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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Es posible negociar?

En Cataluña si hay alguna autoridad moral para un repliegue ordenado está en la cárcel

Josep Ramoneda
Torra en su visita a Junqueras en la prisión de Estremera el 4 de junio.
Torra en su visita a Junqueras en la prisión de Estremera el 4 de junio.JAIME VILLANUEVA

Desde que Pedro Sánchez alcanzó la presidencia se habla mucho de negociación. La salida del PP del gobierno -es decir, de la indolencia de Rajoy y de la arrogancia de sus portavoces- y el descoloque de Ciudadanos -que se ha quedado mudo después de que el actual presidente les rompiera la cintura con el regate de la moción de censura- ha hecho que bajaran los decibelios en la escena política y cundiera la idea de oportunidad para el diálogo y la negociación.

Afortunadamente, hay conciencia de la dificultad: el propio presidente Sánchez ha advertido que es una cuestión de años o incluso de una década. Y cualquiera que observe el panorama con mínima objetividad sabe que el camino está lleno de obstáculos como muros. Están evidentemente las prisiones: todo el mundo sabe que no es fácil promover atajos en la vía judicial y está claro que si hay en Cataluña un sentimiento transversal, que trasciende el eje soberanismo-constitucionalismo, es la sensación de que es injusto que los dirigentes independentistas estén en la cárcel. Y está la enorme dificultad de aterrizaje del independentismo después de que pretendiendo ir más allá de sus posibilidades se estrellará en una proclamación de la República que no duró ni el tiempo de anunciarla.

El origen de cada una de los interlocutores tampoco lo pone fácil, pero al mismo tiempo daría legitimidad a un acuerdo. El gobierno de Pedro Sánchez viene del grupo promotor de la aplicación del artículo 155 y acompañó en todo el proceso al expresidente asumiendo la estrategia de judicialización del proceso. El gobierno de Torra -aunque cada día con la boca un poco más pequeña- pretende asentar su legitimidad en la figura de Carles Puigdemont. Y presa de su propia estrategia de alimentar ilusiones que no estaban a su alcance -la República- mantiene apelaciones permanentes al mandato del 1-O que es un gran icono del independentismo pero no es fuente de legitimidad real.

Por lo demás, las dos estrategias del independentismo: la que asume los límites y la que sigue siendo partidaria de la confrontación a la espera que un nuevo hito conduzca al salto definitivo, conviven a trancas y barrancas evocando el programa de máximos para mantener encuadrados a los sectores más radicales. Y aunque el PP -que al perder al poder se ha visto que estaba desnudo- y Ciudadanos -que está despertando del susto de la moción de censura- ahora están más bien calladitos, volverán al ruido rápidamente. Ciudadanos porque no le queda otra que retomar el discurso que le dio vida: vanguardia intransigente contra el soberanismo catalán. Y el PP porque cuando salga del desbarajuste tendrá prisa por poner las cosas difíciles al PSOE.

El presidente Sánchez insiste en su actitud de no buscar motivos para la confrontación y el presidente Torra apela a la negociación sin condiciones, aunque a continuación despliega el discurso de los fundamentales. ¿Es realmente posible una negociación entre el gobierno catalán y el gobierno español? Aunque digan que se puede hablar de todo, Sánchez y Torra han marcado sus líneas rojas. El presidente español dice que el límite es la Constitución, el presidente catalán habla de un referéndum pactado. La Constitución es reformable por definición y el referéndum si realmente hay voluntad de pactarlo no predetermina ni el momento, ni el contenido. Si estos fueran realmente los límites de partida, habría margen.

Pero tengo para mí que el problema no está en los límites: está en la autoridad. Entrar en una negociación de verdad significa que el gobierno español reconoce al independentismo y que el gobierno catalán acepta que su programa de máximos no está en el orden del día. Negociar es hacer transacciones y tener autoridad para que los tuyos las acepten. Desde luego, en Cataluña si hay alguna autoridad moral para un repliegue ordenado está en la cárcel (no tengo reparo en ponerle nombres: Oriol Junqueras o Jordi Sánchez) Y por el lado del gobierno español, que en tanto que es el más fuerte es quien tiene la responsabilidad principal para buscar un acuerdo, cuesta imaginar que el presidente Sánchez tenga autoridad suficiente para encuadrar a los demás partidos en torno suyo. Y, sin embargo, me resisto a asumir el fatalismo de los que piensan que es necesario que siga subiendo el fango para que unos y otros decidan arremangarse. Por el camino, todo es susceptible de empeorar.

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