Antes 7 abuelas, ahora 7 lideresas
Ingresaron en 2013 en un programa para empoderar a mujeres. Ahora, dan charlas de liderazgo, talleres en colegios y hasta tienen un programa de radio
Si te las encuentras en una cafetería en Villaverde te parecerán un grupo de siete señoras jubiladas con tiempo libre para tomarse unos churros a media tarde. Pensarás que son abuelas hablando de sus cosas en una conversación atropellada, por momentos tensa, a ratos a carcajadas. Si dejan de hablar todas a la vez y prestas atención, verás sin embargo que tienen agendas de ministro y que sus cosas son el feminismo, su próximo programa de radio o la última propuesta que se les haya ocurrido para desmontar tópicos racistas en los colegios. En su distrito todo el mundo conoce a las Lideresas, un experimento del Ayuntamiento que se les fue de las manos. El mundo asociativo las adora. Muchos de sus compañeros en los centros de mayores, sobre todo hombres, no tanto.
En 2013 un estudio municipal identificó una enorme desigualdad de género en las juntas directivas de los centros de mayores. A pesar de que los asociados eran en su mayoría mujeres, las decisiones las tomaban los hombres. La Dirección General de Mayores puso en marcha un proyecto piloto en Villaverde con la Junta de Distrito y una agente de igualdad, Francisca Jiménez. Convocaron a un grupo de mujeres de los ocho centros de mayores y otros centros municipales y les propusieron unirse a un proyecto. El objetivo era primero, empoderarlas y después, enviarlas a las ejecutivas de los centros para luchar por la paridad.
A la primera reunión acudieron entre 15 y 20 mujeres que no se conocían entre sí. Tenían historias diversas pero muchas compartían los golpes que se acumulan en seis o siete décadas de vida y todas, las vivencias de una generación de mujeres nacidas en una sociedad profundamente machista. Allí estaba Julia de la Prida, que ahora tiene 75 años y encarna el empoderamiento que buscaba el proyecto. “No me atrevía a hablar por las circunstancias”, dice sobre sí misma hace unos años. Las "circunstancias" eran un marido que la destrozó a base de broncas e insultos. “Me separé después de muchos años de padecer mucho”. Se fue a trabajar fuera de Madrid, se sacó el carnet de conducir y después, se compró un piso. “Pasados los 50 renací”, resume. Ahora además es una lideresa y se atreve “a hablar de lo que sea”.
También se presentó Manuela Gómez, de 74 años, que estaba en la directiva del centro de mayores La Platanera. Ella tuvo un matrimonio “maravilloso”, pero solo duró siete años. Estaba embarazada de su tercera hija cuando su marido falleció. “La niña tenía ya un añito cuando me puse de pie y dije: hasta aquí”. Se mudó a Madrid y trabajó durante 33 años en mantenimiento en lugares que le fascinaban, como el museo del Prado. Fue feliz viendo a sus hijos crecer, pero perdió al mayor hace 25 años. “Los recuerdos son preciosos pero el dolor permanece siempre”, dice el día del aniversario de su entierro.
El despegue
Las mujeres que se acercaron no sabían muy bien en qué se metían. Una vez al mes, se reunían con los técnicos municipales. Recibieron sesiones de coaching de Mónica Buckley, coordinadora del espacio de Igualdad Clara Campoamor. Les enseñaron herramientas informáticas y participaron en talleres sobre feminismo, sobre autoestima. “Íbamos cogiendo seguridad en nosotras mismas. Nos animaban, nos daban herramientas de empoderamiento. Aunque teníamos nuestros miedos, casi innatos en las mujeres sin formación académica”, recuerda Carmen Martín (75 años). Ella, rebelde desde que nació, era probablemente la única que siempre había tenido claro que era feminista pero entonces se encontraba sumida en una gran depresión tras la muerte de su marido.
Fue un año y medio de tutela municipal que enseguida empezó a generar cambios. Carmen León, de 69 años, educada en un colegio de monjas, se había dedicado siempre a ser una buena esposa y una madre ejemplar. Con 45 años se sacó unas oposiciones y se puso a trabajar en una cocina de la Comunidad de Madrid, pero su marido nunca lo aceptó. Ahora pasa aún menos tiempo en casa, sin culpabilidad, consciente de que le toca cuidarse a sí misma. Cuando él le pregunta qué va a cenar si ella está por ahí, le señala la nevera para que se busque la vida. Su nuevo lema es “más vale el polvo en los muebles que en el cerebro”.
Armadas con sus nuevos poderes abordaron la misión de lograr la paridad en los centros de mayores. “En el primer centro la junta no quería reunirse porque éramos mujeres”, recuerda Manuela Gómez. “No había diálogo. Nos costó mucho hacer grupos para presentar candidaturas: las mujeres estaban en sus talleres o en sus casas y los hombres no querían”, añade Carmen Martín. “Los hombres suelen tener bastantes prejuicios sobre las mujeres que no nos cortamos y que nos declaramos feministas. Supongo que tienen un poco de temor, se creen que les vamos a sustituir”, añade Julia Miranda, de 65 años, que se unió más tarde al grupo. “Ya vienen las feministas”, oían decir a los hombres. Hubo resistencias y boicots, recuerdan todas.
Vuelo libre
“A nosotras no nos mangonea nadie”, dice Martín. No dejaron de hacer actividades en los centros de mayores, como talleres y cineforums con películas como Las Constituyentes, pero empezaron a ampliar sus horizontes y se convirtieron en uno de los principales actores de la sociedad civil de Villaverde. “Hemos sabido unir y cohesionar grupos en el distrito. Conocemos a todo el mundo”, explica. Colaboran con los Centros Municipales de Salud Comunitaria, con la biblioteca pública, con la asociación Desmontando tópicos racistas. Están en las mesas de feminismo, de mayores y de LGTBI de los foros locales del distrito. Participan en la asamblea del 8-M y en los puntos violetas de las fiestas. Las llaman para dar charlas sobre liderazgo de mayores para técnicos, para dar talleres en colegios, para introducir la perspectiva de género en centros de ayuda a personas con discapacidad, o para hablar sobre violencia machista.
“Han sido capaces de construirse una identidad y una determinada manera de ser mayor y de ser feminista, y la han diseminado de una forma muy intensa”, opina Guillermo Zapata, el concejal-presidente de Villaverde, que las conoce bien. Son además muy proactivas, añade el concejal. Han conseguido que se aprueben dos propuestas suyas de los últimos presupuestos participativos: que se instalen desfibriladores en los centros de mayores y se hagan talleres para el cuidado de las emociones de las mujeres mayores. “Somos un grupo de loquísimas, que nos tiramos a la piscina y a veces no hay ni agua. Cuando empiezas a estar aquí y allá, te llaman para todas las cosas”, cuenta Julia Miranda. No tienen sede, pero en los ocho centros de mayores, en los locales municipales y en las asociaciones de barrio siempre tienen espacio.
“Crecieron tanto que se independizaron. Ya no hay ayuda municipal, ahora vuelan solas”, dice Pilar Serrano, jefa del departamento de Programación, Desarrollo y Evaluación de la Dirección General de Personas Mayores y Servicios Sociales. Uno de los resultados del proyecto que más aprecia Francisca Jiménez, la agente de igualdad que les ha acompañado desde el arranque, primero tutorizando y luego en la sombra, es la cohesión del grupo. Se ha formado un núcleo fuerte de siete personas, aunque otras mujeres participan con menor intensidad. “Igual no tienen identificado el tema de sororidad, pero lo tienen integrado”, opina. “Son tan diversas y tan distintas, y esto les ha llevado a crearse y apoyarse como grupo”.
A veces discuten, pero sobre todo les gusta echarse unas risas juntas o arrancarse con alguna de las canciones que han compuesto. “No tenemos ni vergüenza ni pudor”, afirma Carmen Martín ondeando su cabello morado. Fracasaron en la misión de lograr la paridad en los centros de mayores pero aprendieron, según ellas, que tenían que "dejar de ser invisibles". Si te las cruzas en Villaverde, mirando de frente, hablando con vehemencia y diciendo las cosas claras, enseguida entenderás que estas Lideresas son abuelas activistas.
El poder del micrófono
El Ayuntamiento financió un curso de radio para las lideresas en la emisora Onda Merlín Comunitaria. Allí llevan tres años con un programa semanal donde hablan de todo: de sexo, de cannabis medicinal, de violencia machista, de trata, de vientres de alquiler, de relaciones LGTBI. Para Carmen León "es como una droga". "La radio comunitaria te forma, te empodera y te permite lograr otro objetivo: disfrutar", añade la otra Carmen. "La idea es que pasen asociaciones y colectivos del barrio y les dan voz desde su perspectiva de lideresas. Lo que quieren es ayudar a construir el tejido social con perspectiva de género y contra la violencia", explica Lucía Callén, la técnico que les acompaña cada programa.
El lunes 10 de diciembre tuvieron cuatro invitadas. Dos mujeres querían dar a conocer un proyecto para integrar a mujeres musulmanas a través del análisis de la cultura andalusí, pero contaban frustradas que no conseguían atraerlas a su club de lectura. "Son como las españolas en los 50. Por ahí tendríais que entrarles. Si en esa época les decís a las mujeres españolas que monten un grupo de lectura no va ni una", les recuerda Fe Ransanz, de 69 años, que vivió la opresión de un pueblo manchego, del que salió con 19 años, cuando se casó.
Paloma Sánchez, de 59 años, presenta a las segundas invitadas a los oyentes: "Son una pareja un poco rara y nos choca, todavía nos chocan estas cosas". Se trata de Alejandra, transexual, y Rosa, lesbiana, que cuentan la discriminación con la que se encuentran a diario. Las lideresas las escuchan con atención y expanden su vocabulario con el término "dildo". "Gracias por esta lección de claridad y de frescura. Y eso que nosotras somos muy frescas", les dice Carmen Martín.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.