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Aquí no hay quien juzgue

Los juzgados de Mollet, en un bloque de viviendas, son uno de los puntos negros de la justicia en Cataluña

Jesús García Bueno

El mejor despacho de los juzgados de Mollet del Vallès es, sin duda, el del fiscal. Los otros tienen ventanas por las que entra la luz natural, sí, pero no dejan de estar a escasos cinco metros de otros bloques de viviendas. Las vistas del fiscal son especiales: unas montañas nevadas y, en el horizonte, un cielo rosado que invita a la reflexión. La ventana, claro, es falsa: no es más que un póster colgado con cuatro chinchetas, una broma para tomarse con humor lo de trabajar en un despacho lúgubre y caluroso.

El juez decano de Mollet, en el pasillo del Registro Civil donde ha oficiado algunas bodas.
El juez decano de Mollet, en el pasillo del Registro Civil donde ha oficiado algunas bodas.CRISTÓBAL CASTRO

José María Asencio, juez decano de Mollet a sus 29 años, ejerce de anfitrión en la visita a uno de los puntos negros de la administración de justicia en Cataluña. Los juzgados de Mollet, a 24 kilómetros de Barcelona, están en un viejo bloque de alquiler compartido con despachos de abogados y con una empresa de informática. En el vestíbulo hay un arco de seguridad que no siempre funciona (pita de forma aleatoria) y que da acceso a dos ascensores que pasan más tiempo estropeados que funcionando. “Hace poco, uno de los ascensores se descolgó de golpe una planta y atrapó a dos jueces”, cuenta Asencio, que no pierde la sonrisa.

Asencio tiene su despacho en la segunda planta. El trasiego es constante y hay una sensación pasmosa de falta de intimidad. En el pasillo hay dos bancos de madera. Parecen traídos de una iglesia y están rasgados con los nombres de cientos de personas. Hay muebles y archivadores de todos los estilos (archivadores metálicos, traslúcidos, de plástico beige cerrados con candado) y puertas que parecen dar acceso a otras puertas y a trasteros secretos. El lavabo reservado para los funcionarios ("privado", dice un cartel enganchado con celo) está ocupado por los trastos de la limpieza, una pila de cajas de DINA4 por estrenar y hasta un ventilador. Todo es viejo y parece estar mal colocado.

“Estos juzgados están en un estado lamentable. No hay condiciones dignas para trabajar”, lamenta el juez decano mientras guía hacia la 5ª planta, donde está el juzgado de violencia doméstica. Es lo que más le preocupa. “No tenemos espacio para separar a las víctimas de los presuntos agresores. Se han producido gritos, insultos y hasta empujones entre las familias”. Con toda la buena fe del mundo, intentan situar a una de las partes encima de las escaleras, en una semiplanta que es como un "palomar". El espacio no da para más. Al lado hay un despacho para las forenses y otra sala más pequeña -que el decano no puede abrir porque no tiene llave- para mantener a los detenidos porque tampoco hay calabozos.

Cuando sale a la calle con un vaso de café de plástico en la mano, a Asencio le saludan. Mollet, dice, tiene algo de pueblo. Camina unos 200 metros para llegar al registro civil, del que también es responsable. Allí hay una estancia “elegante” para oficiar las bodas, el antiguo salón de plenos. Pero para acceder a ella hay que subir escaleras y no hay ascensor. De modo que, cuando llega alguien en silla de ruedas, tiene que celebrar los enlaces en un pequeño pasillo gris con luz mortecina. La salita está atestada de folios y tiene una silla verde viejísima y un cubo de agua para las goteras.

En una ocasión, recuerda Asencio, la familia era especialmente numerosa y los novios habían venido especialmente elegantes (ella con vestido blanco), de modo que decidió salir a la calle. "Subí un peldaño aquí en la plaza, para que me vieran, y por deferencia los casé allí". El decano también salió a las puertas del juzgado, acompañado por funcionarios y jueces de Mollet, el pasado abril. "El edificio es ruinoso. Ninguna condición es suficientemente apta para ejercer la función judicial correctamente", denunció en voz alta.

La llamada de auxilio de Mollet llegó a oídos de la juez decana de Barcelona, Mercedes Caso, que el 22 de mayo sacó a relucir la situación de esos juzgados. Lo hizo durante la huelga convocada por jueces y fiscales para exigir una justicia digna. Caso recordó, además, que en lugares como Mollet las guardias de los jueces se pagan a 4,6 euros la hora.

En los juzgados de Mollet no hay sala de espera. Tampoco espacio para que los abogados se reúnan discretamente con sus clientes. Ni acceso diferenciado para jueces y acusados. El aire acondicionado y la calefacción dan problemas. No es un lugar agradable. "Nadie quiere venir aquí", zanja Asencio, que ha pasado antes por los juzgados de Salamanca y Torrevieja. Aun así, dice que el ambiente es bueno. "La mayoría somos jóvenes y nos llevamos bien".

El anterior consejero de Justicia, Carles Mundó, les prometió el traslado a un nuevo edificio. Pero el procés lo cortocircuitó todo. Una hora antes de la visita, sin embargo, Asencio ha recibido una buena noticia: la nueva consejera, Ester Capella, le ha llamado por teléfono. "Dice que han firmado para alquilar un local y que en 11 meses estará habilitado". Asencio confía moderadamente en el anuncio. Pero recuerda que, hace años, se les prometió un nuevo juzgado. Y solo se puso la primera piedra.

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Sobre la firma

Jesús García Bueno
Periodista especializado en información judicial. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona, donde ha cubierto escándalos de corrupción y el procés. Licenciado por la UAB, ha sido profesor universitario. Ha colaborado en el programa 'Salvados' y como investigador en el documental '800 metros' de Netflix, sobre los atentados del 17-A.

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