abstrae drásticamente de la realidad y lo único que parece importante son los mensajes críticos que separan de cada vez más las distintas facciones independentistas, como el recurso de Puigdemont contra la Mesa del Parlament, algo ciertamente inaudito.

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A saber si tiene mucho sentido ensimismarse en cuestiones de identidad especulativa cuando Barcelona pasa por un momento aparatoso de convulsión, en el que nadie parece tener el cetro del taxi, salvo el tumulto en las calles. Eso sí que es hacer Historia y no irse a los Estados Unidos a dar conferencias sobre el fiasco de la secesión. Ciudad de ferias y congresos, motor económico de Cataluña, hipotética capital mediterránea: la crisis de autoridad en Barcelona supera radicalmente tanto las escenificaciones de Ada Colau como la incompetencia de una Generalitat que lleva unos años sin gestionar nada. En mayo, los resultados de Barcelona algo tendrán que decir sobre el futuro del cetro catalanista. En estos casos, la costumbre es que las franquicias las den los votantes.

Valentí Puig es escritor.

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