O no...
En medio del desbarajuste, una figura que crece al abrigo de la tormenta: un Oriol de hierro, un líder forjado en la cárcel
La semana pasada, el 1 de octubre de 2018 se anunciaba como una representación un tanto aguada del 1 de octubre de 2017. Pero si hace un año la Guardia Civil y la Policía Nacional pusieron de manifiesto la impotencia y torpeza del Gobierno Rajoy, esta vez fueron los Mossos los encargados de poner en evidencia la profunda desorientación del Govern Torra. En cualquier caso, este nuevo 1-O ha sido una lección de historia. En pocas horas, y ese mismo día, los análisis más serenos y conciliadores tuvieron que repensarlo todo viendo las imágenes que llegaban de las puertas del Parlament. Lo vivido al día siguiente, con el ultimátum de Torra a Sánchez, o luego el jueves con el largo vodevil sobre la delegación del voto de los diputados inhabilitados, demostró que la situación no solamente sigue siendo muy complicada, sino que una parte de sus protagonistas pueden sentir el impulso de complicarla aún más.
La discusión sobre si estamos mejor o peor —o igual— que hace un año resulta, visto lo visto, un tanto superflua, porque todo puede empeorar de un momento al otro, y el futuro inmediato es inquietante. El debate expresa, sin duda, el deseo de que las cosas vayan en una dirección o en la otra. Por un lado se le quiere reconocer a la política del diálogo algunos resultados. Por el otro, se acentúa la alarma ante algo que se piensa poder arreglar con mano dura. Pero las dos posiciones están demasiado expuestas a un devenir de las cosas que escapa a su control. Los partidarios del appeasement no deben olvidar que ante posiciones dominadas por objetivos innegociables la oferta de diálogo puede transmitir debilidad y ser aprovechada por el otro bando simplemente para ganar tiempo. Desgraciadamente, es bastante razonable temer que el Gobierno Sánchez haya estado haciendo concesiones concretas a cambio de algo tan vago y volátil como un cambio de actitud, desmentido luego demasiado a menudo por la locuacidad de Torra o Puigdemont.
Pero los que ansían un 155 largo y profundo harían bien en leer un poco de historia. Sólo han de acudir a los años de la dictadura de Primo de Rivera y comprender sus consecuencias en el catalanismo, su consolidación como posición troncal de la política catalana y el efecto bumerán de las bajas pasiones represivas. El independentismo, es cierto, no ha alcanzado todavía la centralidad que consiguió el catalanismo entonces, o luego de nuevo al final del franquismo y en la Transición. Pero desgraciadamente —y lo digo así de claro: desgraciadamente— no tiene enfrente, por ahora, ningún adversario de entidad que pueda vencerlo democráticamente, esto es, con votos y en el Parlament. Sólo el independentismo da la impresión de tener un proyecto a medio y largo plazo, todo lo descabellado que se quiera, sí, pero sus adversarios van a remolque de él y tienen un proyecto peor, que puede dar seguridad pero no ilusiona: vencerlo. No desbordarlo con un discurso más ilusionante que el que él ofrece y pensar que no hay alternativa al mazo o a la conllevanza es un error histórico.
Ahora bien, desde el lunes 1 de octubre se han visto cosas. Se registran unos nervios y unos temores muy concretos. ¿Y si el independentismo hubiese producido un monstruo incontrolable incluso por sus propios líderes? Era previsible que sucediese. ¿Pero es su final, como algunos optimistas auguran?
Hay un horizonte que habrá que tener presente: agitación callejera imprevisible y fuera de control con los juicios de fondo; gobiernos débiles aquí y en Madrid; Puigdemont y los suyos desgastándose irremediablemente en medio del caos que han desencadenado. Y en medio del desbarajuste una figura que crece y crece al abrigo de la tormenta y de los altibajos temperamentales de la calle. Esta figura, de hecho, crecerá pase lo que pase los próximos meses. Y finalmente —no falla— saldrá de la cárcel. Un Oriol de hierro, un líder forjado en la cárcel. Entonces, o bien la manzana de la independencia caerá del árbol como la fruta madura, o bien ERC controlará y gestionará los 20 años que el ministro Borrell auguró que tardaría esto en resolverse. O no…, que diría el incorregible Rajoy. La gracia es que todo es posible, pero unas cosas son más probables que otras.
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