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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En dos mayorías a la vez, y no estar loco

Los partidos independentistas están en las mayorías de gobierno de Madrid y de Barcelona, pero con programas contradictorios

Enric Company
Pedro Sánchez saluda a Joan Tardá en el Congreso tras la moción de censura
Pedro Sánchez saluda a Joan Tardá en el Congreso tras la moción de censura J. GUILLÉN (EFE)

Los partidos independentistas catalanes aportaron 17 de los 180 votos que el 1 de junio permitieron en el Congreso de los Diputados la censura del presidente Mariano Rajoy y la investidura del socialista Pedro Sánchez para sustituirle. Sin ellos, el PP seguiría siendo el partido del gobierno y Rajoy seguiría viviendo en el palacio de la Moncloa. Si los independentistas dejan de apoyar a Sánchez, su gobierno caerá.

El vuelco político en España ha añadido así otro motivo de desconcierto a un movimiento que andaba ya a ciegas después de la catástrofe del 27-O, cuando los soberanistas dirigidos por Carles Puigdemont y Oriol Junqueras se quedaron solos con su proclama de independencia no efectiva. Lo que sí vino fue la intervención de la Generalitat por Rajoy, la persecución judicial de los dirigentes catalanes, la cárcel y la huida de algunos al extranjero. En las elecciones del 21 de diciembre, sin embargo, el independentismo revalidó su mayoría en el Parlament y esa victoria cayó como agua de mayo en lo que en realidad era un crudo invierno político. Eso encubrió su desorientación, pero no eliminó la causa del pasmo.

En esas estaban cuando, inopinadamente, se encontraron el 1 de junio con que tenían en su mano contribuir decisivamente a la caída de Rajoy. Para ellos no había duda: El PP de Rajoy y su Gobierno están en el origen de la crisis constitucional y librarse de él significaba, por lo menos, una oportunidad para buscarle salidas. Lo hicieron.

La nueva situación política implicaba, sin embargo, que los integrantes de la mayoría parlamentaria actuaran a partir de entonces como tales, es decir, que evitaran poner en apuros al gobierno de Sánchez y, por el contrario, le sostuvieran frente a los embates de la oposición del PP y Ciudadanos. Apoyar a un gobierno monocolor formado por un partido que tiene solo 85 de los 350 diputados del Congreso exige mucha perseverancia. Hay que estar ahí sesión tras sesión aportando los votos porque, de lo contrario, habrá elecciones anticipadas, así de sencillo.

A cambio de este apoyo, Sánchez y su Gobierno han ofrecido diálogo y desescalada. No es poco si se tiene en cuenta que se viene de una etapa de todo lo contrario. Lo que había antes era sordera entre las dos partes del conflicto y una tensión permanente que, de momento, ha costado el procesamiento de 25 políticos independentistas, una espectacular fuga de empresas, y la caída de los presidentes de gobierno que han protagonizado esta etapa de la crisis en ambos lados. El enquistamiento del problema.

Pero los independentistas siguen desorientados. No tenían prevista ninguna opción alternativa a la proclamación unilateral de la independencia. Ahora se encuentran con que ya han disparado el cartucho de reserva y no tienen más munición. La metáfora del póquer y el farol resume bien su desastre. Al jugador que se ha visto obligado a mostrar las cartas ya no le queda nada, si iba de farol. Si, eventualmente, llegan a una mesa para negociar con quien les ganó la partida no será para conseguir en ella el objetivo que no pudieron lograr a la brava.

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Lo que les repugna es asumir que ahora están instalados en pleno regreso al autonomismo del que ya habían abjurado. Esa etapa que consideraban ya superada es el futuro que le espera a Cataluña, en el mejor de los casos. Y el colmo de las contradicciones es que, desde el 2 de junio, los mismos partidos independentistas que forman el Gobierno de la Generalitat y siguen hablando de desplegar la república catalana son un componente decisivo e imprescindible de la mayoría que sostiene al Gobierno del PSOE. Están en las dos partes y tienen que ser consecuentes en ambas. Difícil, pero así es. Es como en el bolero de Antonio Machín: estar en dos mayorías a la vez, y no estar loco. El principal obstáculo con el que tropiezan es su propio rechazo a asumir el fracaso de la tentativa unilateral del 27-O. Eso es lo que les lleva a continuar con la dinámica de gesticulación y les impide encarar positivamente el diálogo que les ofrece Sánchez. Pero necesitan salir del embrollo y el desconcierto, pues ellos están también interesados en lograr que Sánchez finalice la legislatura.

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