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La charla del ascensor hecha arte

El dúo de 'performers' Los Torreznos presenta su pieza 'La memoria' en el centro cultural Conde Duque de Madrid

Sergio C. Fanjul
Los Torreznos representando su performance 'La memoria' en el centro cultural Conde Duque.
Los Torreznos representando su performance 'La memoria' en el centro cultural Conde Duque.Lukasz Michalak (CONDE DUQUE)

“Me acuerdo del pan amarillo que hubo durante algún tiempo después de la guerra”. “Me acuerdo de que mi tío tenía un 11 cv con matrícula 7070 rl2.”. “Me acuerdo de la época en la que se llevaban las camisas negras”. “Me acuerdo de lo agradable que era estar enfermo en el internado e ir a la enfermería”.

Como una letanía, estas son algunas de las frases del libro Me acuerdo (Impedimenta), una repetitiva investigación sobre la memoria (todas las frases, hasta 480, comienzan igual) que el escritor experimental Georges Perec publicó en 1978. Perec era miembro de OuLiPo, aquel grupo de autores franceses que diseñaban extravagantes jaulas literarias de las que luego trataban de escapar.

El dúo de perfomers Los Torreznos se inspira ahora en esta obra de Perec para realizar su propia pieza escénica sobre el tema, que han creado expresamente para representar en el salón de actos del centro cultural Conde Duque de Madrid, donde se puede ver hasta el 15 de diciembre. Jaime Vallaure (Oviedo, 1965) y Rafael Lamata (Valencia, 1959) se acuerdan en su nueva pieza La memoria de otras cosas: los romanos, las uñas, Wittgenstein, los jilguerillos, etc.

Las gomas de borrar son metáfora del olvido, la coliflor un símil del cerebro humano y su particular olor algo así como una magdalena de Proust. Las conexiones de las sinapsis neuronales son fogonazos de luces fluorescentes en las paredes de la sala. Una de sus intenciones es, precisamente, utilizar todas posibilidades de un salón de actos, un espacio donde no suelen presentar sus piezas. La memoria, dicen Los Torreznos, es lo único que tenemos, eso donde reside nuestra identidad.

La repetición ad nauseam, que crea tensión, indignación o hilaridad en el espectador es una de las prácticas más habituales de estos artistas que, aunque tendamos a identificar la performance con el cuerpo y el espacio, también son expertos manipuladores del lenguaje. “Tratamos de dar cuerpo a la voz, de encarnar las palabras potenciando su sonoridad y haciéndolas sonar de otra manera”, dice Vallaure.

Los Torreznos juegan a sobredimensionar la cháchara cotidiana hasta convertir lo que podría ser una charla de ascensor en una de las Bellas Artes. Se recrean en el absurdo de la locuacidad cotidiana y en los vericuetos del sonido de cada palabra. Escenifican el lenguaje con sus manos y con sus gestos. Y hacen reír, a veces desde la perplejidad, a veces desde el cortocircuito cerebral, a veces sin querer. “Nuestro humor es una consecuencia del absurdo del mundo, que aparece a pesar de nosotros”, explica el torrezno asturiano, “mejor entenderse desde el pasmo que desde la tragedia”.

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Los Torreznos crecieron en el caldo de cultivo de aquel arte de acción crítico e irónico del Madrid de los ochenta y los noventa (Espacio P, Circo Interior Bruto, Isidoro Valcárcel Medina, etc) y se establecieron como dúo a final de siglo. “Aunque bebemos más de los que serían nuestros abuelos, los dadaístas, los surrealistas, del Ubú rey de Alfred Jarry, que de los que serían nuestros hermanos”, dice el artista. En su haber está la participación en eventos y lugares como la Bienal de Venecia, el In-presentable de La Casa Encendida, el Encuentro Internacional de Performance de Canadá, el parisino Palais de Tokyo o el alemán Hausemechine.

Su propio nombre ya es una declaración de intenciones: “Es un tipo nombre absurdo que no era habitual en los circuitos del arte contemporáneo sino más propio de un grupo de payasos o comediantes. Nos acarreó algunos problemas”, explica, divertido, Vallaure. “El torrezno, además, no es conocido como tal en muchos lugares de la geografía: por ejemplo, en México les llaman chicharrones”. Los chicharrones, por cierto, tampoco hubiera sido una mala opción para bautizarse.

“Queríamos poner el dedo en la llaga sobre lo que se consideraba que tenía que ser la performance, ese catecismo, ese código establecido lleno de normas, y concebir esta disciplina como un arte sin límites”, dice Vallaure, que es, además, uno de los artistas asociados que colaboran en la programación del Conde Duque en su recién estrenada etapa.

En los últimos años la performance ha tenido creciente notoriedad, se ha desbordado a sí misma y su influencia se ha extendido a otros ámbitos como el teatro (en la actual y polémica divergencia entre el llamado teatro “de texto” y el más “performativo”), la danza contemporánea o la representación de la poesía. “Mi teoría personal sobre el crecimiento de la performance es que, ante la creciente virtualidad del mundo tecnológico, necesitamos fisicidad y sentimos fascinación por ver la carne delante”, concluye Vallaure.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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