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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Regreso al pasado

El imaginario independentista construye lo ocurrido entre el 1 y 3 de octubre de 2017 con la misma lógica que lo acontecido entre el 14 y el 17 de abril de 1931

Joan Esculies
Francesc Macià el 14 de abril de 1931.
Francesc Macià el 14 de abril de 1931.

“Es posible que una gran victoria de candidaturas republicanas en los ayuntamientos del país, en las elecciones municipales de 2019, pueda ser un momento” para materializar la República. Son palabras del president Quim Torra en una entrevista a la Agència Catalana de Notícies. El referente es el 12 de abril de 1931, cuando el triunfo de los partidos republicanos en las grandes urbes en las municipales para toda España tumbaron la monarquía de Alfonso XIII.

Volvió el president a insistir en la idea de que el pasado 3 de octubre se debería haber proclamado y defendido la República catalana. “Necesitamos organizarnos para cuando llegue el momentum de hacerla efectiva”, abogó. De nuevo nos vamos al 17 de abril de 1931, cuando Francesc Macià renunció a su República catalana de tres días por una Generalitat y un Estatuto de autonomía. Torra considera ese lapso la “historia bellísima de un fracaso”.

Hoy el imaginario independentista construye lo ocurrido entre el 1 y 3 de octubre de 2017 con la misma lógica que lo acontecido entre el 14 y el 17 de abril de 1931. Este fin de semana el president ha previsto una segunda oportunidad posmoderna para la República aprovechando el paralelismo de las municipales. No ha de extrañar. Macià –flamante vencedor en Barcelona en 1931 con ERC, una suma dispar de centro-izquierda de personas, intereses y agrupaciones–, forma parte de su tríada de referentes. Que a nadie sorprenda si, en breve, alguien presenta la Crida como la Esquerra de entonces –para más inri de sus herederos.

Las palabras de Torra no son sino la demostración que una parte del independentismo ha convertido los años treinta y la fecha del 14 de abril en una suerte de paraíso perdido donde anclarse y al que regresa una y otra vez. Hay en ello algo de obsesión hispánica –no únicamente catalana– por las efemérides y su taumaturgia. La huella del catolicismo en nuestra cultura es insondable.

También contribuye a la creación de estos paralelismos históricos infundados que en un mercado con escaso lector de ensayo histórico las editoriales hayan apostado por recurrir a los hitos, a las fechas, para promocionar con aniversarios sus lanzamientos. Con lo que, por ejemplo, entre 1931-1934-1936 uno puede tener la impresión de que no hay nada. Lo mismo que muchos creen que entre 1714 y la Renaixença solo discurre un vasto desierto.

Lo tiene escrito Torra. Lo que viene después del 14 de abril –la tramitación del Estatuto de 1932– “es una olla de grills, no vale la pena tratarlo”. No es una visión propia sino la constatación de que a encumbrar la efeméride se une, sobre todo en las obras que se pretenden de divulgación, la simplificación de las biografías y hechos del pasado. En el caso catalán esto se agudiza, justificándolo con el largo invierno franquista, por la asunción que explicar según qué es “ir contra Cataluña”. Todo debe ser plano, sin grises y con un juego de buenos y malos.

Al público que, en general y poco ayudado por los sucesivos planes de educación, conoce poco las aristas de su propia Historia –ocurre también en el resto de España– se le sirven imágenes del paraíso perdido para que comprenda lo que el político pretende. Se dice hablar del futuro pero se es incapaz de soltar el lastre del pasado.

Estos días en las calles hemos visto a fascistoides encapuchados retirando banderas y lazos amarillos y a aprendices de los escamots de las Juventudes de Estat Català “advirtiendo” distintas sedes de formaciones políticas. Bajamos por la pendiente. El siguiente paso es que estos dos grupos se encuentren. Estén seguros de que cuando lleguemos a los años treinta a nadie le quedarán ganas de buscar símiles. Los pensionistas ya saben que este no es país para viejos. Poco a poco, en los últimos tiempos descubrimos que tampoco lo es para la democracia parlamentaria. Andamos faltos de complejidad.

Joan Esculies es escritor e historiador.

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