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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tres o cuatro reyes

El histórico poder del monarca, simbolizado por el oro mágico, en la realidad práctica hoy se queda en casi nada

José María Mena
Los Reyes y sus dos hijas, en el aniversario de la Constitución.
Los Reyes y sus dos hijas, en el aniversario de la Constitución.álvaro garcía

Carlos III de Borbón, hijo de Felipe V, renunció a su corona real de Nápoles y de Sicilia para ceñirse la de España. Quiso llegar por el puerto de Barcelona, sabiendo que los hijos y nietos de los derrotados en 1714, cuarenta y cinco años después, todavía odiaban a su padre. Era un déspota ilustrado y quería educar y modernizar a su nuevo reino. Desembarcó con una comitiva de aristócratas italianos que introdujeron en la corte nuevas modas y costumbres. Una de estas era la de instalar en los salones reales o aristocráticos una monumental representación del nacimiento de Jesús en Belén, con ostentosas imitaciones de las montañas y del portal y con valiosas imágenes barrocas del niño, la virgen madre, el casto José, la mula y el buey, acompañados de numerosas figuras en idílicas escenas de adoración pastoril.

Cuando esta costumbre llegó a la inmensa mayoría de la población española que no tenía valiosas imágenes barrocas ni lujosos salones en que lucirlas, se transformó en una modesta imitación, entre altarcito y teatrillo, que llamaban pesebre, nacimiento o belén, y que aún preside buena parte de los hogares en navidad, con sus entrañables figuritas, y el imprescindible caganer, con su antiquísimo guiño de pícara escatología rural.

Mientras viva el rey, la reina no puede ejercer funciones constitucionales, o sea, que no tiene ningún poder, solo aromas

Ni en los belenes más modestos ni en los más aristocráticos podían faltar los reyes magos, uno blanco, otro rubio y otro negro. Nada se sabe de sus dinastías ni de sus reinos, pero no importa, porque fueron coronados por la tradición del cristianismo primitivo, por la imaginación de un pueblo fiel y crédulo, y por siglos de ingenua ilusión infantil. Ni Carlos III ni sus descendientes dinásticos hasta hoy, tuvieron jamás tan digno origen ni tan entrañable y unánime aceptación. Los reyes magos se representaban con sus ofrendas simbólicas: el poder del oro, el humo del incienso y los aromas de la mirra. Los evangelios no relatan qué pasó con el oro, porque era simplemente simbólico. Por eso, tras la visita, Jesús y su familia siguieron siendo igual de pobres. Si los reyes no hubieran sido imaginarios y simbólicos los maliciosos podrían sospechar que, tras exhibir el oro, se lo llevaron, y no sería extraño porque los reyes de verdad, desde la antigüedad, casi siempre fueron menos propicios a dar que a recibir ofrendas, regalos o comisiones.

Como según el relato evangélico eran tres las ofrendas, la primitiva tradición dedujo que eran tres los reyes que las llevaban. Dos llevarían el incienso y la mirra, el humo y el aroma. El tercero llevaría el oro, el poder. Este sería el verdadero monarca. Siempre fue así en los relatos tradicionales y en los cuentos para niños, y así sigue siendo en la realidad. Por ejemplo, aquí y ahora tenemos cuatro reyes pero, a la vez, tenemos un único monarca. El poder constitucional de este es muy escaso: moderar, arbitrar, firmar y callar, porque en una monarquía parlamentaria el rey reina pero no gobierna. No está sujeto a responsabilidad, pero todos sus actos políticos están controlados por el gobierno, que es quien responde por ellos. El histórico poder del rey, simbolizado por el oro mágico que llevaba el rey del belén, en la realidad práctica hoy se queda en casi nada.

La reina consorte es como el rey mago que llevaba la mirra. Según la Constitución, mientras viva el rey no puede ejercer funciones constitucionales, o sea, que no tiene ningún poder, solo aromas. Los reyes eméritos solo tienen derecho al uso honorífico del título de rey o reina, y a honores análogos a los de la princesa de Asturias. O sea, como su nieta, ningún poder, solo tienen el humo de los títulos y el boato, que se va desvaneciendo.

Pero donde hay humo hay brasas. Cuando abdicó D. Juan Carlos, se percató de que, no siendo rey, quedaba al descubierto ante cualquier juez, si alguien le demandaba o denunciaba por pretendidas filiaciones extramatrimoniales, por negocios dudosos o por presuntas percepciones de comisiones que estarían prohibidas a cualquier autoridad. Entonces se puso en marcha el aparato legislativo, siempre tan lento. En veintidós días le habían blindado con una Ley Orgánica que le otorgaba un fuero extraordinario. Solo el Tribunal Supremo podrá juzgar a los reyes eméritos y a la reina consorte. Así las cosas, cómo vamos a extrañarnos de que cada vez haya menos niños que creen en los tres reyes magos, si cada vez resulta más difícil explicar a los adultos qué hacen y para qué sirven nuestros cuatro reyes reales.

José María Mena fue fiscal jefe del TSJC.

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