Recorrido por el ‘Barrio’ de Fernando León de Aranoa 20 años después
Se cumplen dos décadas del estreno de la película y visitamos con el director algunas de las localizaciones
Hace dos décadas, a finales de los noventa, en España se vivían las vacas gordas, la época del bling bling, la del crecimiento económico. El dinero bullía. En el mundo real y, como reflejo, también en las ficciones: series o películas retrataban ese brillo a través de historias de éxito, de sueños cumplidos. En ese contexto, el 2 de octubre de 1998 se estrenó Barrio, película dirigida por Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968), entonces un joven realizador que, tras su excelente opera prima, Familia, presentaba su segundo trabajo: “Cuando se estrenó, mucha gente me decía que en ese momento de bonanza, llegaba yo con este tema tan crudo. Unas veces sonaba como un reproche; otras, como una alabanza. La verdad es que simplemente contaba una realidad que existía". [En el vídeo, arriba, puedes ver esta ruta con Fernando León]
Barrio cuenta la historia de tres chavales, Javi, Manu y Rai, que viven en un barrio deprimido de Madrid. Sus vidas no son fáciles y además se ven abocados a pasarse las vacaciones en la urbe. En la película —producida por Elías Querejeta, con tres goyas (entre ellos el de mejor director), y la Concha de Plata de San Sebastián— nunca se especifica cuál es el barrio en el que residen: “Son todos y ninguno. No quería que fuese una historia específica sobre Madrid o uno de sus barrios; lo que les ocurre a ellos les podría haber pasado en cualquier ciudad española e incluso europea de la época”, cuenta el realizador, que rodó su película en 14 zonas de la capital, casi surcando los 21 distritos.
“Algunas escenas las empezábamos en La Elipa y las acabábamos en San Blas: hay conversaciones rodadas en dos barrios diferentes y no se nota. Esto evidencia que existe cierta homogeneidad en la arquitectura, en las calles y en la vida de barrio. En la periferia de las ciudades es donde la vida y las propias urbes se igualan", dice el director, que define estas zonas como "barrios de aluvión, de llegada de migrantes". Primero, de otros lugares de España para posteriormente internacionalizarse. Todos acudían a Madrid buscando trabajo, buscando oportunidades. "En mi generación siempre era la misma historia: padres que habían venido a trabajar a la capital e hijos que nacían en ella. Era difícil encontrar a uno cuyos padres fueran de Madrid”, añade León de Aranoa.
El aluvión del que habla el director son los primeros suburbios de Madrid, el origen de las barriadas y después de los barrios. Elisa Martín, de 85 años, llegó a Carabanchel en 1957: “Vine con mi marido y mi hermana desde Extremadura. Nos instalamos en un chalecito, pero no había agua corriente; íbamos a casa de una vecina a por ella”. Elisa se mudó a esa zona, en el acceso de la carretera de Extremadura a la capital (igual que los andaluces se instalaron cerca de la carretera de Andalucía), porque varias personas más de su pueblo vivían allí: “Nos conocíamos entre nosotros, nos ayudábamos y así era todo más fácil”, explica. En Carabanchel pasó unos años, después se mudó a La Elipa, que en esa época comenzaba a desarrollarse. En ambos barrios rodó León de Aranoa su película.
Entre 1950 y 1960 en España se vivieron las denominadas migraciones interiores. Según los cálculos del geógrafo urbano Horacio Capel Sáez, experto en el tema, en esa época se movilizaron entre uno y 1,5 millones de personas: “Un 39% de ellas acabaron en Madrid”, detalla en su publicación Los estudios acerca de las migraciones interiores en España. Durante el siglo XX, Madrid y Barcelona —otro potente polo de atracción— recibieron la mitad de dichas migraciones interiores. Ambas ciudades se repartieron a los que soñaban con una vida mejor en función de la cercanía del territorio del que provenían. Así, Madrid sedujo mayoritariamente a gente de las dos Castillas y de Extremadura. También a parte de los que salían de León o de Andalucía. Muchos migrantes optaron por precarizar su vida en la urbe frente a la escasez de oportunidades que ofrecía el mundo agrario de los pueblos. Esos migrantes dieron origen a los barrios de la capital y a su idiosincrasia. La palabra barrio proviene del árabe barrí, que significa el exterior o el campo (en árabe contemporáneo bar significa fuera). En origen, el término se usaba para designar aquellas zonas que estaban murallas afuera de las ciudades.
“El paisaje de los barrios de trabajadores, de migrantes, que rodean muchas ciudades, se parecen mucho. Comparten problemas, arquitectura, paisaje… Contar eso me interesaba mucho”, comenta León de Aranoa. Habla desde un descampado en Carabanchel, en una de las localizaciones de la película: “Por aquí, entre las casas, pasaban unas vías de tren que no se usaban mucho. Fue donde grabamos la escena de la banda de gitanos tocando, acompañados por una cabra. Mientras, los vecinos les lanzaban dinero desde sus ventanas o balcones, como se hacía antes”. Ese dinero caído del cielo (una metáfora de las oportunidades) también conformaba uno de los sueños de los protagonistas de la película.
“A pesar de estar en Madrid, la gran ciudad, parece algo que queda muy lejos para ellos; es como uno de sus objetivos”, añade el director, que define el barrio como el territorio natural de los chavales, su espacio. Esa idea de pertenencia al barrio enraíza con su importancia para tejer una red (social, económica…). “El barrio nos permite establecer estructuras de apoyo mutuo que nos ayudan a hacer frente a las dificultades”, explica Nacho Murgui, concejal del Ayuntamiento de la capital (Ahora Madrid) y responsable de coordinación territorial y cooperación público-social. Justamente, durante el rodaje de la película, a León de Aranoa le llamó la atención algo que se repetía en todas las zonas que visitaba: el concepto de orgullo de barrio. “Comprendí esas señas de identidad compartidas, ese nacionalismo de barrio”, dice el realizador, “a mí no me gustan los nacionalismos, no los entiendo. El único que puedo concebir es este: el del barrio, el del círculo en el que haces tu vida. A ese lugar perteneces, ahí sí que entiendo que haya una identidad”.
Esa idea se podría definir como barrionalismo, un sentimiento de pertenencia que sigue existiendo en las ciudades contemporáneas, globalizadas e hiperconectadas. “El vecindario es una unidad espacial de organización que sirve como mediadora entre el espacio físico y la comunidad; un lugar que da forma a la identidad y al posicionamiento social”, explican los investigadores Ade Kearns y Michael Parkinson en The Significance of Neighbourhood ("La relevancia del vecindario"), artículo académico publicado en 2001 y una referencia en urbanismo. Ambos investigadores hablan de la dualidad del barrio como fuente de oportunidades (por las relaciones sociales), pero también como espacio constreñidor, que te marca de por vida. Una idea que León de Aranoa refleja perfectamente en la película.
“En el barrio es donde se producen los problemas y es donde hay que dar las soluciones”, defiende el concejal Murgui. Hubo una época (a partir de 1975) en la que el asociacionismo de barrio fue clave para modelar la ciudad. Después, con las vacas gordas y la implantación del modelo de suburbio estadounidense (las impersonales afueras), la relevancia del barrio decayó. “Durante años, la inversión en barrios ha estado paralizada. Pero no solo desde el punto de vista económico, sino también social y político, rebajando, por ejemplo, la capacidad de acción de las Juntas de Distrito. Esa tendencia se ha tratado de revertir: queremos volver al barrio”, resume el concejal una de las líneas de acción transversales del actual Gobierno municipal.
“¿Pero de verdad han pasado ya 20 años del estreno de Barrio?”, exclama en alto Murgui. Como muchos madrileños, mantiene un recuerdo muy especial de la película, pero en su caso es casi íntimo: en esa época formaba parte del grupo Hechos contra el decoro. León de Aranoa contó con ellos para la banda sonora: compusieron cinco de los 22 temas de la misma, junto a artistas como Mano Negra, Amaparanoia, Extremoduro, Mucho Muchacho o 7 notas 7 colores.
Tras visitar el descampado de Carabanchel, la antigua estación de Chamberí (actual museo del Metro Anden 0 y donde se rodó una escena del filme), León Aranoa no puede evitar emocionarse al visitar La Elipa. Se coloca junto a una farola y se hace una foto: “Para enviársela a los chicos”. “Es donde atamos la moto de agua que le toca a Rai en un sorteo. Como no le cabe en la casa, tiene que dejarla fuera, con una pitón. Y claro, se la roban”, cuenta con una sonrisa. Esa imagen acabó siendo el cartel de la película, una recomendación del diseñador Pepe Cruz Novillo. “Esa moto de agua enganchada a una farola en La Elipa representaba muy bien la esencia de la película”, dice León de Aranoa, “ese mundo de los sueños encadenado a la realidad del barrio”.
Una película resistente al paso del tiempo
Fernando León de Aranoa tiene "una buena relación con Barrio". "Le tengo mucho cariño; fue uno de los guiones que más gustó escribir", reconoce. Aunque han pasado dos décadas desde su estreno, la película emana contemporaneidad. No solo por la reivindicación de los barrios, sino también por escenas como las que vivía Manu, el chaval que repartía pizzas para sacarse un dinero. Como no tenía moto lo hacía en transporte público: "Alguien colgó en Twitter la foto de Manu llevando la pizza y otra de un repartidor de Glovo en el Metro o en el autobús. Hace 20 años esto parecía gracioso, ahora refleja la precariedad". La última vez que el director vio la película fue hace mucho tiempo: "Los trabajos quedan como los hiciste, pero uno va cambiando. Cuando la vi de nuevo, me chocó la dureza del final. Dudé si lo hubiera vuelto a rodar así".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.