Gilberto Gil recupera el misterio de África
El icono brasileño defiende con gracia su disco ‘Rafavela’, su lazo musical con el viejo continente del ritmo
Es Gilberto Gil uno de los grandes músicos de la fascinante música brasileña, pero es también un tipo con aire corriente, con aroma a anciano venerable, capaz de hechizar al oyente con su canto frágil y bello, con un toque poético al alcance de los mejores trovadores. Anoche, en una sala La Riviera con menos público del deseable, Gil salió al escenario con ese porte de chamán, entre rizos canosos y sonrisa perenne. Lo hizo con bastante retraso, casi alarmando al personal por si hubiera pasado algo grave, mientras su grupo intentaba calentar el ambiente con sus ritmos ligeros, a medio camino de la bossa nova y la balada melódica.
Gil no pisaba Madrid desde 2015, cuando lo hizo acompañado de su amigo Caetano Veloso, con el que puso patas arriba la música brasileña y lideró toda una revolución musical a ritmo tropicalista, traducida también como una revolución de los sentidos y las nuevas percepciones sociales. Ellos eran libertad y pulsión carnal. Eran todo lo que Brasil representa para embellecer al mundo. Y con ellos, y más músicos sobresalientes, todo cambió para buena parte de la música del continente.
Anoche, otra vez en Madrid, Gil volvió a la capital española con gracia, vestido con su blanco impoluto y su danza primitiva, sin parar de mover las piernas. Defendió con salero y nostalgia el cancionero de su disco Rafavela, una de las piedras angulares de su imponente discografía. Se hubiese agradecido, eso sí, algo más de ritmo entre las canciones, más empaque instrumental en un conjunto que pecaba de celebración casera por momentos, pero que, más allá de los altibajos, irradiaba alegría, ganas de sentirse en conexión con el mundo.
Entre notables percusiones y concisos teclados, una banda formada por 12 personas, entre ellas tres jóvenes coristas, logró darle sabor a la noche como si el concierto fuera un baile improvisado en mitad de una fogata en la playa. Rafavela, publicado en 1977, fue el lazo de Gil con el legado africano, con ese ritmo primitivo, ancestral y natural. Anoche, en los puntos álgidos como ese divertido Ilè Ayè y ese sensual Aquí e Agora, Gil y su agradable pandilla volvieron a darle algo de vida, como volviendo a recordar que, en el fondo, al final, en el misterio de África descansa el origen no solo de la música más rítmica, sino de las tribulaciones espirituales más admirables.
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