Donna Leon: “Los novelistas tenemos que ser mentirosos y pillos”
La escritora publica La tentación del perdón, el vigesimoséptimo caso del comisario Brunetti
La vida sigue igual en Venecia: los turistas convierten el puente de Rialto en unas escaleras mecánicas de las que es imposible apearse; los quioscos ya no venden revistas ni los regentan italianos; el agua de los canales apesta… Y Donna Leon (Nueva Jersey, 1942) ya solo pasa unos pocos días al mes en su ciudad de adopción. Ahora vive en Suiza. “El turismo ha convertido Venecia en esta ciudad insoportable”, se queja, una vez más. La escritora publica La tentación del perdón (Seix Barral y Edicions 62, en catalán), la vigesimoséptima novela protagonizada por el comisario Guido Brunetti. Y van 30 años.
Leon se muestra divertida y entrañable. Pero su indignación con el mundo aflora en cada novela de su comisario veneciano, esta vez sumergido en un caso de tráfico de drogas entre colegiales. “No había entrado demasiado el tema de la droga y en este libro simplemente explico cómo funciona cierto tráfico”, comenta. A ella le han interesado muchos temas conflictivos por la sencilla razón de que la indignan. En 28 novelas, cree que ya ha tratado muchas de esas cuestiones, aunque aún le quedan unas cuantas en el tintero. “Me interesa mucho la idea de la bioética: el hombre tiene ahora la posibilidad de trasplantar su esperma y la mujer de convertirse en una especie de microondas y dar a luz… Es fantástico”, dice, “por toda la responsabilidad moral que acarrea el tema”.
Tampoco ha enfrentado a Brunetti con cuestiones éticas que están tan en el orden del día. “Cuando una empresa registra la patente de una nueva vacuna contra una enfermedad estamos ante un auténtico problema de bioterrorismo. Y el inventor se tiene que callar porque si no pierde los 50 millones que puede valer su descubrimiento”. Será, tal vez, el trasfondo de nuevas novelas. No la siguiente, que ya está escrita y que, adelanta escuetamente, “va de adopciones”.
Pero Donna Leon no programa los casos de su comisario. “No tengo un master plan para mis novelas”, declara. “He acabado la número 28 y estoy a punto de empezar el 29 sin tener ni idea de sobre qué tratará. Estoy esperando el relámpago que me ilumine”. Recuerda que hace casi 10 años esa iluminación llegó de la forma de la forma más casual: “En un semáforo vi a una mujer con una cara liftadísima; y era una mujer de trazos bellos, que debió de ser guapa pero que, tras tantas evidentes operaciones de estética (tres, cuatro… ¿¡ocho…!?) se había convertido en un monstruo”. El resultado fue la novela La otra cara de la verdad (2009).
“Como novelista, escribo ficción, por lo tanto mi trabajo no es buscar argumentos concretos”, se defiende. “Mi obligación es crear algo que divierta al lector. Si al leerse 300 páginas se plantea qué pasa con el tráfico de uranio, o con la trata de prostitutas rumanas, o con la sobrexplotación turística, perfecto. Si no, paciencia. Yo no soy una profesora”.
Tal vez Chiara, la hija adolescente de Brunetti, sea el personaje que más se asemeja a Donna Leon. Es una firme defensora del medioambiente y, como comenta el padre en un pasaje de la novela “tiene justificaciones ecológicas para todo”. “Absolutamente”, afirma Leon, cambiando su característica sonrisa por un posado serio. “Me indignan estas cosas tanto como a Chiara”. Por eso le costó horrores aceptar que cuatro amigas suyas viajaran de Zúrich a Hamburgo. “¡En un jet privado! Y bebiendo champán… Me costó mantener la boca cerradísima…”, se queja, haciendo como que se cose los labios para no decir nada. Y más anécdotas de amigos: uno que trabaja para una empresa petrolífera y escribe que el fracking es fantástico, porque solo utiliza agua. “Querido, has olvidado la química”, le dije. “¿Estás hablando para los pobres? ¿O permitirías fracking al lado de tu casa? Eso es arrogancia. Escriben mentiras para justificar barbaridades”. Más indignación.
En cualquier caso, la ficción no está en el escenario de las novelas de Donna Leon. La Venecia que describe es cruelmente real, hasta el punto de que uno se puede llevar una sorpresa al comprobar que todavía quedan venecianos en Venecia… Y puede descubrir algunas de las sabrosas fuentes de documentación de la escritora, como Il Gazzettino, ese entrañable diario local que informa y sacia las ansias de cotilleos a los lugareños. “Los escritores de ficción somos mentirosos y pillos. Si yo presento solo a personajes malos, por ejemplo, no le estoy dando elección al lector, simplemente lo guio como lo haría un perro lazarillo. Yo tengo que guiarlo sin que se dé cuenta, de una forma invisible, de manera que, entre simpáticos y antipáticos, escoja él”.
En La tentación del perdón, desde el principio Brunetti se plantea qué hay que hacer ante leyes injustas. La respuesta la encuentra el comisario en el clásico Antígona, el libro que está releyendo, 30 años después. “Sófocles plantea el problema: si piensas que una ley en injusta, ¿debes desobedecerla? No quiero responder yo”, dice Leon, recordando las leyes racistas del siglo pasado en Estados Unidos. “Digamos que la justicia es absolutamente subjetiva. Eso quiero dejar claro en esta novela”.
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