El fiasco de Tarragona fuerza a redefinir los Juegos Mediterráneos
Los responsables de la competición plantean aligerarla tras las incidencias en las pruebas deportivas y el escaso público
Tarragona se despide de los Juegos Mediterráneos con alivio. El desahogo que otorga cerrar una competición que ha costado 90 millones de euros, que se estrenó tarde y con prisas, y que durante diez días se ha despertado cada mañana con un agorero recelo: “A ver qué sucede hoy”. En Tarragona se ha contado con la mejor inscripción de atletas alcanzada nunca por unos Juegos Mediterráneos. Pero el éxito de inscripciones no ha servido para ocultar el rosario de incidencias que han sufrido las pruebas. Tras Tarragona, el comité organizador de los Juegos Mediterráneos estudiará introducir cambios en la configuración del evento para aligerar la estructura de la competición y suscitar un mayor interés del público.
Víctor Sánchez es el director ejecutivo de los Juegos de Tarragona y antes fue secretario general del Comité Olímpico Español (COE). Sánchez ha revelado que, tras los embrollados episodios vividos en Tarragona, está prevista la celebración de un “gran congreso” sobre el futuro de los Juegos Mediterráneos. Uno de los aspectos que se quiere abordar es la compleja estructura actual: se programan 200 pruebas deportivas en diez días y hay que coordinar a 26 comités nacionales, mientras que en unos Juegos Olímpicos se dispone de 16 días para celebrar 315 pruebas, en las que toman parte 206 comités. “Trabajamos por la racionalización de las pruebas”, apunta Sánchez, a la vez que admite que el objetivo es lograr una “participación de calidad”.
Los próximos Mediterráneos están adjudicados a la ciudad argelina de Orán, en 2021, pero existe un debate abierto sobre la frecuencia de celebración de estos Juegos y la conveniencia de imitar el ciclo olímpico de cuatro años.
La ceremonia de clausura dejó este domingo la imagen de unas gradas más pobladas de lo que se vio en la desangelada gala inaugural. El público, o la escasez de él, ha sido un lastre. La organización no facilita cifras de asistencia, solo apunta que puso 190.000 entradas a la venta, pero el pinchazo ha sido visible. Tras un arranque muy menguado de espectadores, no solo en la fiesta de apertura sino también durante las primeras competiciones, la organización decidió reaccionar y buscó la complicidad de clubes y entidades locales para tratar de dar calor a los deportistas. El volumen de los huecos en las tribunas fue de más a menos, pero no se logró frenar la sensación de vacío incluso en las pruebas más populares, como las finales de fútbol, balonmano o waterpolo.
El alcalde de Tarragona, Josep Félix Ballesteros presumió de que la competición estaba siendo “fantástica” y señaló que los “pequeños incidentes” no lograban enturbiar la imagen positiva. Los “pequeños incidentes” que refería el alcalde eran tales como la ausencia de himno en una ceremonia de pódium —los integrantes de la selección francesa de badminton tuvieron que cantar La Marsellesa de viva voz para rellenar el silencio—, o los desajustes en la entrega de medallas en la natación. La nadadora Mireia Belmonte terminó por colgarle ella misma el bronce a una de sus rivales, ante la incomparecencia de autoridades para oficiar la ceremonia.
Luego se produjeron retrasos en la competición de lucha por una huelga declarada por los jueces, quejosos porque no se les pagaba lo acordado. Hubo también desajustes en los partidos de baloncesto por una grieta en el parqué de las pistas que se habían improvisado en un recinto que habitualmente sirve para acoger conciertos y festivales de verano.
El atropello de un niño de cinco años por parte de un conductor borracho que iba al volante de un coche oficial de los Juegos Mediterráneos, y que huyó del lugar sin prestar auxilio; o la denuncia, posteriormente retirada, de una turista que acusaba de agresión sexual a uno de los atletas del combinado turco, también salpicaron la imagen de la competición.
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