Picasso y la alegría de vivir
La villa de La Californie, en Cannes, representó una de las épocas más felices de su vida
"Todas las cosas que hago con relación al arte me dan una gran alegría". Picasso no era amante de la escritura. Tal y como él mismo afirmaba, "les autres parlent, Moi, je travaille". Sin embargo, la frase que encabeza este artículo resume muy bien cuál era su actitud ante la vida, algo que se intenta plasmar en la exposición Picasso y la alegría de vivir.
Las frases célebres de Picasso nos han llegado por varias vías. En primer lugar, por sus cartas, no muy numerosas y con algunas faltas de ortografía, pero sobre todo por sus entrevistas o por los testimonios de las personas que lo conocieron bien, como su compañera Françoise Gilot, quien escribió en 1964 en colaboración con Carlton Lake Life with Picasso, publicación que Picasso intentó prohibir pero que finalmente se ha convertido en una de las grandes fuentes de citas célebres del pintor malagueño.
Gilot narra en este libro de memorias los diez años en los que convivió con Picasso y en los que hace una descripción del artista con sus luces y sus sombras. Esta publicación recoge una cita en la que el artista explica que "yo pinto exactamente igual como otras personas escriben su autobiografía. Los cuadros, terminados o no, son las páginas de mi diario". En muchas de estas obras, podemos encontrar lo que los franceses denominan la joie de vivre, una actitud que va más allá de una simple expresión para convertirse en una filosofía de vida.
En otro pasaje del libro de Gilot, Picasso se compara con Braque, con quien creó el cubismo, y afirma que éste es un ser afortunado porque puede aislarse de todo para dedicarse exclusivamente a la creación, ante lo que reconoce: "yo necesito a otros, no solamente porque me traigan algo sino porque soy víctima de esa incansable curiosidad que ha de satisfacerse con sus visitas".
Esa sociabilidad de Picasso se manifiesta en muy diversos ámbitos que están plasmados en esta exposición, como por ejemplo el mundo del circo, que frecuentaba en París con Max Jacob y Guillaume Apollinaire y que plasmó de forma melancólica en sus primeros saltimbanquis y arlequines del periodo rosa y que luego darían paso a unas obras más festivas y eróticas en muy diversos grabados de las suites Vollard, 347 y 156. Y es que el propio Picasso llegó a reconocer que "estaba realmente hechizado por el circo".
Los toros fueron otra constante en su vida. "La definición de Pablo acerca de un perfecto domingo era - de acuerdo a las normas españolas - misa por la mañana, corrida de toros por la tarde y casa de prostitución por la noche. Él podía pasarse perfectamente sin la primera y la última de estas tres cosas, pero uno de los mayores goces de su vida eran las corridas de toros". A pesar de la exageración y simplificación de las supuestas costumbres españolas, la cita de Françoise Gilot constituye una buena prueba de la importancia que tenían las corridas de toros en la vida y obra del artista. Picasso fue iniciado en el mundo de los toros desde su más tierna infancia de la mano de su padre. De hecho, el primer cuadro que se conserva de Picasso se titula Picador (1880-90) y fue realizado cuando tenía nueve años de edad. La fuerza y virilidad del toro se trasladarían posteriormente al minotauro, quien, en lugar de al torero, embiste a la mujer en una serie de obras con una gran carga sexual.
La música, y en especial la danza, fue otro ámbito en el que podemos encontrar esa alegría de vivir en la obra de Picasso. El joven Picasso ya mostró interés por retratar el mundo de los cafés cantantes y los cabarés y retrató a varias bailaoras en 1899. Pero sería su encuentro con Serge Diaghilev el que le metería de lleno en el mundo de la danza donde realizó decorados y vestuario en obras tan conocidas como Parade (1917) de Jean Cocteau y Léonide Massine con música de Erik Satie; Le Tricorne (1919) de Léonide Massine con música de Manuel de Falla; y Pulcinella (1920) de Léonide Massine con música de Igor Stravinsky. Asimismo, en los ballets rusos de Diaghilev conoció también a la que sería su primera esposa, la bailarina rusa Olga Khokhlova.
La relación con Olga Khokhlova acabó muy mal. En la decadencia de su matrimonio, la bailarina le enviaba tarjetas postales con imágenes de Rembrandt en las que escribía. “Si tú fueras como él, serías un gran artista”. Y es que el pintor holandés fue uno de los grandes referentes de Picasso pero no fue el único. Tal y como señala la conservadora de arte contemporáneo del Museo del Louvre, Marie-Laure Bernadac, “la obra entera de Picasso, del periodo azul a la últimas telas de Aviñón, se afirma como una relectura de la historia del arte, un diálogo constructivo con algunos pintores favoritos que forman su panteón artístico, una verdadera pintura de la pintura”. Una relectura que, en muchas ocasiones, realiza de forma jocosa. Prueba de ello son los 50 grabados en los que retrata a Degas como un voyeur que frecuenta los burdeles, los 25 grabados en los que retrata los amores de Rafael y la Fornarina (narrados por Giorgio Vasari en su libro sobre las vidas de los artistas del Renacimiento) o su versión del Entierro del Conde de Orgaz, de El Greco, en el que dibuja a la virgen María desnuda y sustituye el cuerpo yacente del conde por un pollo asado.
Los talleres de Picasso son otra prueba de su gusto por la buena vida. La villa de La Californie, en Cannes representó para Picasso una de las épocas más felices de su vida. El artista compró esta villa de estilo art decó junto con Jacqueline Roque y allí creó, entre muchas otras obras, las 44 versiones que realizó de Las Meninas de Velázquez. El asedio de los periodistas y curiosos hizo que se trasladaran a Notre-Dame-da-Vie donde pasó la última etapa de su vida en la que creó algunas de sus series más conocidas como la del pintor y la modelo, de una gran sensualidad, o sus famosos mosqueteros, inspirados en las pinturas de Rembrandt, de Velázquez, en los caballeros españoles o en los de las películas de mosqueteros que veía por televisión, porque, sí, Picasso, al igual que la mayoría de los mortales, veía la televisión. Y entre sus preferencias se encontraban las películas de romanos, el circo y la lucha libre.
En definitiva, como dijo el propio Picasso, "yo pongo en un cuadro todo lo que amo" y los más de 90 años que vivió dieron para mucho amor.
Javier Molins, comisario de la "Picasso y la alegría de vivir". En la Fundación Bancaja, Valencia, hasta el 31 de marzo.
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