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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ejemplo de Bricall

Cataluña debe ser reformada, al servicio de la ciudadanía que ya la constituye

Josep Maria Bricall, durante una entrevista en su casa en Barcelona.
Josep Maria Bricall, durante una entrevista en su casa en Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI

Cuando uno termina de leer Una certa distància, las memorias de Josep Maria Bricall, inevitablemente se pregunta cómo es posible que estos cuarenta años de democracia nos hayan cambiado a servidores civiles como él por siervos demagógicos como Carles Puigdemont, un político de una indigencia intelectual tan ostensible como deprimente. Del fugado —o ahora de su lacayo Torra— se podría decir aquello que se comenta de un personaje de George Eliot en Middlemarch: “si lo subís a lomos de la política, más vale que os echéis a temblar. Era distinto cuando decía tonterías en su casa y las llamaba ideas”.

Doctor en derecho y en económicas y catedrático de economía política, Bricall fue secretario general de la Presidencia y consejero de gobernación con Tarradellas, además de rector de la Universidad de Barcelona y miembro de la comisión delegada del Consorcio del Liceo. Con el paso del tiempo, Bricall se ha convertido, sin pretenderlo, en el custodio de una forma de entender la política catalana radicalmente opuesta a la de Jordi Pujol, con quien se enfrentó a menudo sin que le temblara el pulso. En 1984, por ejemplo, no dudó en ponerle una querella al entonces Muy Honorable por haberle acusado frívolamente en un mitin de haber recibido cincuenta millones de pesetas facturados al Centro de Estudios de Planificación. Su leal oposición al pujolismo no se limitó, de todos modos, a cuestiones personales, sino que está en la raíz de su pensamiento político.

Por una parte, según Bricall, en Cataluña la presencia del Estado ha tenido una presencia insignificante, a la vez que la Generalitat de Pujol, desde 1980, renunció a gobernar para dedicarse a “hacer país”, esa entelequia que ha terminado por alumbrar las “estructuras de Estado” y el actual desahucio político con su consecuente desastre social. Para Bricall, la restauración de la Generalitat había sido necesaria precisamente porque urgía crear un gobierno que acabara con la tradicional desidia del centralismo. Él mismo lo razona con estas palabras: “porque si hay que hacer un país o hay que construirlo desde el gobierno, se puede tener la tendencia, como los hechos han demostrado clamorosamente, a iniciar un peligroso dualismo, en el que habrá un país hecho y no reconocido y un país que se intenta hacer y que se reconoce antes de hacerse. Si hace falta se dejará que se derrumben el Liceo, los hospitales, la orquesta, un periódico o la vieja universidad con tal de privilegiar las ensoñaciones importadas desde el gobierno”.

Con respecto al Liceo, Bricall cuenta por cierto una anécdota muy elocuente. En 1986, Javier Solana, entonces ministro de Cultura, ofreció a la Generalitat convertir el Liceo en el gran teatro de ópera nacional, como lo es la Scala de Milán para Italia, con la consiguiente participación del ministerio en el consorcio que se acababa de crear, pero Pujol, hélas, se negó porque ello, aducía, iba a poner en peligro la catalanidad del teatro. El comentario de Bricall no puede ser más contundente: “cualquier aficionado a la música ha visto a dónde ha llegado el Teatro Real de Madrid y cómo ha declinado el Liceo, a pesar de haber conservado su catalanidad”.

Después de hablar de gestión de universidades, de política y de economía, Bricall decide terminar sus memorias hablando de música. Y no sólo de su faceta como asesor cultural en el Liceo, sino también de sus impresiones y recuerdos de toda una vida de melómano, con algunas reflexiones muy hondas, como cuando comenta, en las últimas páginas, el adagio final de la novena y última sinfonía de Bruckner, un detalle que produce un inmediato shock of recognition entre los más obsesivos aficionados.

Hay algo en el rector Bricall que me recuerda a Noel Annan, lord Annan, el que fuera vicecanciller de la Universidad de Londres, miembro del equipo directivo del Covent Garden y autor de libros extraordinarios como Our Age, una crónica de su generación. Annan fue un referente en la vida política de su país.

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Creo que todos, a uno y otro lado de la dramática fractura social que estamos viviendo día a día, estaremos de acuerdo al menos en una cosa: Cataluña reformanda est, que Cataluña debe ser reformada, al servicio de la ciudadanía que ya la constituye. Y para ello necesitamos algo más que las posiciones que todos conocemos y que incluso practicamos. Como me decía hace poco David Hernández de la Fuente, un brillante helenista de mi generación, la tremenda revolución en el pensamiento político que supuso la invención de la pólis en Grecia surge del “deseo de vivir juntos”, algo que nunca antes había ocurrido. Y nosotros, para volver a vivir juntos, deberíamos atrevernos a pensar con mayor profundidad y memoria. En ese sentido, la experiencia y el coraje de Josep Maria Bricall constituyen un ejemplo y un estímulo para siempre.

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