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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Maestrías y maestros

La mayor parte de las universidades son serias, pues como son desesperantemente burocráticas, la corrupción es difícil

Pablo Salvador Coderch
Primer día de curso de la Universidad  Rey Juan Carlos.
Primer día de curso de la Universidad Rey Juan Carlos.andrea comas

En las 84 universidades españolas sobreabundan las maestrías (no sé yo los maestros). Según Universia, una red interuniversitaria, el número de cursos de máster o magíster (casi nadie escribe maestría, también ignoro por qué) impartidos por nuestras universidades se acerca a los cuatro mil (exactamente, 3.828). No pueden ser todos (igualmente) buenos: no es fácil responder la pregunta de un estudiante sobre la calidad de tal o cual maestría.

Un primer índice es la especificidad del curso: cuanto mayor es, más fácil resulta evaluarlo. Las maestrías globales, genéricas, generalistas son difíciles de evaluar con criterios tangibles y terráqueos.

Otro es su naturaleza voluntaria u obligatoria: las maestrías obligatorias, como las de acceso a la profesión de abogado, son milicia forzosa. Sería preferible un examen de ingreso a la profesión (como los bar exams americanos) precedido por el sistema de preparación que el interesado considerara más eficiente y asequible. Y como los másteres obligatorios de acceso son de pago, los estudiantes se quejan de que son un impuesto. Con razón y en vano: casi todos los profesores de todas las ideologías desfilamos al paso y de acuerdo en que nos viene muy bien un sobresueldo, que la universidad española paga medio mal y la aplicación del Plan Bolonia en derecho redujo la duración de la carrera de cinco a cuatro años. Entonces la maestría obligatoria nos devolvió el quinto año con dineros caídos del cielo en tiempos de crisis. Lo escribo con vergüenza, pues he dedicado casi cuarenta años de cátedra a la universidad pública.

Un tercer criterio es su duración, tasado por ley para las maestrías oficiales, entre 60 y 120 créditos. Suele ser excesiva, pero a veces se quedan cortas: un graduado en Físicas que acabó hace unos meses la maestría de formación de profesorado de enseñanza media¸ la que habilita para dar clase en ESO y Bachillerato, me contaba que faltaron horas de retórica y comunicación efectiva. En otros casos sucede al revés. A igualdad de condiciones, escojan el más breve, el de 90 créditos mejor que el de 120, aunque solo después de haber comparado una por una las horas empleadas para cada materia y su interés real.

En cuarto lugar, la calidad de las prácticas (o del laboratorio en su caso) es crucial: comprueben en qué organizaciones las cursarán. La maestría ideal se reparte mitad y mitad entre teoría y práctica (pero si las prácticas no son pagadas, pueden no valer mucho).

Quinto, los complementarios: han estudiado en Barcelona, pues prueben un curso en otra ciudad, o en otro país. Las ciudades premium, como Barcelona, tienen de bueno el nivel y la dimensión de la red para aprender a hacer casi todo, pero atraen y generan mucho ruido. El turismo académico se ha instalado en las maestrías.

Sexto: no coleccionen maestrías. La impresión que ofrece el currículum de un graduado de veintinueve años de edad con un rosario de siete másteres de un año de duración cada uno de ellos es inquietante, por decir lo menos. En cambio, si tiene uno o dos y una práctica profesional similar, es buena señal. Otra cosa son los cursos de formación continua: no concibo a un fiscalista que no se informe permanentemente. Resumiendo, hoy no se puede dejar de aprender, pero uno no puede pasarse la vida coleccionando certificados de asistencia o de aprovechamiento presunto. Los modelos de referencia son los buenos e-cursos que exigen pasar controles. Organizaciones como Coursera son modélicas. La mayor parte de las universidades son serias, pues como son desesperantemente burocráticas, la corrupción es difícil. Comprueben en cada caso sus puntos fuertes (arqueología en Tarragona, por ejemplo).

Séptimo, vean si los currículos de los profesores equilibran la teoría con su ejercicio práctico: una procesalista que no haya pisado un juzgado da hasta miedo, aunque no es nada frecuente. Infórmense con antiguos alumnos o, si no conocen a ninguno, investiguen dónde han estudiado los profesionales que admiran, que lo más importante de una universidad son sus alumnos, sus amigos de mañana.

Octavo, pregunten por la relación entre solicitudes y matrículas: los cursos buenos tienen varios candidatos por plaza. Pero hay microespecialidades o maestrías minoritarias excelentes.

Noveno, una maestría profesional buena tiene un servicio de colocación igualmente correcto. Y si es predoctoral, hojeen cinco tesis recientes de doctores que tengan esa maestría de sus sueños.

Y décimo: los maestros de verdad no solo atraen a sus estudiantes, sino también ayudas y patrocinadores a docenas. Exijan la lista. Suerte.

Pablo Salvador Coderch es Catedrático de derecho civil en la UPF.

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