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Tribuna
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De esa tecnología, esta transparencia

La información, que antes era más sencilla de delimitar, ahora resulta imposible de controlar

Un usuario de una red social.
Un usuario de una red social.claudio álvarez

Opacidad, ocultación, secretismo, "que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha", "soy dueño de mis silencios y reo de mis palabras", "la información es poder"... Si dejáramos precipitar figuradamente esta selección de frases y palabras, a buen seguro que se generaría un estruendo que nos sorprendería. No sería para menos, puesto que resultaría como intentar remover los pilares básicos de nuestra sociedad en general

Durante siglos nos hemos configurado como seres humanos, en el entendimiento de que es mejor ocultar según qué cosas, bien para evitar males mayores o para beneficiarnos del desconocimiento. Este es el juego de la supervivencia y por extensión del poder: quien sabe más controla y dirige al que sabe menos. Este sencillo mecanismo es sobre el que se ha construido la sociedad y en el que la transparencia ha sido considerada una fruslería. Las cosas están cambiado, o de hecho han cambiado ya. Ahora podemos decir que existe un antes y un después con respecto a la transparencia desde el momento en el que irrumpió Internet. Más concretamente desde hace unos 20 años con la aparición de una serie de plataformas, que a estas alturas reciben el nombre genérico de redes sociales. Con ellas se ha confeccionado un ecosistema compuesto de datos infinitos puestos en circulación por miles de millones de emisores sin necesidad de intermediación. La información, que antes era más sencilla de delimitar, ahora resulta imposible de controlar. No se pueden poner puertas al campo. Estamos en la fase de la democratización de los medios, gracias a las webs participativas. La transparencia en este momento histórico se abre paso por una razón obvia: el intento de ocultar algo se complica dado que hay inmensas posibilidades de que alguien lo saque a la luz. Pensemos por ejemplo en los casos Wikileaks o Snowden, o en el fenómeno de las fake news, que traslada una imagen de transparencia radical con fines torticeros. El sistema se hace poroso, vulnerable y a veces engañoso. Las filtraciones pueden airearse a la mínima y las mentiras convencer como si de verdades se trataran. Visto lo visto, se impone hacer de la necesidad virtud. Así, la transparencia de ser minusvalorada adquiere protagonismo y se convierte en un valor en alza, eso sí, con sus limitaciones a manera de reglamento o ley. Las empresas entienden que ser transparentes les otorga buena reputación hacia sus clientes y con ello el negocio puede mejorar. Las instituciones predican la transparencia, por su parte, tal que un sistema de fiscalización que puede ser interpretado por los votantes como una muestra de mayor honradez de los servidores públicos.

El impulso que la tecnología ha insuflado a la transparencia no significa que hayamos pasado del negro al blanco a la voz de ya. Se trata de un proceso que lleva su tiempo para cambiar mentalidades y hábitos y, sobre todo, para encontrar los beneficios que nos pueda reportar. La transparencia no es un fin en sí misma, debe sernos útil. El mundo tecnológico no ceja en su intento de convencernos de que abrazar la transparencia es inevitable y es además lo oportuno. La aparición del blockchain se basa en una arquitectura que garantiza que todo el mundo que participe en una cadena de valor de este tipo tenga a su disposición, sin merma alguna, todos los datos existentes. El propósito de los defensores de este sistema es demostrar que ser transparentes es lo mejor para obtener buenos rendimientos económicos o de cualquier otro tipo.

Está bien que nos fijemos en lo esencial para acabar: ¿qué destaca en la esencia humana, la ocultación o la transparencia? Obviamente la respuesta sería, depende. El sentido común nos guía por el camino intermedio, ya que es completamente desaconsejable que todo salga a la luz y se priorice la verdad descarnada, como tampoco es positivo taparlo todo. Con ello añadiría que resultará apasionante comprobar el rumbo que tomarán los acontecimientos y en qué medida la tecnología seguirá influyendo en este panorama de luces y sombras.

Benito Castro es periodista y consultor tecnológico.

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